«Ufff... Tienes mala cara, ¿te pasa algo?»; «¡Madre mía! Pero, ¿cuánto has adelgazado?», «Hace mucho que no te vemos... ¿Todo bien?». La mujer a la que van dirigidas las preguntas, realizadas en distintos momentos y por distintas personas, baja la mirada. «Sí, todo bien». Ella sabe que no es así. Su vida es un infierno, las broncas con su pareja son diarias, está deprimida, ha perdido el apetito y se siente una mierda. Literalmente. Pero también cree que es una mala racha, que es su carácter el causante del mal humor de su marido al que, a veces, se le va la mano. Piensa que pasará.

Duda hasta sobre qué ponerse cada mañana. Si no elige la prenda adecuada, puede que él estalle. Puede. Si no ha preparado el plato que a él le apetece, puede que la insulte. Puede. Si habla por teléfono, puede que él se enoje. Puede. Y con esa intención permanente de agradarle, de mantener la calma, de que sus hijos no vean su sufrimiento, vive, o malvive, hasta que se da cuenta de que sí, tiene mala cara y sí, ha adelgazado 15 kilos y sí, casi no sale a la calle porque es mejor que nadie la vea y le pregunte. Mejor. Porque es una mujer maltratada, pero no lo sabe.

¿Cómo puede ser? Pues es. Y no en un caso ni en dos. No es la excepción, sino la regla. Hasta que una mujer asume que está siendo víctima de malos tratos pasa tiempo, demasiado tiempo. Porque antes del primer golpe ha habido muchos insultos. Cuando se trata de palizas, de lesiones, de agresiones físicas, el protocolo se activa y el sistema, con claros y sombras, funciona. Es lo que una de las personas anónimas que participan en este reportaje llama «víctimas de bolsa».

Cuando se trata de malos tratos psicológicos, con alguna que otra agresión física (si la hay) la historia es bien diferente. «Es la víctima la que debe demostrar un maltrato que se realiza de puertas para adentro, en el ámbito privado», afirma la misma mujer. No quiere dar su nombre. Aún acude a los juzgados día sí, día también. Pero le da rabia tener que esconderse, no dar su nombre ni mostrar su rostro. «¿Vergüenza? Vergüenza le tendría que dar a él», responde.

No ha sido fácil encontrar a víctimas de violencia machista que quieran contar su historia a cara descubierta. Pero las hay. Gracia Prada es ejemplo de ello. Pero ella no es una víctima. Es una superviviente. Tiene 50 años, dos hijos (de 22 y 11 años), trabaja en la Fundación Ana Bella y coordina el proyecto «Amigas», un programa donde víctimas de violencia machista se ayudan entre sí. Las que ya han superado el miedo, la frustración, los juicios... Las que han conseguido retomar las riendas de su vida trabajan con las que aún están inmersas en un proceso doloroso para el que no hay un tiempo de recuperación estimado.

El mensaje de Gracia es positivo. ¿Se puede recuperar la vida tras ser víctima de violencia machista? Su respuesta es contundente: «Sí, por supuesto». Pero matiza: «Con la mochila a cuestas, porque arrastras un pasado. Aunque, en mi caso, yo utilizo mi mochila para ayudar a otras mujeres. No tengo secuelas porque, en mi caso, lo tengo superado». De esa «mochila» hablan todas. Las vivencias dramáticas, los episodios violentos, los malos tratos psicológicos... Esa huella es imborrable. Gracia cuenta su experiencia como trabajadora de la fundación. No para de dar charlas, la información es poder y las mujeres deben empoderarse. Sin embargo, no quiere hablar de su experiencia personal. Ni dramas, ni detalles de palizas o episodios concretos. Ese es el trato.

Otra vida es posible

«Mi exmarido me maltrató durante 18 años. No podía sentarme en el sofá a ver una película con mis hijos. Oía la llave en la puerta y me ponía a temblar. Tenía miedo, pánico. Hace diez que me divorcié y ahora puedo decir, alto y claro, que por supuesto que se puede recuperar la vida. Ahora me siento libre en mi casa, soy dueña de mi vida. He vuelto a soñar. Fíjate, algo básico, pero ni tan siquiera podía dormir tranquila. Mi mensaje es positivo porque las víctimas de malos tratos somos mujeres valientes, fuertes y luchadoras. Somos supervivientes», explica. De ahí la camiseta que lleva con orgullo tras crear una red de entidades que buscan el empoderamiento de las víctimas de malos tratos. «Mis hijos dicen que tienen una mami nueva», explica entre risas. Porque sí, ha vuelto a reír. Con la boca y con la mirada.

«Sí se puede. Se puede superar el maltrato y se puede recuperar la autoestima. Se puede ser feliz y vivir una vida plena. Yo soy ejemplo de ello, pero también digo que no se puede hacer sin ayuda», explica. Y para eso, para empezar a caminar, hay que romper el silencio, el mejor aliado del maltratador. «El problema reside en que no te das cuenta de que estás siendo maltratada. Lo excusas, le buscas explicación a su comportamiento e intentas imaginar un mundo dónde él ha cambiado. Pero no cambiará», sentencia.

Denunciar al maltratador es clave, pero no tiene por qué ser el primer paso, ni mucho menos. «Yo acudí primero a la asociación a la que pertenezco como una voluntaria. No le dije a nadie mi situación. No me presenté ni acudí por ser víctima, o por creer serlo, pero fue clave para mí. Ahí me di cuenta de lo que me pasaba», explica. Y ahí empezó la nueva vida de Gracia. Un ejemplo de que otra vida es posible, aunque sea con una mochila a cuestas que , en su caso, sirve para ayudar a otras mujeres.