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Historia

Emilio Monzó: "Me gustaría llegar a ver la igualdad"

Emilio Monzó, de 96 años, será homenajeado hoy como antiguo alumno del Instituto Obrero de Valencia y persona con una intensa vida: luchó en la guerra civil, pasó por tres campos de concentración, colaboró con la Resistencia francesa, intentó la invasión del Valle de Arán y se exilió a Argentina

Emilio Monzó: "Me gustaría llegar a ver la igualdad"

Entrar en la casa de Emilio Monzó es como abrir la puerta del siglo XX y escuchar el eco de las ilusiones y los fracasos de aquella centuria, de sus utopías y sus infiernos. Afuera el cielo chispea; adentro aparece firme a sus 96 años, ayudado por una muleta y bajo la atenta mirada de Silvia, este hombre delgado, con gafas de fina montura, pelo gris perfectamente alisado, mirada de buena persona y un ligero temblor en las manos. Su trayectoria impresiona si se resume a cortas ráfagas.

Nació en 1920 en Valencia. Fue alumno del Instituto Obrero de Valencia que creó la República. Tuvo carné de las Juventudes Socialistas y marchó voluntario como miliciano de la cultura al frente de la Guerra Civil para enseñar a leer y escribir a los soldados. Sobrevivió a la Batalla del Ebro cruzando el río a nado en la ofensiva republicana. Luego, el final de la contienda española le pilló en Francia. Pasó por tres campos de concentración distintos: Argèles-sur-Mer, Sepfons y otro en el que trabajaba como agricultor. Participó en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial e incluso estuvo en la fallida invasión a España por el Valle de Arán. Aquel último intento por acabar con el franquismo naufragó. Luego hizo las Américas y se exilió. Acabó en Argentina montando la primera siderurgia del país. Trabajó mucho e hizo plata. Y con la llegada de la democracia a España, en 1977 regresó a su Valencia natal.

Hoy le rinden un homenaje en Valencia. Emilio es uno de los últimos alumnos vivos del Instituto Obrero. Como subraya la investigadora Cristina Escrivá, el paso por ese instituto le cambió la vida: le permitió acceder a unos estudios que por ser hijo de comerciante humilde nunca hubiera alcanzado. También lo acercó a lecturas fundamentales (Blasco Ibáñez, El capital) en una biblioteca de la calle de las Barcas. Unas lecturas que forjaron su visión sobre la política y el bienestar social.

El socialismo vigente

Ese es el espíritu, con raíces en el siglo XX de guerras, campos y exilios, que va mostrando en esta mañana con lluvia tras los cristales. Dice Emilio que es pesimista. «He seguido todas las luchas, todos los adelantos. Y lo veo todo igual o peor. El mundo estaba muy desquiciado y lamentablemente continúa muy desquiciado», dice.

Todavía sigue admirando aquellos ideales que le cautivaron en su juventud y que enseguida menciona: libertad, igualdad, fraternidad. «Me parece que esos ideales no están ya vigentes. El comunismo, o llámale socialismo si quieres, tiene buenas reglas. Pero no creo que haya comunistas. Yo no conozco ninguno», dice con ironía y sarcasmo a partes iguales.

Con la memoria algo más débil, va deshilachando algunas anécdotas. Una de las que más gusta de contar: combatió en la 11ª División a las órdenes del general Líster, un legendario militar de la República que le honró firmándole un libro con la siguiente dedicatoria: «Al compañero de combate Emilio Monzó». De tú a tú.

Luego, recuerda cando se dirigían a él como «ingeniero Monzón» en Argentina. «Ni ingeniero, porque yo no pisé una Universidad sino un Instituto Obrero, ni Monzón, pues soy Monzó», replicaba él. Y lo dice salpicándolo de unas tiernas carcajadas que se aproximan a los cien años.

A Emilio se le menta el capitalismo y mueve la cabeza. Ha creado un mundo «injusto», lamenta. «Hoy se hace difícil soñar con una igualdad. Pero podemos soñar, por lo menos. Ya solo podemos soñar», dice con la mirada perdida. ¿Y la libertad? «Bueno? nos hacen creer que somos libres», comparte.

En la mesa, ante unas manos que no suele desplegar en demasía, hay dos libros. Uno se titula «Vencidos», y eso parece el mundo que defendió Emilio Monzó. El otro es un libro casero, encuadernado por él mismo, en el que relata su historia. Un fragmento de 1939, retrato de su éxodo a Francia, cala hondo. Dice así:

„Dos jóvenes soldados republicanos caminaban penosamente subiendo la empinada cuesta pirenaica, apartados de la muchedumbre que se desplazaba hacia la frontera francesa. El cielo estaba tormentoso, la noche oscura. De vez en cuando, un relámpago iluminaba la carretera por donde caminaban miles de compatriotas camino del exilio. De los profundos valles, situados entre la ruta y el mar, ascendían enormes llamaradas y negras columnas de humo. Las explosiones que se producían en los barrancos y los truenos de la vecina tormenta estremecían a los fugitivos. Estaban cansados, deprimidos y aterrorizados por los incesantes ametrallamientos y bombardeos de los aviones alemanes e italianos.

Lo escribió hace años Emilio Monzó. Hoy conversa sobre la falta de unidad de la izquierda política. «La izquierda de hoy no sé si es izquierda, derecha o mediopensionista. Cada uno quiere ser el amo y que su grupo predomine, sin generosidad. Sin vergüenza. Así que estamos como estamos. Hay hombres sueltos con ideales que los tratan de cumplir, pero de ahí no pasamos. Si los reúnes, salen discutiendo y a palos».

Quizá por eso recalca Emilio que, salvo escarceos de juventud, él no ha sido de encuadrarse en organizaciones. Ha preferido hacer las cosas por su cuenta y aplicar en lo que podía aquella doctrina socialista en la que tanto ha creído.

La mañana avanza. Emilio está a gusto. A veces se enreda en el ovillo de su vieja memoria. Pero que nadie dude de su lucidez. Su respuesta a la última pregunta da fe.

„¿Qué le gustaría ver antes de marcharse de este mundo?

„Quizá digo una tontería, pero me gustaría llegar a ver la igualdad. Hoy no hay igualdad. El que tiene, tiene y guarda. La generosidad no la he visto todavía. Hay pequeñas señales de intención, pero de ahí no pasa.

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