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Nueva clase obrera

Trabajadores condenados al comedor social

Cada día más empleados con un salario precario se alimentan y duermen en entidades sociales Más de 700.000 valencianos (un 37%) ganan menos de 700 ?

Trabajadores condenados al comedor social

Es triste pedir, pero más triste es robar. Mentira. Hay quien roba y ni se inmuta. Pedir da vergüenza. Y si no, que se lo digan a cualquiera de los protagonistas de este reportaje. Ni fotografías ni nombres. Ese es el acuerdo. Viven con la vergüenza de reconocer que, a pesar de tener trabajo, en mejores o peores condiciones, con sueldos de miseria o contratos de estercolero, se ven obligados a acudir cada mes a una entidad social para ocupar sus albergues, sus comedores sociales, sus economatos... Para participar en el reparto de alimentos, de ropa, de libros... Para que les ayuden a pagar las facturas de la luz, del agua, del gas, del alquiler...

Es triste no tener trabajo, pero más triste es tenerlo y verse en la misma situación que el que no lo tiene, porque ese es el objetivo de los programas de ayuda social: conseguir empleo. Pero tener un trabajo ya no implica estar a salvo de la exclusión social. Eso es lo que dice la teoría. En la práctica, la nueva clase social de «trabajadores pobres» es una legión que suma cada día nuevos soldados. Contratos por un mes, por semanas e incluso por días suponen un empleo precario que está invadiendo el mercado laboral. Si el trabajo ocupa entre 8 y 10 horas al día y supone un sueldo de 400 euros... ¿cómo salir de la miseria? ¿Cuál es el nuevo horizonte? ¿Cómo pedir ayuda cuando uno consta como persona en activo? No hay cinturón que ajustar. Ya no quedan más agujeros. La ayuda se pide, cuando la situación es insostenible, con un nudo en el estómago, tragando saliva, con rabia y con vergüenza. Ella siempre aparece. Porque la otra opción es robar y eso son palabras mayores.

Entidades sociales, sindicatos, expertos, usuarios... Todos apuntan el mismo recorrido: primero se pide ayuda a la familia, luego a los servicios sociales y en última instancia a las entidades sociales y ONG que han visto cómo ha cambiado el perfil de usuario. De los sin techo y excluidos, a los parados y de ahí, a los trabajadores pobres, que van en aumento. Así, el que llega a entidades como Cruz Roja, Cáritas o el Albergue de San Juan de Dios roza la desesperación. Los usuarios reconocen el apoyo recibido y aseguran que, sin ese tipo de ayudas, estarían en la calle y sin posibilidad de salir de ella. Literalmente.

Luisa (nombre ficticio) tiene 49 años y un trabajo a días por 6,36 euros brutos la hora. Forma parte de la bolsa de trabajo de un servicio estatal desde hace años y los dos, tres o cuatros meses que trabaja al año tiene contratos que van de lunes a jueves o por días sueltos. Nunca en fines de semana. «Es la manera que tienen de pagar menos a la Seguridad Social, y eso que hablamos de una empresa del propio Estado», asegura. Tiene una hija de 20 años a cargo, que trabaja cuatro horas a la semana por 40 euros. Eso dice su contrato. En la práctica trabaja diez y doce horas todos los sábados y domingos por esa cuantía. El contrato de la hija supuso el fin del bono social que implica el pago de un 20% en la factura de la luz. «Para recibir la ayuda todos los mismos de la unidad familiar deben estar en paro», explica.

En casa de Luisa los ingresos mensuales nunca son los mismos. Las gastos, sin embargo, sí, empezando por una hipoteca de 319 euros que ella se apresura a pagar con puntualidad. «El techo es lo primero, para lo demás nos vamos apañando», explica. Ese «demás» implica las ayudas que recibe, la batalla que se lleva con Iberdrola para conseguir que le cambien la potencia del contrato para pasar de pagar 20 euros en impuestos al trimestre, a 9. Cada euro cuenta.

El agua de la ducha, al baño

Luisa recuerda la primera vez que acudió a Cruz Roja en busca de ayuda. «Siempre piensas que, aunque tú estés mal, siempre hay gente peor, justo esa gente que acude a las ONG. Y cuando ves que eres tú... ufff... la primera vez fue muy duro. Exponerle a un desconocido tu situación, diciendo, además, que tienes trabajo... Me sentía culpable. Gracias a Cruz Roja mantengo mi piso porque mis ingresos solo cubren la hipoteca», explica. Ella y su hija reducen los gastos al mínimo. Hasta tal punto que reciclan el agua de la ducha para tirarla al baño.

