Javier Salinas, apartado esta misma semana del obispado de Mallorca por su relación consentida con una mujer casada (ahora divorciada) que trabajaba para él como secretaria, se despidió ayer de los católicos de la isla para incorporarse a la diocesis de su Valencia natal para ocupar el puesto inferior de obispo auxiliar.

En su última misa, agradeció a los feligreses el respaldo y cariño demostrado. Salinas aseguró que en la vida no hay lugar para «el resentimiento», aunque, tras las críticas recibidas de parte de la comunidad cristiana por su relación sentimental con una mujer, aprovechó su homilía de despedida para invitar a los presentes a dejar atrás la envidia, abrazar la vida y «no acusarse los unos a los otros». El religioso también tuvo palabras para ensalzar el papel de las mujeres en una sociedad «inmersa en una revolución cultural y social», tanto en Mallorca como en el resto de Europa. «María [en referencia a la virgen] fue la portadora de Dios. Ella nos trae la fe de un dios que no es prepotente, no viene a imponerse, llama a la puerta y quiere ser estimado y darnos una esperanza que nadie puede destruir», enfatizó.

Aunque la versión oficial defendida tanto por la Iglesia como por el obispo desterrado es que Salinas renunció a su cargó, ayer, en su segundo discurso del día, emocionado tras recibir un regalo de los que han sido sus subordinados, el religioso explicaba su marcha como un traslado ordenado desde Roma: «El santo padre [en referencia al papa Francisco I] me ha encomendado otra misión», resumía el sacerdote, que pedía a la comunidad cristiana de la isla, especialmente a su clero, que sigan mostrando «mucha iniciativa», para «responder a este momento especial con el coraje de la fidelidad».

Después de unos meses de controversia y convulsión en el seno de la familia católica, Salinas recibió ayer cálidos aplausos de despedida en respuesta a cada una de las tres intervenciones que protagonizó. La primera, la más formal, fue durante su última homilía, para la que escogió una lectura inicial del evangelio de Lucas, en la que se describe a Dios como un sujeto que protege a los pobres y débiles contra los poderosos y ricos.

La segunda siguió a un discurso improvisado tras recibir como regalo un cuadro de la Seu. «Es difícil en un momento así tener una palabra articulada», decía.

Los últimos aplausos duraron más de un minuto. El cariño de los presentes (más de 300 personas y, a diferencia de su primera misa, ninguna autoridad pública o política) se plasmó en pancartas de apoyo y en una larga cola para dar la mano uno a uno al ya exobispo de Mallorca.

En la despedida del sacerdote no estuvo Sonia Valenzuela, exsecretaria del obispo y política del PP, acusada por su marido de haberse relacionado con el religioso.