­Al abrir su furgoneta, una explosión de olor y color excita los sentidos. Dani, que lleva ese aroma calado en la piel y en las manos tras siete años trabajando diariamente en la huerta, transporta al interior de la Falla d’Arrancapins (Valencia) una por una, todas las cestas en las que ha depositado las hortalizas que ha cosechado. Las familias que componen el «grupo de consumo» esperan sus pedidos semanales de verduras mientras saludan y abrazan al campesino que las ha cultivado. Antes de llevárselas a sus casas, organizan todas las cestas, revisan las cuentas y preparan el pago a los productores. Es una tarea que hacen entre todos para construir otra forma de consumir alimentos y relacionarse con quienes los crean.

«Un grupo de consumo es un conjunto de personas que deciden unirse para consumir de manera diferente», es decir, «sin dejar que decidan por ti los grandes grupos comerciales». Esa es, para Yolanda Olcina, una de las veteranas del grupo de consumo «El Cabasset d’Arrancapins», la definición de un movimiento social y ambiental que nació al calor del 15-M y en el que participa desde 2011. Los integrantes de estas asociaciones comparten las mismas preocupaciones sobre cómo influir, a través de un consumo crítico, en los problemas sociales y ambientales que tiene el acto, aparentemente neutro, de comprar o no un producto.

«Me parece muy injusta el tipo de sociedad lowcost en la que vivimos», critica Olcina, argumentando que «nos gusta tenerlo todo muy barato pero no nos gusta que a nosotros nos lo paguen así», refiriéndose a las rentas finales que reciben los agricultores por sus productos tras pasar por todo el sistema de intermediarios que lo separa del consumidor. Por eso, Yolanda se propuso cambiar sus hábitos de consumo para luchar contra una situación que considera «injusta», en lugar de limitarse a votar en las elecciones.

Producto local y ecológico

Los miembros del grupo de consumo, que cuenta actualmente con 28 familias, están «preocupados por la ecología» a la hora de comer. No quieren que los productos con los que se alimentan estén tratados con pesticidas porque «se están cargando los acuíferos», entre otras razones ambientales y sanitarias. Por eso, prefieren consumir productos cultivados de forma ecológica y que su origen sea el más cercano posible.

«Empezamos comprando verduras y hortalizas», comenta Yolanda, que añade que ampliaron la cesta a cerveza, vino, leche, legumbres, y productos de limpieza y cosmética. Además, intentan extenderse a otros ámbitos de consumo, como las finanzas o la energía, buscando bancos que no especulen con el dinero «como ha pasado en algunas cajas» o empresas que suministren energía que provenga al 100% de fuentes renovables, como la energía solar.

En «El Cabasset d’Arrancapins» colaboran con 15 productores a los que examinan mediante una encuesta y con visitas periódicas a sus lugares de trabajo para comprobar si tienen a sus trabajadores dados de alta o si tienen sueldos dignos, entre otras cuestiones: «No miramos sólo el producto, sino que haya ética detrás del productor», afirma Olcina. La comisión de productores se encarga de esa labor. Mientras, la comisión de formularios se encarga de hacer los pedidos de cada familia a los productores.

Por otro lado, la comisión de economía repasa las cuentas y vigila cada euro que entra y sale de la caja común con la que afrontan los gastos. Cada componente del grupo debe participar en una de las comisiones para que todo funcione. Es la parte más sacrificada de este movimiento, donde se pide la implicación de todos para que el grupo salga adelante.

Es una organización horizontal: «Aquí no hay líder ni nadie que decida nada», asegura Olcina, por lo que las decisiones se toman conjuntamente en asamblea, donde cada familia tiene un voto.

Después de cinco años, el grupo se ha consolidado y esta tejiendo una red social que une a personas del barrio con productores preocupados por la salud del medio ambiente y la justicia social. Pero más allá de los ideales, el grupo ha conseguido «hacer barrio», conocer al vecino del patio de al lado y «poder dejarle las llaves de casa sin ningún problema». Es la confianza que «aún existe en los pueblos y se ha perdido un poco en las ciudades», algo que celebran cada miércoles cuando acaba el reparto y empieza «la xarraeta».