«Carpe diem, tempus fugit. Todo en la vida, efectivamente, es revisable». Lo revisable era en concreto el liderazgo de Pedro Sánchez y el emisor de la frase era Ximo Puig. Sucedió el 5 de octubre de 2015 tras un desayuno informativo en Madrid, el líder del PSOE aún no se había enfrentado a unas elecciones y tomó aquella declaración del presidente de la Generalitat como una imperdonable afrenta personal.

El episodio marca el punto de inflexión en una relación que nunca fue cordial y que acabó de facto el pasado 11 de mayo, cuando Ferraz prohibió la propuesta de Puig para presentarse al Senado en las elecciones del 26 de junio en una Entesa con Compromís y Senado. El propio jefe del Consell lo ha desvelado ahora, tras dimitir formalmente junto con otros 16 miembros de la ejecutiva del PSOE encabezada por Sánchez. Dejó de sentirse parte del citado órgano en ese momento, si bien no renunció oficialmente para no dañar la imagen del partido. Lo ha explicado en un correo electrónico a los militantes valencianos.

Fue el broche a una relación que nació con muchos intereses compartidos pero con poco afecto sincero. Las federaciones andaluza y valenciana fueron las que alentaron la candidatura de un entonces desconocido Sánchez frente a Eduardo Madina en julio de 2014. El PSPV creyó ver en el diputado la reparación a su histórica falta de influencia en Madrid. No obstante, ya en aquel momento, Puig no se volcó con la joven promesa. Dejó libertad a las bases, que por primera vez elegían al líder, y delegó la tarea de trabajarse a la militancia al aparato de Blanqueries.

La decisión de Sánchez en febrero de 2015 de fulminar al hasta entonces líder de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, e imponer una gestora fue uno de los primeros capítulos en el divorcio de una pareja que nunca se había querido mucho. La federación madrileña era, como la valenciana, una de las que había aupado al cachorro socialista. Puig calló, pero entre ambos se coló aquello del dicho popular: Cuando las barbas de tu vecino veas cortar?

A Blanqueries no le gustó tampoco la insistencia de Sánchez durante las elecciones autonómicas de 2015 en imponer la marca PSOE sobre la variante valenciana, pero con todo, y ya instalado Puig en el Palau de la Generalitat, no miró el bolsillo durante la campaña de las elecciones generales del 20 de diciembre.

Hay consenso en que el mayor acto de Sánchez fue el de la plaza de toros de Valencia, organizado por el PSPV. Otras federaciones no se atrevieron ante el riesgo de pinchazo. Quizá pesaba el desliz de Puig en Madrid de semanas antes: el del liderazgo revisable ante la insistencia de los periodistas.

No sirvió de mucho, porque Puig y su equipo se sintieron maltratados por el líder cuando en las últimas Fallas se enteraban casi en el último minuto de la visita de este, más pendiente de cumplimentar a Mónica Oltra, Joan Baldoví y Joan Ribó.

Y así, en ese clima, llegó el desencuentro final de mayo. Puig planteó la Entesa en un intento a la desesperada por mantener la representación electoral del PSPV en el Senado „Joan Lerma ocupa escaño por designación de las Corts„ y por consolidar la relación con los socios del Acord del Botànic. No entendió el no de Ferraz a lo que funcionaba, con matices distintos, en otros territorios. Calló, acató la decisión, pero dio por rotos todos los puentes con el secretario general, a pesar de que luego pasearon juntos por Valencia ante los fotógrafos, un gesto para la galería (de campaña), como ahora se puede comprobar. Más después de que ese mismo día el candidato prefiriera comer con un grupo de periodistas sin avisar al president. Puig lo anotó. Y subrayó (imaginariamente) en su libreta semanas después cómo el líder defendía la alianza a la izquierda que a él le había impedido practicar.