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Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo

El autismo mete un gol

El programa DeporTEA es el único en la C. Valenciana que ofrece deporte adaptado para menores de 3 a 14 años con autismo

El autismo mete un gol

David tiene una mirada especial y con ella percibe el mundo que le rodea. No es «su» mundo. Vive en el mismo mundo que el resto de los mortales. Sin embargo, no lo percibe de la misma manera. ¿Qué pasa por su mente? Cuando David tenía 12 meses le diagnosticaron Trastorno del Espectro Autista (TEA) e Hiperactividad. Olga, su madre, no necesitaba que un médico le dijera que su hijo tenía autismo. Ella lo sabía. Bueno, lo sospechaba. Llegó el diagnóstico y saltaron las alarmas. Su hijo era autista y lo será toda la vida porque el autismo no es una enfermedad y como tal, no tiene cura. Eso no significa que sean «casos perdidos» o niños a los que dejar a un lado porque poco o nada se puede hacer con ellos. Todo lo contrario.

Y es que, hasta que uno no convive con una persona con autismo no desmonta los mitos que persiguen a este trastorno desde tiempos inmemoriales. Se trata de esas afirmaciones taxativas que aseguran que las personas con autismo son «como setas» y viven en su mundo, no se comunican, no se relacionan, rechazan el contacto físico, no son cariñosos, no aprenden, no hablan, no juegan... Falso, falso, falso. Ahora bien, teniendo en cuenta que no existen dos niños iguales, tampoco existen dos niños diagnosticados con TEA iguales. «Cada niño tiene su ritmo», repiten los pediatras sin cesar. Pues con los niños con TEA pasa exactamente lo mismo. Por eso nos encontramos con niños con autismo que no hablan, y otros que sí. Con unos que se intimidan ante el contacto físico y con otros que se pasan el día encima de su mamá o repartiendo abrazos a diestro y siniestro. Todos ríen, lloran, sienten, se emocionan, comparten, aprenden... y se esfuerzan. Porque percibir la vida de una manera diferente conlleva un esfuerzo diario.

Y si no, que se lo digan a las miles de familias que un día como hoy -Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo- intentan visibilizar a las personas con autismo para que la sociedad (y la Administración) entienda qué es, qué supone, qué conlleva y cuántos recursos necesitan, que no son pocos. Y es que, si existe un drama en el mundo de las personas con TEA es la falta de recursos públicos. Un niño aprende por imitación y de forma natural. Un niño con autismo lo hace por repetición y con pictogramas. Si sus papás tienen dinero podrá recibir un sinfín de terapias durante toda su vida, que le ayudarán en su desarrollo. El coste medio de las terapias supone para las familias un gasto de entre 600 y 1.000 euros al mes. Cuanto más azúcar, más dulce. Si el dinero escasea la cosa se complica porque la Generalitat Valenciana cubre 12 horas al mes de intervención psicopedagógica a los menores con TEA -antes de la crisis económica las sesiones eran 20 horas mensuales- , pero solo hasta que el menor cumpla 7 años. Luego llega la nada. Y la nada, con un niño con TEA, no es viable.

Victorias de oro olímpico

David fue creciendo y regalándole a su madre Olga pequeñas victorias. Logros imperceptibles para cualquiera que para ella merecían un oro olímpico. Su hijo quería jugar al fútbol en el parque, pero los demás niños lo rechazaban. Ella pensó «si le enseño a jugar al fútbol le resultará más fácil integrarse con otros nenes». Desfogar, correr, cansarse... Olga pensó que el deporte ayudaría a su hijo hiperactivo, y no se equivocaba. Así que buscó una escuela deportiva. Nada. Una entidad donde se practicara deporte adaptado para personas con TEA. Nada. Eso pasó hace tres años. Hoy, esta mujer se ha encargado de que esto cambie.

Olga fundó junto con varios «ángeles» que han aparecido en su vida la asociación Queremos y podemos, que lleva a cabo un programa de deporte adaptado para «fomentar el desarrollo social, físico y cognitivo de los niños TEA a través del deporte adaptado a sus necesidades y capacidades. A las de cada uno de los menores». Se llama DeporTEA, empezó con 15 chavales y este año tiene 44 (de 3 a 14 años), realizan actividades de deporte terapéutico todas las tardes -en el CEIP Les Arenes, que les cede las instalaciones- en sesiones de grupo (de no más de 3 niños) e individuales, ofertan clases extraescolares en algunos colegios y tienen una lista de espera que no para de crecer. Quien se entera de la existencia de este recurso quiere apuntar a su hijo. «Buscamos patrocinadores porque no podemos ampliar la escuela porque no tenemos recursos. Nos autofinanciamos con las cuotas de los socios, no recibimos subvención alguna (para el próximo año intentaremos conseguir fondos públicos). Cada día nos llaman nuevas personas interesadas pero preferimos ofertar un proyecto de calidad. Todo mi agradecimiento a los 5 voluntarios que nos ayudan a diario: Vero, Yolanda, Sara, Alex y Cristina. De momento, solo tenemos contratada a una persona y ¡no se que haríamos sin ella!», explica Olga. Esa persona se llama Yoli y está hecha de una pasta diferente.

Yolanda es manchega de pura cepa, entrenadora deportiva y técnico de actividades físicas y deportivas especiales para autistas. No porque exista una titulación como tal. Ella se ha formado en esta materia por iniciativa propia. Trabaja a diario con los menores, se comunica con ellos mediante pictogramas y recomienda el deporte para los menores con TEA por diversos motivos: «Canalizan su estrés, aprenden a aceptar las normas y a esperar su turno, aprenden el juego, se divierten y mejoran su movilidad y su autocontrol, entre otras muchas cosas». Así crece DeporTEA, mientras trabaja por desmontar falsos mitos adaptando el deporte a los más pequeños.

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