Son cuatro semanas y 800 euros, más «un mínimo de 3.000» para conseguir una buena máquina. Esa es la versión más barata de conjugar uno de tantos sueños infantiles, el de pilotar el Halcón Milenario, con un oficio real. La empresa Aerocámaras inicia el mañana lunes, 23 de enero, su curso de piloto avanzado de drones en Valencia. La que salga de ahí será la primera promoción titulada con esta compañía en la ciudad con una veintena de alumnos, cuenta uno de los responsables e instructores, Emilio Aguete.

La empresa ha instruido a un millar de alumnos solo en 2016 -cuentan con presencia en diez puntos del país- y Aguete asegura que un 60 % de quienes se convierten en pilotos profesionales acaban convirtiendo la actividad en su oficio, «sobre todo en el mundo audiovisual».

El curso consta de 75 horas repartidas en cuatro semanas, de las cuales las tres primeras son completamente online. Al final del recorrido se plantea un examen teórico y una sesión con instructores de la escuela y con un dron profesional que aporta la empresa y que pesa hasta 25 kilos.

La evolución de estos aviones no tripulados tiene efectos como el desdoblamiento del aprendizaje. No solo proliferan los cursos oficiales para saber cómo volar uno de estos aparatos, es que hay nivel básico y avanzado. La diferencia, cuenta el instructor profesional, es que en el básico se enseña a controlar el dron manteniendo siempre el contacto visual con la máquina. «En el avanzado se instruye en el vuelo no visual, en el que te guías por lo que te muestran las cámaras, o mediante coordenadas», abunda Aguete.

Las clases prácticas, claro, tendrán lugar a las afueras de la ciudad, aunque Aguete no es capaz de precisar la zona. Pero la delimitación de los espacios en los que se pueden soltar estos artilugios forma parte del corpus legislativo que se impulsó con la invasión de los teledirigidos. «La gente se va concienciando sobre cómo utilizarlos, al principio había mucha ignorancia», explica el instructor de una empresa que hace cuatro años apostó por el sector; «también es cierto que ha habido varios cambios en la ley que han generado confusión», reflexiona. Sobre este extremo, el experto cree que en la próxima modificación de la norma se va a abrir la mano en la concesión de licencias y, al mismo tiempo, se controlará más a quien utilizan el dron.

Trabajos imposibles

Disponer de uno de estos robots voladores permite a las empresas imaginar, cuenta el profesor, todo tipo de soluciones. «Sobre todo trabajamos en rodajes, tanto en ficción como en publicidad», detalla Aguete; aunque también prestan servicios a compañías de topografía, o a administraciones, en temas tan dispares como la inspección de fachadas o de líneas de alta tensión, o en servicios de emergencias, especialmente útiles porque «con el dron puedes realizar vuelos más bajos que con un helicóptero», apostilla Aguete.

Alguna vez, reconoce, hay quien improvisa una tarea irrealizable para estos artefactos, que sirven incluso para inyectar veneno en nidos de avispas exóticas colonizadoras, cuenta Aguete. Más allá de la fascinación por el juguete de Navidad, hay un terreno cada vez más vasto para quienes se abren futuro junto al socio volador.