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VIDAS ROBADAS

Aniquilar hasta el recuerdo de la víctima

A Jacqueline Luykc, de 75 años, la asesinaron dos veces. Su marido la mató a golpes cuando ella estaba ya acostada. Y aniquiló también su recuerdo. De este crimen descontextualizado, ya casi nadie se acuerda en Calp

Aniquilar hasta el recuerdo de la víctima

­Jacqueline Luyck y Jack Mertens habían nacido en la misma barriada de Bruselas. Tenían la misma edad. Residían en Andorra y, cada año, pasaban unos días de vacaciones en Calp. Elegían el otoño. Calp era, para ellos, un lugar de paso. No tenían allí su vida. Pero allí Jack Mertens mató a su mujer. La sexta víctima del machismo en la Comunitat Valenciana este 2016 que termina. Su comportamiento posterior delata sangre fría y hasta premeditación. Pero su posterior suicidio cerró el círculo del crimen. Caso cerrado. Pero todo, las explicaciones íntimas de un asesinato atroz, la convivencia de este matrimonio acomodado de ancianos procedente de la culta Europa, quedó por explicar.

Fue un crimen descontextualizado. Los ancianos no tenían ningún arraigo en Calp. Este diario preguntó a belgas, a miembros de la comunidad flamenca del municipio y nadie sabía nada de Jacqueline Luyck y Jack Mertens. No los habían tratado. El hombre la asesinó el pasado 27 de octubre. En Calp, los hechos ya se recuerdan difuminados. «No los conocíamos» es la única respuesta que aciertan dar los compatriotas de unos ancianos que en los diez días que llevaban en el municipio de vacaciones, antes de que el marido acabase con la vida de su esposa, habían pasado desapercibidos. En el edificio Apolo XIV, de 160 apartamentos, los vecinos farfullan una respuesta parecida: «Es que aquí hay mucha gente de paso. Vienen de alquiler y es difícil saber quién sale y quién entra».

Jack Martens esperó a que su mujer estuviera acostada (dormían en habitaciones separadas) para golpearla en la cabeza con la peana de una estatuilla y una tabla de cortar queso. Los investigadores y forenses encontraron sangre en ambos objetos. El marido tapó el cadáver con una manta. Cogió las llaves de la casa y una escalera plegable. Iba en pijama. Estaban alquilados en el sexto piso. Empezó a revisar todas las ventanas del rellano. No halló ninguna que pudiera abrir. Subió al siguiente, y lo mismo. Al final, pudo abrir la manilla de una ventana del noveno. Se subió a la escalera. Se encaramó en el alféizar y dejó vencer su cuerpo hacia delante, al vacío.

Hasta la mañana siguiente, unos obreros de un hotel que se está construyendo junto al Apolo XIV, en la turística avenida Europa de Calp, no descubrieron el cadáver. Estaba sobre una repisa. Los trabajadores vieron abierta la ventana del noveno y enseguida ataron cabos. Avisaron a la Guardia Civil. Al principio, todo era un poco desconcertante.

Los agentes encontraron la llave del apartamento en el bolsillo del pijama del anciano. Hasta ese detalle parecía premeditado. Entraron en el piso y hallaron el cadáver de Jacqueline. Un nuevo crimen machista. Pero, al contrario que otros en los que queda la memoria de la víctima, el tremendo dolor de la familia y amigos, el arraigo, en este caso, el asesino también aniquiló el recuerdo. De Jacqueline no se sabe casi nada. No hay fotografías. Nadie le pone cara.

De este terrible asesinato, sólo se conocen los hechos crudos, desnudos de explicaciones. En las estadísticas, Jacqueline aparece como víctima de un feminicidio íntimo. Ahí parece acabar su historia. Pero enterrar su recuerdo sólo serviría para darle un último triunfo a su asesino.

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