A 1.020 metros de altura, desde el observatorio forestal del Pico de Las Hierbas, Rafael vigila gran parte de la provincia de Valencia. Desde allí puede ver Sagunt, el Cap i Casal, la Sierra de La Calderona, la Hoya de Buñol, el Camp de Túria, L'Horta, e incluso el Montgó, que marca el inicio de litoral alicantino. Con 10 campañas seguidas a sus espaldas, Rafael ya tiene el ojo entrenado y sabe distinguir un levantamiento de polvo de la cantera de Riba-roja de una quema de rastrojos agrícolas en una plantación cualquiera. «El humo es mucho más denso que el polvo, que se ve más claro», explica, indicando que estas son las incidencias más inofensivas. «Cuando el humo se vuelve negro» es cuando llegan los problemas. Eso es señal de que el fuego se está consolidando y creciendo rápidamente en algún lugar. Cuando eso sucede, Rafael no pierde un segundo en calcular las coordenadas exactas del punto en el que se está produciendo ese humo para notificarlo por radio a la central. Esa es su misión.

Mientras pasan las horas, el silencio dominante sólo es interrumpido por la radio y por el viento, que a veces se cuela con fuerza por las ventanas del observatorio. Aunque dice de sí mismo que no es muy hablador, Rafael tiene muchas anécdotas que contar. Lo que más le maravilla y atemoriza a la vez son las tormentas. Los relámpagos se ven desde lejos como un festival de luces, pero cuando los rayos caen al suelo a Rafael se le acumula el trabajo. La visibilidad empeora y tiene que estar atento por si se generan conatos de fuego donde caen las descargas.

Muy de vez en cuando, Rafael recibe visitantes durante su solitaria y silenciosa jornada de trabajo. Un corzo, un águila perdicera, o, incluso, pastores con sus ganados llegan hasta las inmediaciones del observatorio mientras se desplazan por el monte. También acuden ciclistas, senderistas y ciudadanos que prefieren cambiar la playa por el monte para pasar un día en la naturaleza. Es el caso de Nacho, Jaime, David y Fran, que cuando llegan al Pico de Las Hierbas, reciben el saludo de Rafael, con el que conversan mientras lleva su radio en el bolsillo para responder cualquier llamada de sus compañeros.

Mientras charlan, tienen la vista puesta en el norte y, ante ellos, una imagen desoladora. Una extensa cordillera, con varios pueblos en sus faldas, muestra una gran calva en sus cumbres. Y, mucho más lejos, en el horizonte, otras montañas muestran las mismas heridas. Son las cicatrices de los incendios de Andilla y Cortes, responsables de la quema en el año 2012 de 48.944 hectáreas de monte y que dejaron despobladas de vida las cimas de estas colinas. Nacho recuerda que en aquellos días «caía ceniza» en la ciudad de Valencia y que «el cielo estaba totalmente gris», ya que el humo «tapaba el sol» en la capital del Túria.

Como cualquier ser humano ante un problema complejo, los cuatro amigos reflexionan sobre qué podría hacerse para evitar tanta destrucción. «Si se invirtiera más en prevención se ahorraría todo el gasto que suponen los incendios», comenta Jaime.

Alrededor del pico de las Hierbas, el terreno muestra pequeños arbustos y jovencísimos enebros, pinos y carrascas que han conseguido nacer y crecer dejando atrás las cenizas que produjeron en los años 1994 y 2000 los incendios de Requena y Chiva que llegaron a rodear por completo el observatorio, un riesgo que asumen los vigías del monte.