Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Testimonios

Las caras que Trump no quiere ver

Refugiados que llegaron a la C. Valenciana desde países a los que EE UU ha impuesto el veto migratorio denuncian el «fascismo» de esta medida y relatan sus historias de integración en su nueva «terreta»

La siria Samar Hammadeh, asomada a su balcón de Benimaclet. dani tortajada

El presidente Donald Trump ha señalado a sus países como una especie de nuevo Eje del Mal: no permitirá durante noventa días la entrada en Estados Unidos a nadie que proceda de Irán, Irak, Somalia, Sudán, Siria y Yemen. Tampoco admitirá la entrada de refugiados sirios. Otros países de mayoría musulmana y vinculados con el terrorismo, como es el caso de Afganistán, no saben qué ocurrirá con ellos en el futuro. ¿Y cómo se vive sintiéndose parte del «mal» por orden de la persona más poderosa del mundo?

Samar Hammadeh es siria. Llegó a España en 2013. Vive en Valencia, con estudios de Máster en Gestión Cultural y Comunicación Social. Habla de las bombas en Damasco, de cómo sufre cada día por su madre, que sigue en la capital siria. «La decisión de Trump es brutal», empieza. «Obligar a la gente que está esperando en el aeropuerto a regresar a sus países, muchos de ellos en guerra, no es un acto propio de un presidente ni de un país creado a base de inmigrantes y que depende de ellos», explica en perfecto castellano.

Samar reside en Benimaclet. Estudia y hace deporte en las instalaciones de la Politécnica. Espera que se resuelva favorablemente su solicitud de refugiada, con la asistencia de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR PV), que atiende todos estos casos y actúa de salvavidas ante tanta animadversión en estos tiempos duros para los refugiados. Dice Samar que esta losa de mala prensa les persigue desde el 11 de septiembre de 2001. Ya ha pasado década y media de aquellos atentados. «Ahí empezó una campaña contra todos los países musulmanes; aunque no tuviéramos nada que ver, ya éramos parte del problema», señala. Responde que sí, que se siente «ofendida» con la controvertida medida de Trump. Su país, el drama de sus refugiados, están en la diana. También está preocupada por los sus compatriotas refugiados. «No sé qué va a pasar con ellos», reflexiona.

Ella tiene un tío instalado en Estados Unidos. «Si mi madre decide marcharse de Siria y quiere ir junto a mi tío, ya le han cerrado la posibilidad de vivir allí. Y nadie sale por gusto de su país, sino por cosas como la guerra. Los sirios no buscan vivir bien. ¡Solo quieren vivir, por lo menos vivir! Si en mi país la situación estuviera en paz y mejor, yo me iría ahora mismo. Pero no es así. Hay guerra, no hay trabajo, hay una gran crisis de electricidad, agua y gas. ¿Para qué voy a volver?», se pregunta. Y añade: «Trump está clamando por los derechos humanos y la no discriminación, pero en su medida hay un ejemplo de discriminación».

Abdullahi Ali es somalí. Llegó a Valencia como asilado político en 2005. La guerra civil que va carcomiendo las entrañas de su país desde hace décadas le obligó a salir de Somalia. A su padre, militar de alto rango, lo asesinaron en 2009. Abdullahi no pudo asistir a su entierro. Hace doce años que no pisa Somalia. Lo está deseando. Tal vez en un mes consiga el pasaporte español, por el que lleva tanto tiempo luchando junto a CEAR, como asilado político.

Es de respuestas cortas. Abdullahi avanza que la medida de Trump le parece «mal». «La democracia no permite eso», añade. A su juicio, la decisión del presidente estadounidense es «un error grande» porque «toda persona tiene derecho a estar en cualquier sitio». No le gusta que su país figure en el club de los «malos», como los ha definido el presidente Trump a través del boletín oficial estadounidense en el que se ha convertido su cuenta de Twitter. El somalí, pensionista por motivos de salud, exige «que la comunidad internacional actúe». «Que nos nos dejen solos», clama en referencia al club de países vetados por la nueva América. También confía en que el racismo y la xenofobia no se disparen contra países como el suyo a raíz del veto migratorio implantado por el inquilino de la Casa Blanca.

El éxodo de Akbar

Akbar es afgano. Tiene 35 años y el relato de su llegada a España, entrecortado y como pasando por encima de algunos capítulos duros, da cuenta del sufrimiento de estas huidas a la desesperada. Montado en una barca de goma para cruzar el mar. Oculto como polizón en el interior de un camión. Andando durante muchos kilómetros. Durmiendo durante meses en un bosque de Grecia o en la calle. Aguantando malos tratos de policías en su largo periplo. Desde Turquía hasta España tardó más de un año en llegar. «Aquí ya pude respirar y ser tratado como un humano», resume Akbar.

Es oriundo de la provincia almendrera de Daikundi, donde habita la etnia de los hazara. Afganistán no está formalmente entre los países señalados por Trump. Pero como país musulmán de tan funestas reminiscencias para la opinión pública americana, está en el ojo del huracán a la hora de solicitar visados o asilo político. Akbar lleva nueve años en Valencia. Tiene un trabajo de chófer. Paga su alquiler, paga sus impuestos. Tiene el estatuto de protegido como refugiado por la situación que va devorando su país. Está alucinando con Trump. «¿En qué mundo vive ese señor? Estamos en el siglo XXI. No puede prohibir a nadie que entre en Estados Unidos. Es injusto y de locos. Además, no dice la verdad. Y tiene una actitud fascista: América sólo para los americanos, para nadie más, cuando en realidad en su país hay negros, latinos, musulmanes y muchas otras minorías», sostiene.

«Todos salimos de un sitio malo, ¡nadie sale de un sitio bueno!», esgrime Akbar con el tono de quien sabe que está recalcando una obviedad pese a ello desconocida. Él considera que con su lista de países malos, Trump propiciará «el efecto contrario al que busca: más radicalización». Akbar espera que el mandatario que ha pasado de la Torre Trump a la Casa Blanca «no continúe así». «Hay muchos refugiados que, como yo, necesitan salir en busca de una vida mejor, de un futuro para él y para sus hijos».

Si los extranjeros fueron buenos para levantar un país con la Estatua de la Libertad como icono de Ellis Island, también ahora deberían ser acogidos por Estados Unidos, reflexiona Akbar. Él menciona la pobreza y la guerra que vio en Afganistán. Ya tiene el estatuto de refugiado. Puede respirar. Pero muchos otros necesitan salir para coger aire.

Compartir el artículo

stats