Hay un hombre superdotado, con un cociente intelectual por encima del 99 % de la media, que sabe quince idiomas. Domina castellano, catalán, inglés, francés, holandés, alemán, ruso, japonés, italiano, portugués y rumano; y ahora está estudiando árabe, chino mandarín, euskera y esperanto. El hombre, Pepe Beltrán, que hace unos días estuvo en Alboraia en un encuentro de superdotados adultos, es examinador de patentes en la Oficina Europea de Patentes, en La Haya (Holanda). No se dedica profesionalmente a las lenguas, a la traducción ni a la interpretación. Su respuesta a por qué sabe tantas lenguas sorprende tanto como la lista de idiomas que maneja: «Porque me gusta. No hay ninguna otra razón».

No fue un niño prodigio en el aprendizaje de idiomas. No se topó con otra lengua que su español materno hasta que pasó de quinto a sexto de primaria y en su escuela introdujeron la enseñanza de francés. Ese fue el primero. Al entrar en la Universidad y matricularse en ingeniería informática se encontró con que los buenos manuales, los libros más interesantes, estaban en inglés. Así se puso a estudiar la lengua de Shakespeare por sí mismo: sin profesores, viendo películas y series de televisión en versión original.

Terminó la carrera en Barcelona, donde aprendió catalán con gran rapidez. En solo quince días ya podía conversar en catalán, cuenta. A punto de acabar sus estudios le concedieron una beca en Japón. «Llegué sin saber ni una palabra de japonés, pero me pusieron en un curso acelerado de japonés y en seis meses ya entré en el doctorado de Robótica con las clases en japonés. Es aquello de tirarte a la parte honda de la piscina para aprender a nadar». A él le funciona. Eso, y otra clave que no se cansan de repetir los expertos: «Cuantos más idiomas sabes, más fácil te resulta aprender uno nuevo».

A excepción del francés y el japonés, el resto de idiomas los ha aprendido por su cuenta. Sin profesores. Los que más le han costado, responde, han sido el ruso y el árabe. Pero lo que verdaderamente le atrae es el proyecto que acaricia una especie de sueño o plan para el resto de su vida. Consiste en aprender al menos un idioma de cada una de las principales familias lingüísticas. Y empieza a explayarse.

De la familia indoeuropea ya sabe muchos. De las afroasiáticas está con el árabe. En la familia sinotibetana su misión es perfeccionar el chino mandarín. De la dravídica apunta al tamil. De la caucásica tiene puesto el ojo en el georgiano. De las lenguas aisladas, sin concomitancias con otras como el euskera, le hace gracia el coreano. También quiere aprender una de las lenguas altaicas, las que abarcan a las lenguas túrquicas, mongólicas y tungúsicas. Pero Pepe Beltrán no para. Sigue hablando y enumerando familias y lenguas que tiene en el punto de mira para este proyecto que le ilusiona. Y habla de la familia lingüística austronésica (malayo, indonesio, javanés o tagalo). Y del continente americano: desde los idiomas de los esquimales hasta la Patagonia, que se dividen en muchas otras familias lingüísticas. Y habla de las familias lingüísticas de África, como las nigerocongolesas, que engloba el swahili, o las lenguas kxoe, de donde procede el idioma de los bosquimanos. Y sigue hablando y menciona las lenguas aborígenes australianas o las lenguas papúes del Pacífico.

Es un sueño. Pero los antecedentes (quince variados idiomas) le hacen merecedor del beneficio de la duda de que lo conseguirá.

¿De qué hablar con tanto idioma?

En la conversación, Pepe Beltrán estalla en una carcajada al oír la frase que decía un viejo profesor de Periodismo: «Hay gente que sabe muchos idiomas pero que en ninguno de ellos tiene nada interesante que contar o preguntar». «¡Yo espero tener cosas interesantes que decir!», replica con humildad. De lo que es interesante hablar, se atreve a decir Pepe, es de lo siguiente: «¿Qué quiere decir ser humano? ¿Qué nos hace humanos? ¿Por qué somos humanos? ¿Somos humanos porque tenemos consciencia de nosotros mismos? ¿Dónde está la chispa en nuestro interior que nos hace nosotros? También me gusta hablar de a dónde deberíamos ir y cuál sería la mejor manera de ir. Desde qué haré la semana que viene, hasta dónde podemos ir como especie. Aunque muy a menudo pensemos que el mundo es una bazofia, no nos acabaremos matando. Hay más gente buena que mala, pero las malas son más notorias y tienen más visibilidad. Yo tengo esperanza», remata. Y eso, esperanza, según el traductor de Google, se dice así en los quince idiomas que conviven en la mente de Pepe: esperanza; hope; espérer; ???????; hoffnung; sperare; ???; espero; ??; speran??; esperança; ??; esperança; esperas; y hopen.