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Ponencia

Don Quijote visita al neurólogo

El especialista David Ezpeleta desmenuza la obra de Cervantes para hallar las conexiones médicas del personaje

Don Quijote visita al neurólogo

­ «Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio». Cervantes lo advierte desde el primer capítulo, su obra cumbre, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha es la historia de un loco, de un hombre que perdió el entendimiento por su insana obsesión con los libros de caballería y que se torna en caballero andante por las llanuras de Castilla buscando señoras donde solo había mozas y entuertos que «desfacer».

Sigmund Freud aprendió castellano solo para leer el original de Cervantes. No ha sido el único hombre de ciencia fascinado por el personaje y por su periplo vital. Muchos psiquiatras han estudiado minuciosamente la novela buscando un diagnóstico ajustado a una locura tan vívida y bien documentada. Los neurólogos no se han abstraído a esta fascinación.

El especialista del Hospital Universitario Quironsalud de Madrid y profesor en la Universidad Internacional de la Rioja, David Ezpeleta lleva ya diez años ahondando en la relación entre la novela y la Neurología. Esta semana ha vuelto a presentar su ponencia en Valencia en el seno de la 68ª Reunión Anual de la Sociedad Española de Neurología. Desde esa perspectiva neuropsiquiátrica, Ezpeleta aporta su propio análisis de qué le pasaba al cerebro de Don Quijote y de dónde bebió Cervantes para definir de manera tan detallada a un demente.

«Cumple todos los criterios de padecer un trastorno de delirio paranoide». A diferencia de la esquizofrenia, otra de las enfermedades que se han querido ver en el hidalgo, el delirio «está bien estructurado, sus capacidades cognitivas están intactas, quiere convencer al mundo de que tiene razón y además no tiene alucinaciones, sino ilusiones, percepciones ilusorias de la realidad», explica el especialista. Así, Don Quijote necesita de molinos para ver gigantes y de carneros y ovejas para ver un ejército.

«Además, este sistema delirante, sumado a las ilusiones siempre se dispara en el seno de la emoción, cuando intuye un peligro o sospecha un agravio. Es un triángulo perfecto». Ezpeleta entiende que Cervantes estaba familiarizado con la obra «Examen de Ingenios» del médico Juan Huarte de San Juan, considerado como precursor de la neuropsicología. De hecho, el autor utiliza parte de los escritos de aquel en sus obras. La forma en que Huarte de San Juan define a los arquetipos de personas y, en concreto, a los coléricos, parece una nota al pie de cómo es el personaje. «Otra explicación es que Cervantes tuviera en su entorno a una personas con estos problemas ya que está muy bien dibujado».

Esta «locura razonante» como la llama Ezpeleta acompaña a Don Quijote en su periplo en busca de Dulcinea y, capítulo tras capítulo el neurólogo ha rastreado innumerables retazos de trastornos neurológicos, que enumera en su ponencia.

Ictus, epilepsia y efecto placebo

Así, la escena con los odres de vino que el hidalgo destroza en el capítulo 35 describen un episodio de trastorno del sueño REM: «daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla», reza la novela.

El neurólogo explica que soñamos cuando entramos en la fase REM y ahí «los músculos pierden el tono muscular para que no escenifiquemos los sueños y nos hagamos daño. En este trastorno esto no sucede».

De igual manera, Ezpeleta ha encontrado desde trastornos de la identificación de las personas, a la descripción de un ictus («?tal se acuesta sano la noche, que no se puede mover otro día»), como referencias al efecto placebo, la medicina preventiva o la epilepsia.

«De todo lo detectado en la lectura puede que no transmita ni una pequeña parte», asegura el neurólogo que recuerda que en la novela, como en la vida, pasa lo mismo que con muchos trastornos delirantes: «que se contagian. Sancho Panza llega a creer a su amo hasta el punto de que se cree gobernador de la ínsula Barataria».

Con todo, la conclusión de Ezpeleta tras el trabajo de desmenuzar la obra es que Alfonso Quijano no enloqueció por los libros de caballería, sino por amor, la «dulcineopatía». «Al final confiesa que llevaba 12 años amando a Aldonza Lorenzo en silencio, a solas, amando de forma oscura, idólatra y asexuada y eso también lleva a la insania».

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