El problema tiene cuatro lados. En un costado hay 795 millones de personas que pasan hambre; uno de cada nueve habitantes del mundo, según la ONU. En otro está la posibilidad de desarrollar alimentos transgénicos —producidos a partir de un organismo modificado mediante ingeniería genética— que aumentan la productividad al minimizar las plagas y poder germinar en climas y suelos adversos. En el tercer lado emerge Greenpeace y los grupos verdes que arremeten contra los «daños irreversibles en la biodiversidad y los ecosistemas» de esta práctica transgénica que a su juicio sólo beneficia a las multinacionales. Y en el último lado hay 119 Premios Nobel que han firmado una carta que califica de «crimen contra la humanidad» el rechazo a los alimentos transgénicos. La carta la ha impulsado el Premio Nobel de Medicina Richard John Roberts, el bioquímico que ayer abrió el Congreso Internacional sobre Pobreza y Hambre organizado por la Universidad Católica de Valencia.

En una conversación con Levante-EMV, Roberts enmarca el problema al señalar las dos causas del hambre. «Primero, la pobreza. Y segundo, no tener las mejores variedades vegetales para cultivar, alimentar a la población y nutrirla bien», subraya. Por eso, sostiene, «decir a las personas de los países en desarrollo que no deben consumir alimentos transgénicos las está condenando a una vida de pobreza y, de facto, las está matando».

Frente a la agricultura ecológica que propugna Greenpeace, el nobel inglés pone un ejemplo. Cuenta que en Uganda y en la mayor parte del África subsahariana existe un problema con las bananas: una plaga las está matando. «A través de la selección natural y tradicional está plaga no tiene solución. En cambio, a través de los organismos genéticamente modificados es fácil resolver el problema. Y no es baladí: en Uganda el 30 % de las calorías se ingiere con las bananas», afirma.

Ciencia politizada

Los transgénicos son seguros, recalca, y no hay argumento científico que lo rebata. «Sólo prejuicios», insiste. Roberts lamenta que la política hace poco caso a la ciencia, que la ciencia se está politizando, y que hay que comprender que capitalismo y transgénicos «son dos cuestiones totalmente distintas». Que no se ataque a la una arrojando la otra, pide. Él mismo, precisa, se define como crítico con el capitalismo. «Porque no funciona ni sirve para todo», precisa. Pero advierte de las consecuencias de dar la espalda a los transgénicos. «En Occidente podemos elegir: no comer carne o no comer alimentos transgénicos. Pero esa posibilidad de elección no la tienen millones de personas en los países en desarrollo. Ellos no pueden elegir. Y si queremos vencer al hambre, los alimentos transgénicos han de formar parte de la solución. Si los excluimos, no vamos a resolver el problema del hambre», augura.

El Nobel de Medicina de 1993 se muestra crítico con los políticos. «Les gusta financiar la ciencia, pero luego no escuchan los resultados de las investigaciones. Tienen una agenda política que pasa por su reelección y el hambre no está en esa agenda. Porque los hambrientos de otros países no votan», concluye. Obama prevé que Estados Unidos envíe humanos a Marte en 2030. La solución al hambre, teme Roberts, «probablemente llegue más tarde».