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Presencia internacional en Bétera

De enemigos a aliados en el mismo cuartel

La base de la OTAN en Bétera acoge a medio centenar de militares de ocho países en un clima castrense internacional único en España que contrasta con el pasado de guerras que enfrentó al Viejo Continente

Militares extranjeros del cuartel general de la OTAN en Bétera, junto a un cañón de 1942, año en que esos mismos países libraban la Segunda Guerra Mundial. miguel ángel montesinos

El cañón es de 1942, un año de sangre, miedo y cenizas para la historia mundial. De guerra en el corazón de Europa y en las entrañas del Pacífico, de topónimos de infausto recuerdo: las cámaras de gas y los hornos de Treblinka; el ataque nazi a Stalingrado; la derrota

Aquel 1942, cuando el viejo cañón con matrícula 551 musealizado al aire libre en el cuartel de Bétera salía reluciente de la fábrica de Reinosa y listo para la carga, los ejércitos nacionales se mataban los unos a los otros. Poco habían aprendido de la Gran Guerra. Hoy, en cambio, todo son risas y bromas mientras militares de ocho países, de esos países que en la época del cañón se acribillaban sin compasión, posan para la foto y uno pide disculpas: «No sabemos estar informales, ¡somos militares!». Cada uno viste el uniforme propio de su Ejército, pero todos permanecen enrolados en el mismo barco. O mejor, en idéntico transatlántico: la OTAN.

Entrar en el Cuartel General que la Alianza Atlántica tiene en Bétera permite observar cómo ha cicatrizado la mayor herida bélica del Viejo Continente. La escena del cañón es una bella metáfora. Pero hay otras. No hay más que oír al sargento primero Roy Sandford. Nacido en Jacksonville, Florida, lleva la bandera de las barras y estrellas cosida en las mangas. Su abuelo, militar como él, luchó en la Segunda Guerra Mundial. Primero en la Armada americana en aguas del Pacífico; luego con las tropas terrestres que el presidente Roosevelt desplegó en suelo alemán para derrocar a Hitler y su megalomanía totalitaria.

El abuelo tenía muchas historias que contar. «Pero nunca le gustó hablar de la guerra, no quería», dice ahora Roy, que trabaja en la sección de Inteligencia y hasta ahí puede leer. Él comparte cuartel en Bétera con el brigada alemán Christian Brendel, del ejército enemigo del abuelo de Roy. Ahora, los nietos son aliados y colegas de cuartel. La historia personal del brigada Brendel lo ejemplifica: como ingeniero zapador ha estado en misión de guerra en Afganistán para apoyar una operación liderada por Estados Unidos. El círculo se cierra.

Muchos paralelismos de este tipo asaltan en cada esquina de la base Jaime I de Bétera. Es un caso único en España esta convivencia castrense con sabor global. Donde el «Todo por la patria» de la fachada necesita un asterisco: Todo por la patria y al servicio de la OTAN.

El Cuartel General de Cuerpo de Ejército de Despliegue Rápido de la Alianza Atlántica, ubicado en Bétera, cuenta con 50 militares de ocho países extranjeros con presencia permanente: Alemania, Estados Unidos, Grecia, Italia, Turquía (ahora vacante), Portugal, Francia y Rumanía. En verano se incorporarán Reino Unido y Polonia. Ellos acompañan día a día a los 300 militares españoles asignados a la OTAN. Todos comparten bandera (la azul atlántica con la Rosa de los Vientos), una misma doctrina, idénticos procedimientos y una lingua franca que todos manejan: el inglés.

El personal aliado suele estar destinado tres o cuatro años en Bétera. Una especie de Erasmus militar muy productivo para su formación y su currículum. En verano llegan los relevos para que los hijos puedan venir y no pierdan un curso escolar. «Casi todos viven en urbanizaciones: les gustan las casas más que los pisos y el sueldo se lo permite», cuenta en su despacho el general Juan Montenegro. Y pone como ejemplo el de un militar estadounidense: tiene alquilado un chalé de 3.000 metros cuadrados y el Día de Acción de Gracias invitó a 200 personas con ocho pavos enormes.

Con pasado en misiones internacionales, el general Montenegro explica que en Bétera «todos aprenden de todos»: de sus visiones, de su experiencia, de la distinta cultura militar que cada uno lleva en su petate. Y si algo los hermana, aparte del espíritu OTAN, es que «nadie se quiere ir».

Que se lo digan al coronel italiano Roberto Gravili. Llegó a València hace tres años y medio para trabajar en el cuartel general de Bétera. Poco antes contactó con Ofelia, una experta en liderazgo. Se escribieron correos electrónicos. El coronel buscaba clases de coaching. Y se encontró, primero, con una cena, y, luego, con la esposa con la que se casó el año pasado en la Iglesia castrense de Capitanía, en València. Un teatro de operaciones casi tan imponente como el que le tocó vivir en Líbano hace siete años, cuando tuvo que desplegar todo el regimiento a su mando en el momento cumbre de su carrera militar. «Yo ya tengo claro que me quedo aquí», exclama el coronel Gravili.

Otros se llevan lo más importante de su vida. No es la paella ni la mascletà, de las que todos hablan como del sol y de la buena vida que han encontrado. Tampoco son las lecciones de estudio bélico que aprenden como parte de su inmersión cultural: cada año analizan batallas españolas, desde las Guerras Púnicas a la Guerra de la Independencia o la Guerra Civil, con visitas sobre el terreno como la que hicieron al frente de Teruel el pasado mes de octubre.

Lo que se llevan algunos de valioso es un nuevo miembro de la familia. El pequeño Corbin, hijo del sargento Sandford, nació en el Hospital 9 d'Octubre de València. Su padre regresará a Florida con ese «chiquitín», como él lo llama con divertido acento americano, y una lección que ha aprendido en España: «Aquí no viven para trabajar como en Estados Unidos , sino que trabajan para vivir y disfrutar de la vida».

Han pasado 75 años desde la fundición del cañón 551. La OTAN está asentada. La alianza -Trump mediante- sigue firme. Su cuartel general en Bétera cumple quince años y va ganando peso. El cañón, como la sangre, el miedo y las cenizas entre aliados, queda para los museos.

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