Al segundo protagonista lo llamaremos Francisco. En su casa viven cuatro personas (el matrimonio y dos hijas) con el único sueldo de 700 euros que ingresa la madre, que a sus 60 años trabaja, con contrato, como empleada doméstica en una jornada de ocho horas. «Cuando los dos teníamos trabajo íbamos ajustados porque pagamos 360 euros de alquiler. Con un único ingreso de 700 euros cada día es un infierno. Yo trabajo en lo que sale, la mayoría de empleos a días y en negro. Así que estoy vendido. Pero, mira, es lo que hay», explica Francisco, usuario de Cáritas desde hace años. A su edad (62 años) se declara «muerto en vida». «Sé que ya no encontraré un trabajo digno jamás. Toda la vida trabajando para nada», concluye.

Ahora obviaremos el apellido de Rafa. Lleva una semana trabajando, con contrato, en la construcción por 1.000 euros al mes. Para este usuario del Albergue de San Juan de Dios, que lleva años trabajando en negro, es como si le hubiera tocado la lotería. Pero solo «como si» porque su alegría solo durará 3 meses. Ocupa una de las viviendas compartidas que ofrece el albergue por 160 euros y la tranquilidad de saber que «si tienes dinero lo pagas, pero si no lo tienes no te dejan en la calle. Aunque no sea un recurso eterno a mí me han salvado de la indigencia». Tiene 52 años, 21 cotizados, y asegura que su situación actual es «pan para hoy y hambre para mañana».

Un problema de vivienda

Luisa, Francisco, Rafa... tres ejemplos de tres trabajadores pobres que se avergüenzan de serlo. ¿Por qué esa vergüenza? El politólogo, sociólogo y profesor asociado de Ciencias Políticas y Sociales de la Universitat Pompeu Fabra, Albert Sales, lo explica negro sobre blanco: «Con los salarios de miseria en aumento, la salida de la pobreza no es un empleo. El objetivo de la mayoría de programas de ayuda están orientados a conseguir la autonomía personal a través del trabajo. Pero estos empleos precarios, temporales e inestables erosionan su autonomía y los hace aún más vulnerables y la probabilidad de dar un salto atrás y regresar a al situación de origen es altísima. En esta época donde se ensalza al emprendedor, al que vale, al que tiene buenas ideas... El que trabaja por 3 duros es un fracasado. Como si la culpa fuera suya. La pobreza se ha convertido en algo de lo que avergonzarse», explica.

Para el experto, el elemento clave que falla en el sistema es «entender la pobreza como una patología social cuando es un problema estructural unido a la vivienda. No es un problema de inserción social, es un problema de acceso a la vivienda». Albert Sales defiende «un derecho a la supervivencia que no existe en este país. Los ciudadanos deberían tener la garantía de una renta mínima, que hoy solo tienen los pensionistas. El actual mercado laboral los condena a seguir en la miseria. ¿Cómo van a formarse? ¿Qué otro empleo van a encontrar si trabajan ocho y diez horas por 600 euros? Resulta vergonzosa la impermeabilidad del sistema porque es brutal. Hace años que tener trabajo no es garantía de salir de la pobreza».

La «trama» del sistema

Pero ¿cómo puede una persona trabajar ocho horas y cobrar 400 euros? El Salario Mínimo Interprofesional (SMI) está ahora fijado en 707,60 euros al mes, un 8% de los 645 euros al mes del año pasado (poco más de 9.000 euros al año). En 2014 había 700.000 valencianos con nóminas inferiores al SMI (un 37% de la población activa), según el último informe confeccionado por el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha).

La secretaria de Acción Sindical de UGT, Lola Ruiz Ladrón de Guevara, explica la «trampa» más utilizada en el mundo empresarial del trabajador pobre: «Contratos a media jornada donde el empleo es realmente de jornada entera. El trabajador cumple con las horas, pero solo cobra como si hubiera trabajado la mitad». A partir de ahí, el fraude suma y sigue; y la multitud de contratos se incrementa con la temporalidad como denominador común.

Lola Ruiz ve negro el futuro porque «se ha debilitado la negociación colectiva. El empresario sabe que, sobre todo con personal no cualificado, tiene un ejército de personas en la puerta dispuestas a trabajar como sea, en lo que sea, las horas que sea por el sueldo que sea. Y no les tiembla el pulso. Nos estamos jugando un futuro miserable para nuestros hijos y nietos. Hay mucho fraude y no se persigue. Los empresarios contratarán a la gente si necesita trabajadores, no porque existan bonificaciones». Además, UGT pone el punto de mira en las ETT, los centros ocupacionales y las empresas multiservicios «que no aplican el convenio del sector y están precarizando el trabajo de una manera salvaje. Si continúan creciendo, las empresas tal y como las conocemos ahora desaparecerán».

Las ONG tienen demasiados frentes abiertos, y a todos llegan. Desde Cruz Roja, Cáritas y el Albergue de San Juan de Dios ni tan siquiera cuantifican quien tiene o no empleo. Se centran en los ingresos. Demasiadas personas en la puerta. Porque es triste pedir, pero más triste es robar.

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