La nueva RTVV «ve la luz al final del túnel» (eso dice la vicepresidenta del Consell, Mónica Oltra) con la elección de su primera directora general. El parto fue largo y complicado, durante una jornada en la que el consejo rector de la corporación fue una traslación de la política valenciana de 2107, llena de aristas, pequeñas deslealtades y fricciones internas que al final suelen acabar bien, si por bien entendemos sin cadáveres y con el objetivo conseguido.

Pero acabar bien no es acabar con nota. En el caso de la nueva RTVV, la directora fue elegida con el mínimo de votos necesarios: seis de nueve, los de los consejeros de PSPV, Compromís y Podemos, el tripartito que sostiene al gobierno del Botànic (en el grupo se incluye a la designada por los sindicatos, UGT, en este caso, que a la hora de votar suele seguir la línea de la izquierda, si aún se puede utilizar el concepto).

Lograr el mínimo puede considerarse acabar con un aprobado holgado. Lo impresentable ante la sociedad hubiera sido dejar el concurso desierto o con un Consell dividido en el voto. No estuvo tan lejos. Es lo que ocurrió durante la mayor parte del día.

El voto es secreto, pero las posiciones que se dan por seguras en el seno del consejo a la vista de los comentarios de unos y otros son claras: los miembros designados por Compromís (dos) y Podemos (una) se mantuvieron votación tras votación en la opción de Empar Marco. En ese lado se encontraron además (¡oh, sorpresa!) a un consejero socialista.

En la otra parte, la de Josep Ramon Lluch, se situaron los dos componentes por Ciudadanos, el otro socialista y la consejera del frente sindical. El del PP se mantuvo al margen mediante una elocuente abstención.

Así se llegó al bloqueo tras media docena de consultas. Y ahí aparecieron los fontaneros de la política. Cundió la preocupación entre los socios de gobierno de que el proceso se desmoronara a un paso de su final. Significaba un retraso a la televisión de varios meses. Mientras el consejo se daba un tiempo por obligaciones laborales de uno de sus miembros, los teléfonos empezaban a arder.

El mensaje recibido se puede resumir: la prioridad, desbloquear el embrollo; lo segundo, ya puestos, resolverlo a favor del preferido por cada partido. Sin caer en posiciones excluyentes, Compromís (los líderes de la coalición) veía mejor a Marco y el PSPV, a Lluch. En el caso de estos últimos, porque se consideraba, como se estaba viendo en las consultas, que podía atraer a los consejeros de Cs y, por tanto, podría resultar elegido con ocho votos de nueve de irse con él el Botànic en bloque.

Esta tesis no cuajó porque, fundamentalmente, ni siquiera todos los miembros marca PSPV estaban con el presentador.

Así que, a la vista del nudo formado y ante el horizonte oscuro de una convocatoria desierta, dos apoyos (presumiblemente de corte socialista) de Lluch se inclinaron hacia el otro lado. Lo prioritario -y lo responsable- era desbloquear.

De la jornada se puede concluir que, en efecto, el consejo rector es capaz de actuar con independencia (al menos, algunos de sus miebros). Tanta, incluso, que estuvo cerca de estrellarse. La política prefirió intentar evitarlo. Por imagen y por pragmatismo. La pregunta es si no hubiera sido mejor un diálogo previo y que los consejeros del Botànic hubieran llegado unidos a la sesión y, así, el abrazo no hubiera sido una solución in extremis.

En fin, al menos ya se ve una luz. Que no sea cegadora.