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Congreso del PPCV

El nuevo liberalismo que alumbra el PPCV

La lideresa Bonig define su estrategia para llegar al Consell con una apuesta por el sector privado y el recorte de la Generalitat

El PP no es un extraño para los valencianos. De hecho, es un viejo conocido que gobernó con holgadas mayorías durante veinte años en el grueso de las instituciones de la Comunitat Valenciana. Un partido que llegó a ser tan omnipresente que durante mucho tiempo pensar en un gobierno de izquierdas no era más que una ensoñación. Una combinación de factores, entre los que se encuentran el propio desgaste de gobernar, los graves casos de corrupción y una crisis económica que trajo a la escena política nuevos actores, derivó en una tormenta perfecta y letal para el PP valenciano. Dentro de una semana, cuando se cumplen casi dos años de la llegada de la izquierda al poder, el PP valenciano celebrará su XIV congreso regional, el primero de una larga serie organizado desde el destierro que supone ser oposición.

La cita servirá para revalidar a Isabel Bonig en la presidencia del partido, pero también para marcar la hoja de ruta de un partido que no sólo no tiene intención de seguir en la oposición, sino que tiene opciones para regresar al poder en 2019. De ahí que el posicionamiento ideológico y programático de este PP, que Bonig y su equipo han etiquetado como «nuevo PPCV», resulta clave si el espectador quiere tomar nota de por donde irán los tiros si Bonig logra convertirse en la primera presidenta de la Generalitat.

Un análisis más sosegado de las ponencias que se aprobarán la próxima semana permite adelantar ya algunas conclusiones, entre ellas el nuevo liberalismo de una formación que, dentro de una continuidad ideológica, ha gobernado con matices diferentes en función de quien dirigiera sus destinos. Aunque el PP ha ensayado fórmulas de participación más abiertas (las propias primarias por las que Bonig ha sido elegida), a nadie se le escapa que sigue siendo un partido «militar», muy jerarquizado y disciplinado, donde las diferencias internas suelen quedarse en los corrillos, y donde es el líder y, en este caso, la lideresa, quienes junto con un grupo reducido marcan la estrategia del partido.

De ahí que es de prever que las convicciones ideológicas y morales de quien manda impregnarán las futuras decisiones, tanto en los años que quedan para agotar la legislatura, como en la siguiente, si el PP vuelve a la Generalitat. El PP que gobernó con Eduardo Zaplana es muy distinto del que funcionó bajo las órdenes de Francisco Camps o de Alberto Fabra. El exministro abrazó la conocida como Tercera Vía que popularizó el sociólogo británico Anthony Giddens, una opción alternativa al neoliberalismo y la socialdemocracia, y que en el caso valenciano supuso la entrada en la gestión pública de la iniciativa privada.

El mandato de Camps (casos de corrupción, al margen) estuvo condicionado por las fuertes convicciones católicas del expresidente y por sus continuos guiños y gestos al valencianismo. Dos rasgos que no heredó su predecesor Alberto Fabra, con un gobierno más pragmático y de perfil ideológico más bajo.

La posición del nuevo PPCV que se plasma en las ponencias del congreso (sobre todo en la política y en la económica) permite aventurar un liberalismo más acentuado, una posición distinta de esa Tercera Vía de Giddens cuyas ideas fueron popularizadas por Tony Blair. Es sabido que Bonig admira a quien fue primera ministra británica, la conservadora Margaret Thatcher, un referente para la lideresa y cuyo espíritu está de alguna manera en los documentos oficiales y que pueden interpretarse como el germen de un futuro programa electoral.

El PPCV mantiene su compromiso con las políticas sociales, pero alude a una Administración que debe dar un paso atrás para que la iniciativa privada dé uno adelante, el fin de las subvenciones «ideológicas», la apuesta por la gestión privada en los servicios públicos y por una Generalitat adelgazada y «profesionalizada» donde se mejoren los salarios de los directivos en función de objetivos.

Bonig se define a sí misma como una mujer de derechas, aunque este término no aparece en las ponencias. Ni si quiera ya la etiqueta de centro-derecha. El PPCV es «liberal, valencianista y de centro», recoge el preámbulo, al tiempo que se recurre en varias ocasiones a la idea de que representa a las «clases trabajadoras». Es el intento de llegar al electorado de centro, sin el cual no hay mayoría posible.

Respecto al discurso valencianista, el nuevo PPCV que se alumbra parece haber resulto el dilema entre aquellos que apuestan por un valencianismo más integrador que deje atrás el debate identitario o quienes defienden que han de seguir ocupando el espacio de la extinta Unión Valenciana, lo que pone el folclore y los símbolos en primer lugar con el anticatalanismo como hilo conductor. Aunque quizás son más quienes en el núcleo de influencia de Bonig creen necesario dejar atrás el blaverismo, la ponencia política se queda en el pasado.

Pero, si de algo reniega el nuevo PP es del pasado reciente de una gestión y unos dirigentes que han hundido la siglas en el lodazal de la corrupción. Más allá de poner o no una senyera en el logotipo del PPCV, la idea de Bonig de una refundación completa de la organización ha quedado en el aire. Ahora bien, la lideresa y su núcleo duro no han renunciado a su compromiso de regeneración y de mano dura contra la corrupción. El intento de dejar atrás ese pasado (pese a las reticencias de algunos, como se evidencia en la enmienda que propone hacer presidenta de honor a Rita Barberá) se completa con la incorporación de un estricto código ético que supone una vuelta de tuerca a las líneas rojas contra los imputados.

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