­Hoy es tu 50.º cumpleaños y te tenía preparada una fiesta sorpresa. Íbamos a estar todos los que te queremos: tus hijos, hermanos y sobrinos, tus entrañables y eternos amigos del GLEM (Guillermo, Luis, Eduardo y tú, Miguel); tus «Amigos para siempre», tus amigos de «Kedadas»; y mis amigos del alma, que desde que llegaste a mi vida me han visto sonreír, serena, y estar feliz como nunca, y sólo por eso, también te querían.

El periódico Levante-EMV me da la oportunidad de dedicarte esto, Miguel. Me dolía mucho que un hombre tan extraordinario e increíble como tú sólo fuera recordado (sobre todo en prensa) por un trágico suceso; por una gran tragedia en la que se dieron muchas casualidades fatales que, como humanos, nos es difícil entender y alcanzar. Me dolía porque tú, Miguel, eres y fuiste, siempre, mucho más que eso. Que un día en que saliste a correr para entrenar tu primera maratón (un reto a tus 50 años). Yo te decía que «no tenías que demostrar nada a nadie», y mi corazón sabía que era tu manera de demostrarnos a todos que por fin estabas fuerte y en la salida de todo lo que llevabas cargando en tu mochila. Dispuesto a llegar a la meta. Y te encontraste con la muerte. Sin querer, sin ser consciente. Un hombre tan prudente, lógico, racional y con tanto sentido común..., que todos los que te conocemos, seguimos sin creerlo.

Tú, mi amor, eras más que eso. Que un trágico suceso. Olvidamos con frecuencia que no controlamos nada, que sólo somos dueños del presente y muchas veces ni siquiera de éste. Se nos olvida, que «la vida es más grande que nosotros» y ese día, te tocaba...

Padre extraordinario, cariñoso, sensible y atento con tus hijos (ellos, por encima de todo).

Hermano de tus hermanos y comprometido con ellos (siempre ahí). Encantador y mágico con tus sobrinos. Exquisito siempre con mi familia. Muy, muy amigo de tus amigos. Increíble como persona. Honesto, leal, sincero, inteligente, con sentido del humor, creativo hasta la médula, culto a rabiar («WikiMiguel»). Profesional incansable buscando siempre la excelencia. Y valiente, Miguel, porque en tu profesión (mucho tiempo ya resentida y vapuleada), tratabas de «reflotarla», porque la llevabas en vena. Increíble como profesor trasmitiendo siempre lo mejor de tí. Y sobre todo, Miguel, eras un caballero de los pies a la cabeza; tenías el gran «don» de ponerte, siempre, al nivel del otro.

Mucha gente, demasiada, dice que yo para ti fui un regalo. Que te devolví la vida y la sonrisa. Que te aporté seguridad, confianza, fuerza, ilusión y las ganas de sentirte merecedor de lo bueno de la vida. Y me emociona escucharlo. Mucho. Y a esa demasiada gente yo les respondo: El regalo lo fue él para mí. El mejor hombre que he tenido en mi vida. El mejor compañero de viaje. «Déjame apoyar mi confianza sobre tu hombro „te decía„. Primero el uno y luego el dos, Miguel, ya verás cómo salimos de esta». Y así, tratábamos de transcurrir en la vida, que algunas ocasiones nos traía desgracias y otras veces, alegrías. Y nos teníamos, Miguel. Uno al lado del otro. Eramos un tándem, Miguel, el mejor equipo.

Sé que cuando pase esta pesadilla de dolor y locura podré decirte con calma: Gracias Miguel, por haber estado, por haberte compartido, por haberte tenido. Eres el mejor regalo que me ha pasado en la vida. Tú, Miguel Álvarez Garnería. Tú. Más allá del corazón y del alma.

Gracias al periódico por este gran regalo a Miguel. Alguien tan especial como él no podía despedirse así de esta vida. Gracias de corazón.