El pasado mes de agosto, poco después de que se prohibiera el baño con burkini en playas francesas como la de Niza, la Policía escocesa y canadiense aceptaba que las musulmanas que forman parte de sus fuerzas de seguridad, se cubran el pelo y el cuello con el velo, si así lo desean.

Las dos estampas contrastan y son el resultado de dos modelos de gestión de la multiculturalidad diferentes. Por un lado el francés, partidario de que la religión se practique en la más estricta intimidad, y por otro lado, el modelo anglosajón, defensor de las libertades individuales y respetuoso con las diferentes muestras religiosas.

A partir de ahora, en Escocia el hiyab se convierte en parte opcional del uniforme policial. Antes, las mujeres que lo deseaban lo podían llevar, pero no se había hecho el anuncio de forma «oficial». Los principales cargos policiales manifestaron que la decisión se ha adoptado para motivar a las musulmanas y fomentar que vean la carrera policial como una salida laboral. Además, también destacaron que de esta forma se consiguen unas fuerzas de seguridad «representativas de las comunidades». Argumentos similares se apuntaron en Canadá, país que también es modelo en la acogida y reasentamiento de refugiados.

En Francia, pese a la insistencia de algunos alcaldes de localidades turísticas de prohibir el burkini y multar, el Consejo de Estado Francés suspendió la prohibición unas semanas después. Según el órgano judicial francés, los consistorios galos no tienen el poder de restringir las libertades de esta forma, «a menos que haya un claro riesgo», que no contempla esta prenda, asegura la decisión judicial.