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Los soldaditos ya no son solo de plomo

Marcos Sánchez es el único valenciano que continúa con la fabricación de figuras de metal en miniatura - Lo hace solo desde su taller de Burjassot

Marcos Sánchez Fernando Bustamante

Cautivó el corazón de su dueño, un niño que le vio como el más valiente del batallón precisamente, porque le faltaba una pierna. «El soldadito de plomo», el que fue protagonista de uno de los cuentos infantiles más conocidos de Hans Christian Andersen (1805-1875) nació en 1838, cuando su autor decidió aprovechar el éxito que tenían estas figuritas, auténticos ejércitos en miniatura, en toda Europa. Eran los juguetes más cotizados del momento.

Hoy los niños se entretienen con figuras similares, de mil formas y colores, pero de plástico, el material estrella en juguetería desde los años 50 y el fin de la reproducción de soldaditos de plomo como distracción para los más pequeños. Hace décadas que las miniaturas de plomo se despidieron de los niños. Los soldaditos, no. Los soldaditos siguen teniendo éxito entre los pequeños, pero ahora son de plásticos y van vestidos con los uniformes de las fuerzas especiales.

El soldadito de plomo ya no es un juguete infantil. Sin embargo, sigue teniendo su sitio y no es un cajón repleto de iguales. Ahora ocupa una estantería, una vitrina, un lugar preferente. Se ha convertido en una pieza de coleccionista, en un objeto de decoración, lo que no significa que su fabricación se haya extinguido, ni mucho menos.

Marcos Sánchez tiene 57 años y lleva desde los 16 creando figuras en miniatura. Por sus manos han pasado centenares de miles de reproducciones. Figuritas de plomo que hace años que, sin embargo, ya no son exclusivamente del elemento químico Pb. Ni las de él ni las de nadie. Hace años que se emplea una aleación de plomo, estaño y antimonio. Lo llaman «metal blanco». «Se utiliza la aleación para que la figura tenga más dureza. No tiene nada que ver con la toxicidad porque, de hecho, el 80% sigue siendo plomo, pero se utiliza esta aleación de metales. Cuando yo empecé a trabajar ya se empleaba y de eso hace ya más de 40 años», explica Marcos Sánchez.

Su vida laboral está unida a las figuras de plomo. En su juventud trabajó en una de las múltiples fábricas dedicada a la fabricación de miniaturas, empresas que han ido desapareciendo por la competencia china. Con el plástico empezó el declive y la producción china hizo el resto. Ahora está solo. Es el único trabajador de su empresa, ubicada en Burjassot, que eso sí, suministra a cualquier parte del mundo.

Una guerra en minúscula

Fundó su empresa en 1994 junto a otros dos socios que ya se han jubilado. Así que es el único valenciano en una guerra de figuras bélicas en miniatura. No es fácil, pero Marcos Sánchez tampoco es de los que se quejan. «Cuando la empresa en la que trabajaba cerró, tres compañeros decidimos emprender una nueva aventura y abrimos Mundiart. Ahora estoy yo solo y me organizo la faena en función de los encargos», afirma. Los pedidos le llegan de distintas partes del mundo (Alemania, EE UU, Francia, Chile, Portugal, Italia... y España) y se centran en tiendas de souvenirs y especializadas.

Miembros del ejército actual o del más remoto, personajes de lo más variados, edificios varios... cualquier figura puede ser modelada en las manos de Marcos Sánchez. Cada figura es única aunque, para que le resulte rentable, debe realizar un mínimo de cinco ejemplares. El cariño, la paciencia y la minuciosidad que emplea con cada una de sus miniaturas es la base con la que trabaja este artista en su taller de Burjassot. Lo primero es la documentación. Cuidar los detalles, hasta lo que parece imperceptible a simple vista. Saberlo todo del personaje, de la escena. Luego llega el trabajo de campo. Artesanía pura de principio a fin. Esculpir o tallar la pieza para realizar el «original», crear el molde para hacer las demás piezas, fundir la aleación, soldarla con estaño, realizar la fase de imprimación y, por último, la pintura. Cada miniatura es «un mundo» pero el artista estima una media de tres horas para cada una de ellas. A partir de ahí, a más dificultad, más dedicación.

Asegura que en los 41 años de experiencia ha visto pocos cambios en la producción de las figuras. La evolución de la maquinaria, sin embargo, le ha facilitado las cosas. «Antes se fundía el plomo de forma manual, con un cazo y un hornillo. Los moldes eran de hierro o barro y las figuras medían 21 milímetros menos», detalla.

A Marcos Sánchez no le ha costado esfuerzo adaptarse a los nuevos tiempos. Su reto es vivir de un arte desconocido que ahora es de coleccionista. Pero le compensa.

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