Lo suyo, lo describe bien Jeremías (20,9), fue siempre el fuego que tenía en su interior, en sus huesos, por evangelizar, catequizar. Por ello, recién ordenado sacerdote, en 1958, se fue a misiones. Nacido en Foyos/Foios, fue en su primera juventud muy trabajador y como casi todos los de su generación se empleó en la Yutera. Pronto despuntó por su humanidad y deportividad, destacó por ser un excelente jugador de pilota valenciana.

Despertada en él la vocación religiosa, el «rebuget» como se le conocía popularmente, marchó al Seminario y cantada su primera Misa tomó el primer barco para Colombia. El cura, don Eugenio, tuvo que despegar a madre e hijo fundidos en besos, abrazos y lágrimas, a la hora de la partida. Fue una dura despedida para los dos. El fuego por evangelizar, pro profetizar, le reconcomía por dentro. «Ay de mí si no evangelizara».

Era de los curas que creía fuertemente en Dios, rara avis en el sector. Indudablemente un santo. De sus 86 años de vida, se empleó a fondo 75 en su misión de llevar el mensaje de Dios allá donde se le mandaba. No le arredraba nada. Tenía a Dios con él. Su sacerdocio fue pura fe y humildad. Se lo creía y convencía, transmitía, comunicaba con fuerza y vigor. Insisto, puro Jeremías.

Misionó en la selva colombiana, entre indígenas, de lancha en lancha y río en río. Negociaba con la querrilla para que le dejaran deambular pastoralmente y el Gobierno llegó a confiarle pagar a los trabajadores que hacían carreteras en su demarcación, porque desconfiaba de sus propios funcionarios. De simple cura en la selva, acabó de Vicario General de Cartagena de Indias.

De Colombia lo enviaron luego a la República Dominicana y a Nicaragua. Acostumbrado a relacionarse con la guerrilla para que le dejaran evangelizar, utilizó las mismas habilidades para que los sandinistas respetaran su trabajo. Su bondad, humanidad y santidad, le abrieron las puertas más difíciles en su apostolado. Sandino le respetaba y Violeta Chamorro le ayudó mucho. También trató con Daniel Ortega. Trabajó aquí en el campo de la educación y formación. Por ello, el Gobierno de España le dio la Encomienda al Mérito Civil de la Orden de Isabel la Católica.

Jubilado ya, afectada su salud, deteriorado su corazón por tantos años de intenso trabajo en lugares difíciles, un marcapasos le hizo sostenerse, caña quebrada que fue todo un báculo y no abdicó de transmitir el fuego de Dios a los demás. Regresó a su pueblo natal en su humilde condición de colaborador parroquial. Se emocionaba hablando de Dios y su intenso sentimiento y acrecida de lo traducía no pocas veces con lágrimas. Impresionaba su testimonio.

Una de sus últimas actuaciones públicas fue en un pregón de fiestas patronales, que centró en su entrañable Virgen, la Mare de Déu del Patrocini, su historia y salvación de la quema de la pasada persecución religiosa y del sacerdote mártir que la salvó. Lo recordó ante los intentos continuos de borrarlo de la memoria histórica.

Hoy será enterrado en su pueblo natal, donde gozó siempre del cariño popular, este profeta de la Palabra de Dios, profeta de verdad, que cumplió el encargo (Jer,23) «el que tenga mi palabra, que diga de verdad mi palabra».