Menos de 24 horas después de ser uno de los protagonistas del episodio final del cisma que desangra el socialismo español, Ximo Puig intentó ayer reconducir la situación. «El difícil momento actual hay que administrarlo desde el sosiego y la prudencia», dijo. Un tiempo de confrontación «a superar y reparar heridas».

Lo dijo entre las paredes nobles de la antigua biblioteca del Palau de la Generalitat, tras presentar una campaña institucional por el 9 d'Octubre que lleva por lema „esos pliegues juguetones del azar„ «Tots a una veu», precisamente cuando el cuestionado líder del PSOE, Pedro Sánchez, denuncia la ausencia de «una voz unida» en el partido. «Yo quiero tender puentes y no cavar más la fosa», apuntó Puig, un veterano que puede decir que «la experiencia hace ver que las heridas se curan». Antes o después.

Lo dijo en una extensa comparecencia ante periodistas en la que no rehuyó preguntas en un intento por explicar su postura: fue uno de los 17 miembros de la ejecutiva federal del PSOE que el pasado miércoles dimitió en un intento por provocar la caída del líder. Un movimiento que ha devenido en gran espectáculo televisivo con Sánchez como superman resistente en Ferraz frente a un grupo de barones comandados desde Andalucía y opuesto a que intente un gobierno de izquierdas.

Ese es el discurso que Puig se afana en desmontar para hacerse entender por la militancia, la ciudadanía y los socios del Consell. Quizá el orden sea el inverso.

Alegó así la existencia de un «desprecio sistemático a los representantes territoriales» y «una concepción centralista». Subrayó que «se había roto el diálogo» entre el secretario general y los presidentes autonómicos. Y acusó al hasta ahora líder de sostenerse sobre una premisa imposible, la del pacto a la izquierda: «No se puede engañar más a los ciudadanos. No es posible un gobierno progresista, los actores han dicho que no». No suma aritméticamente, zanjó.

Precisamente, ese pacto progresista es el que mantiene a Puig en el Palau de la Generalitat, el mismo (con Podemos y Compromís) que intentó poner en práctica con la Entesa al Senado antes del 26J y que Sánchez vetó. Como el líder del PSPV recuerda en el correo electrónico que envió la noche del miércoles a la militancia, ese fue el momento de la ruptura final con el secretario general, el día que dimitió de facto de la ejecutiva.

El otro afán de Puig es desmarcarse de la presidenta andaluza, Susana Díaz, y de que la operación tenga como fin entregar el poder a Rajoy.

«Los valencianos queremos una voz propia „aseguró sobre la líder andaluza„, a veces estaremos de acuerdo en unos planteamientos, a veces no. El etiquetaje raquitiza», sentenció.

El líder del PSPV se ha sumado al golpe (de timón) en Ferraz, pero sus intereses tienen poco que ver en estos momentos con los de Díaz, con la que le une „con ella, sí„ una buena relación. Pero Puig no demoniza a Podemos (gobierna con su apoyo) y defiende una España plurinacional.

El presidente de la Generalitat remarcó que no quiere al PP. «Nadie plantea una gran coalición», aseveró. No obstante, animó a huir de apriorismos y deslizó una posible salida al callejón sin salida electoral: una «pasarela para la gobernabilidad [del PP] que debería estar condicionada». No precisó esas condiciones que el PSOE podría imponer. «Ese es el debate a realizar hasta final de octubre», dijo.

¿Debe conducirlo Sánchez? Puig defendió que ha de ser «una comisión gestora de confianza del comité federal la que establezca el debate necesario».

Pero la vida no acaba entre Blanqueries y Ferraz. El jefe del Consell también quiso plasmar ayer que lo prioritario para él es su compromiso con «todos los ciudadanos» y el Govern del Botànic, «que quiero preservar de esta situación externa».