Catalina y Manuel tienen 19 años. El sueño de ella es ser enfermera o abogada infantil. El de él, trabajar como mecánico industrial. Los dos son colombianos. Ambos fueron niños soldado. Acudieron a la Ciudad Don Bosco Medellín, donde iniciaron su reintegración en la sociedad. Son los protagonistas del documental «Alto el fuego», del ganador de un Goya Raúl de la Fuente, que fue presentado ayer en el colegio salesiano San Antonio de Abad de València. Sus historias llevan camino de convertirse en un icono para alcanzar la paz en un país, Colombia, que lleva sumido más de medio siglo en una guerra civil.

Manuel entró junto a su hermano a los 8 años en las FARC. Catalina lo hizo con 13. En un contexto social pleno de dificultades, fueron presa fácil para los reclutadores. «Yo llegué a odiar mucho a mi madre y fue un proceso que nunca esperé», revela Catalina, que denunció agresiones por parte de su padrastro. Ahora, asegura que gracias a la meditación ya lo ha superado. En aquel período se enfrentaron cara a cara con la muerte. Eran actores de la contienda, pero, a su vez, víctimas. La pérdida de seres queridos resultó clave en su salida de las milicias. Los propios jefes de Manuel mataron a su hermano por su actitud rebelde. El fragor de la batalla acabó con la vida del primer amor de Catalina, un compañero de campamento.

Los miembros de Misiones Salesianas les acogieron con los brazos abiertos. Precisamente eso, un abrazo, es lo primero que brindan a los nuevos jóvenes que llegan a este centro, según explica Rafael Bejarano, su director. Allí, descubrieron un nuevo camino. «Llegan muy pobres de cariño. Nosotros empleamos la pedagogía de la confianza. Con eso podemos empezar a formar, educar y a preparar su futura inserción laboral», explica Bejarano. Más de 2.300 menores como Manuel o Catalina -reclutados tanto por las FARC, como el ELN o grupos paramilitares- han pasado por Ciudad Don Bosco Medellín en tan solo 15 años.

«Cuando entras en el centro llegas desequilibrado -muchos de ellos tienen delirios de persecución, de que alguien les vigila continuamente-, pero recibes seguridad, confianza y amor. Siempre hay alguien que te ayuda, incluso la gente del propio grupo. Te dan herramientas y tú construyes», relata Catalina.

Lograr la paz

«En un momento llegamos a perder nuestra infancia», recuerda Catalina. Pero los brotes de la inocencia juvenil todavía relucen en una joven que lo que más deseaba en su periplo por Europa era «tocar la nieve e ir en barco y ver el mar». Esa candidez se desbordó cuando conoció la Catedral de Colonia. Junto al monumento se encuentra una exposición sobre cómo quedó éste tras la II Guerra Mundial. Esa reconstrucción inspiró a Catalina: «Si ellos pudieron salir de una guerra y volver a levantar la catedral y vivir en libertad, ¿por qué nosotros no?», se pregunta.

Y en ese deseo de lograr la paz en Colombia coinciden Catalina y Manuel. «Sueño con un país libre y poder disfrutar de las pequeñas cosas, de tener libertad sabiendo que nadie nos persigue», reclama Manuel. Y Catalina lanza un órdago: «La gente habla de paz y amor, pero es de boca. Practiquémoslo y que salga del corazón. No venimos a juzgar a nadie, solo a dar un mensaje de paz».

Ahora, Catalina y Manuel han cambiado sus fusiles por un futuro de esperanza y una alternativa para la paz. «Nunca es tarde para cambiar la vida y hacer las cosas bien», remata Manuel.