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Más que una anécdota

Comer bien para evitar el cambio climático

Detrás de la alimentación basada en el consumo de carnes y pescados obtenidos mediante la ganadería intensiva se encuentra el 18 % de los gases de efecto invernadero

Comer bien para evitar el cambio climático

La Organización Mundial para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sostiene que el sector que más gases de efecto invernadero (GEI) emite, aproximadamente el 18%, después del transporte, que representa el 22%, es el ganadero. Su contribución va mucho más allá de la de los gases expelidos por las vacas, casi una anécdota dentro de los impactos generados por la ganadería: un 9% de las emisiones de CO2, el 37% de las de metano -más que las de petróleo, minería y gas natural- y el 65% de las de dióxido de nitrógeno.

Sin embargo, y pese a los datos, los países participantes en la COP21 de París y su secuela de Marrakech no han planteado la necesidad de desarrollar planes específicos para atajar este agujero negro que puede llevar al fracaso al resto de políticas contra el cambio climático.

Solo Los Verdes en el Parlamento Europeo, del que forman parte representantes de Equo como Florent Marcellesi o de Compromís, como Jordi Sebastià, han tomado la iniciativa de denunciar esta situación, propiciando un gran acuerdo del que deberían formar parte consumidores, grupos políticos, ganaderos ecológicos, animalistas, vegetarianos, etc.

El eurodiputado, hoy portavoz de Compromís en el Parlamento Europeo, Jordi Sebastià, admite que el debate sobre el consumo de carne y el cambio climático es un tema «tabú» en la sociedad española, «aunque inaplazable».

Florent Marcellesi, actual eurodiputado por Equo habla de una «reconversión urgente» que tiene que marcarse plazos y objetivos concretos, como el de reducir el consumo de carne en Europa desde los 100 kilos de media anual a solo 20 antes de 2020. «Un objetivo que requiere muchas complicidades», sostiene.

Las emisiones de CO2 de las personas vegetarianas son un 50% de las de quienes consumen carne a diario. Producir un kilo de ternera con ganadería intensiva supone emitir 27 kg de CO2, mientras un kilo de lentejas contribuye con solo uno de dióxido de carbono. Y ello por no hablar de la huella hídrica o el impacto sobre la biodiversidad.

Otro apunte: volver a la dieta mediterránea significaría, además de salud, reducir en más de un 70% las emisiones de CO2 asociadas a los alimentos.

Los animalistas rechazan cualquier componenda. Los consumidores, dicen, deben ser conscientes de que «nada es como antes» y que no hay vacas, corderos, aves o pescado que procedan de una producción sostenible».

«Ahora mismo hay en el mundo 8.300 millones de animales que están siendo criados, sometidos a condiciones penosas y un estrés insoportable, para convertirse en alimento», afirma Daniela Romero, directora general de Ánima Naturalis.

Existe también un problema de obesidad que es necesario atajar, sostiene Alejandra Clark, activista pro-alimentación sostenible, mientras Marta Messa, de Slow Food, reivindica el placer de los buenos alimentos, el respeto a las comunidades locales y al medio ambiente. Cree que la adopción de medidas para el fomento de la ganadería extensiva y ecológica podría reducir mucho las emisiones de CO2.

Un ganadero comprometido

Mientras, Fernando Robres, ganadero y propietario de una carnicería ecológica en Castelló, escucha con respeto aunque algo perplejo algunos de los mensajes que se lanzan contra el consumo de carne.

Cada año mueve sus vacas entre Vistabella del Maestrazgo y Mosqueruela. Las alimenta con pasto natural y «refuerzo» de cebada y otros productos naturales. «Soporta» dos administraciones -la de Aragón y la de la Comunitat Valenciana-, que a veces aplican políticas y directrices contradictorias, y pelea por conseguir terneros sanos, criados en libertad, que luego vende en su carnicería de Castelló.

La suya es, en parte, la «nueva estrategia» que suscribe Marcellesi o al menos la que mayor consenso provoca: «Luchar contra el cambio climático, reforzando asimismo los derechos de los animales, pasa por un camino bien distinto: reducir el consumo de carne y pescado dentro de unos límites ecológicos y abastecerse -en caso de seguir comiendo carne de manera ocasional- únicamente de carne ecológica procedente de ganadería extensiva y local».

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