Hacer las cosas «como se han hecho toda la vida» a veces no es la mejor opción. Rafael Martínez no se conforma con los objetos tal y como los ve a su alrededor. Por eso, un día, harto de tener que llevar a cuestas el paraguas mojado y goteando aunque hubiera dejado de llover, inventó el paraguas «que se cierra al revés».

En febrero del 2000 obtuvo la patente europea, así lo acreditan los documentos que posee. Como se recoge en ellos, su invención es un «paraguas perfeccionado» que incorpora «notables innovaciones y ventajas». La principal característica es que «las varillas son aptas para el abatimiento sobre el bastón hacia el lado opuesto a la empuñadura».

Con esto, Rafael Martínez consiguió que el paraguas se cierre al revés de como lo hacen habitualmente y «solventar algunas deficiencias». De esta manera, no retiene agua y la parte mojada se queda en el interior y en el exterior la cara seca, al contar con doble capa de telas impermeables. Además, a su invención le añadió en un extremo un pequeño «recipiente de recepción de agua escurrida del paraguas», que se puede quitar para vaciarlo. «Con este paraguas, no se mojan el coche, la casa, el autobús al que hemos subido...», explica Rafa, ya que no gotea.

No obstante, 17 años después de haber registrado la patente, lamenta que ahora empresas extranjeras presumen de ser las inventoras. Asegura que en ningún momento se han puesto en contacto con él, a pesar de que el modelo es el mismo e incluso han gastado «hasta las ideas que reflejé al hacer la patente». «Si a cada cosa que inventas, al cabo de un tiempo te usurpan la idea, prefiero no hacerla pública», asegura.

Lo que incrementa su malestar, es que estas empresas -una startup alemana y una firma británica- han alcanzado cierta popularidad en los últimos meses, publicitan el paraguas como «el original» y presumen de ser «el único paraguas en el mundo patentado con una apertura inversa y tecnología de tensado», además de tener derechos de autor. Asegura que el paraguas al revés «lo inventó un valenciano, no un inglés» y afirma que este negocio «puede mover mucho dinero».

Al parecer, pasados los 10 años desde la inscripción de la patente como Modelo de Utilidad, esta pasa a ser de dominio público. No obstante, si este es el caso, las empresas no podrían obtener una patente, ya que se rechazan las de inventos que ya existen o están registrados.

Rafael Martínez considera que le correspondería «un mínimo» por la venta de estos objetos. Cree que en su momento, no tuvo suerte o les faltó ambición. Pese a asociarse con dos empresarios, su objeto finalmente no se comercializó ni se fabricó el prototipo, aunque legalizar la patente y mantenerla durante unos años calcula que les costó unos cuatro millones de pesetas.

Ahora, si quisiera reclamar una mínima parte de las ganancias por lo que considera que es su ideas, debería desembolsar miles de euros.

No es el primer objeto que inventa este vecino de San Antonio de Benagéber nacido en Valencia y topógrafo de formación. Antes también mejoró un enchufe (con un sistema que evita electrocuciones si, por ejemplo, un niño mete unas tijeras en los orificios), una app móvil para proteger a los taxistas o un rodillo de pintar mejorado. «Ahora no me atrevo a dar el paso si no estoy seguro al 100 %», afirma.