La presidenta del PPCV, Isabel Bonig, afronta hoy el XIV Congreso Regional de su partido en un ambiente de relativa calma y con dos retos fundamentales: romper con el pasado de la corrupción y reducir a la mínima expresión las fricciones en el partido para que centrarse en el objetivo de recuperar la Generalitat en 2019. Bonig no tendrá ni de lejos los convulsos cónclaves que sufrieron sus predecesores (Pedro Agramunt, Eduardo Zaplana o Francisco Camps), pero tampoco será el paseo en barca de otras citas en las que los dos expresidentes antes citados salieron en loor de multitudes. Congresos a la búlgara en los que, desde la atalaya que da la presidencia de la Generalitat, un líder podía permitirse el lujo de apoyarse sólo en fieles sin temor a los contrapoderes provinciales.

Quizás si hubiera que encontrar un paralelismo entre el congreso de este fin de semana y los últimos ocho (tomando como punto de partida el de 1990) sería el que en 2012 convirtió a Alberto Fabra en nuevo presidente del PPCV. Entonces, Fabra, en plena cartársis por la caída a los infiernos de Camps, logró un 78 % de respaldo con el voto de castigo del entonces poderoso rusismo que se sintió ninguneado de una macroejecutiva en la que Fabra repartió poder, pero dejando fuera al entonces barón provincial. Fue el inicio de un liderazgo que Fabra nunca llegó a consolidar pese a estar en el Palau y que siempre tuvo en frente a la provincia de València. También a la todopoderosa, la fallecida Rita Barberá.

Con ese congreso de hace cinco años hay lógicas diferencias (para empezar el PPCV está en la oposición y carece de poder institucional) pero alguna similitud: la distancia entre la cúpula regional con Bonig a la cabeza y la dirección provincial de Vicente Betoret, un hombre que creció políticamente al calor del rusismo, pero que rompió lazos cuando Alfonso Rus y los suyos fueron engullidos por el huracán Taula. Betoret no tiene ni de lejos el poder y la influencia que en 2012 ejercía Rus sobre la provincia. Alcaldes y dirigentes comarcales comían de la mano de un presidente de la diputación con mando y chequera en mano.

Ni queriendo, Betoret podría organizar un voto de castigo que dejara el porcentaje de votos a favor de la candidtura de Bonig por debajo del 80 %. Ahora bien, las decisiones que la lideresa tome hoy y en los próximos días pueden ser determinantes para el futuro. Si lamina a Betoret en su ejecutiva y alienta una candidatura alternativa, vendrán meses de turbulencias. Una batalla que se agudizará cuando llegue el momento del congreso de la ciudad de València, el incendio más importante que tiene Bonig y cuya solución resulta crucial para recuperar la Generalitat en 2019.

Cómo abordar el problema con la provincia de València es pues una de las claves de un congreso en el que no solo están en juego los equilibrios territoriales y el control orgánico del partido.

Más de 37 años después del congreso de la refundación de Pedro Agramunt, la cita en que el PP pasó a llamarse Partido Popular de la Comunidad Valènciana, el que mañana clausurará Mariano Rajoy pasará a la historia como el congreso de la frustrada segunda refundación. Bonig y los barones provinciales, en pleno terremoto por los casos de corrupción, intentaron refundar el PPCV con cambio de denominación incluido. Buscaban una organización con autonomía respecto a Génova, una ruptura con un pasado trufado de éxitos electorales, pero contaminados por el manto de la corrupción.

La revolución no llegó, pero Bonig y los suyos no han renunciado a ese «nuevo PPCV» que quiere dejar atrás el pasado y ofrecer un contundente mensaje contra la corrupción. Fruto es la inclusión de un estricto código ético que va más allá incluso de las líneas rojas contra los imputados y con un espíritu alejado de los estatutos nacionales, donde sólo se contempla la expulsión en caso de sentencia.

Este pulso entre el viejo y el nuevo PP también marca una cita en el que la cúpula regional no ha podido mirar solo al futuro. La sombra de la exalcaldesa, Rita Barberá, que en vida fue el gran apoyo de Bonig, aunque acabaron enemistadas por las líneas rojas, planeará en un concreso que aprobará una ponencia política con reconocimiento expreso a su figura. Un homenaje a título postumo que Bonig ha tenido que aceptar a pesar de la incongruencia que supone teniendo en cuenta que no hace mucho la exsenadora territorial fue reprobada por el grupo popular. Con la presencia de Dolores de Cospedal y Mariano Rajoy en València, las alusiones a Barberá se dan por descontadas.

La cita servirá también para fijar la hoja de ruta de un partido que aspira a regresar a la Generalitat dentro de dos años con el liberalismo económico y político como bandera: menos impuestos, menos intervención de la Generalita y más iniciativa privada.

En esta dicotomía entre lo viejo y lo nuevo, el proyecto de Bonig se retrotrae a 1996 cuando Zaplana, en busca de la mayoría absoluta, apostó por acentuar un perfil regionalista. Entonces, la motivación del expresidente era aprovechar la crisis interna de UV. La política educativa y lingüística del tripartito ha decantado la balanza a favor de quienes en el PP creen que hay que potenciar el discurso antinacionalista y que identificar al Botànic con el radicalismo es el pasaporte para volver a la Generalitat.