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Reportaje

«Si no hay servicios ni industria, ¿cómo van a quedarse los jóvenes?»

Apenas veinte personas conviven a diario en Sempere, un municipio que se resiste a desaparecer

«Si no hay servicios ni industria, ¿cómo van a quedarse los jóvenes?»

No hay jubilados tomando el sol en la plaza, ni niños jugando a la pelota en el parque. No hay ningún bar donde tomar café, ni ninguna tienda donde comprar comida, ni una sola empresa donde pedir trabajo. Las calles de Sempere recuerdan al decorado de una película postapocalíptica. Solo el insistente canto de una cigarra interrumpe el apacible silencio que invade el pueblo menos habitado de la provincia de València. En los 3,8 kilómetros que mide el término de esta localidad de la Vall d´Albaida pegada al embalse de Bellús hay empadronados 48 habitantes, aunque basta darse una vuelta para desmontar la fría estadística: apenas una veintena de vecinos resisten en el pueblo a diario. El resto «venen a festes», los fines de semana o ni eso.

El periodista recorre las 37 casas del diminuto núcleo urbano y solo le abren la puerta en 7. «Muchos vecinos trabajan fuera y apenas vienen. Hay muy poca gente y los que están casi no salen». Semperenca de toda la vida, Mª Dolores Ortolà se mudó a Benigànim junto a su marido, pero pasa mucho tiempo en Sempere cuidando de su padre Emilio, que fue alcalde entre 1979 y 1999 y ahora tiene 88 años. De él ha heredado la preocupación por el futuro del municipio. No en vano, es una de las tres concejales con acta en el consistorio, que solo abre al público los lunes y miércoles. «El peligro de que el pueblo desaparezca está ahí, pero yo creo que no va a pasar. Aunque sea los fines de semana la gente va a seguir viniendo: siempre habrá quien busque la tranquilidad. Yo soy de aquí y lo seguiré siendo siempre: quiero a mi pueblo», sostiene. Su optimismo es compartido por otros vecinos oriundos de Sempere, que aguantan estoicos la falta de servicios, por lo general se quejan poco y destacan que aquí han vivido y viven felices. «No tenemos vicios», observa con una sonrisa irónica una pensionista cuando es preguntada por cómo se sobrelleva la ausencia de bares. «Antes vivían 3 o 4 familias en una casa y ahora somos 4 abuelos. En verano viene gente, pero cada vez menos», incide Mª Ángeles. «El pueblo está aseado y tranquilo: lo malo son los servicios», acentúa Mª Dolores, madre de la cantante Rebeca Moss, finalista de la primera edición del popular concurso televisivo La Voz.

En Sempere, el médico solo pasa consulta los jueves. El resto de días, el centro de referencia está en l´Olleria, a 20 minutos. Durante un tiempo dejaron de hacerse analíticas en el consultorio, pero los habitantes protestaron y se recuperó el servicio. «Era un trastorno», resume la regidora.

El panadero pasa todas las mañanas con una furgoneta; el verdulero, una vez por semana. No hay policía local. El cuartel más próximo de la Guardia Civil es el de Benigànim, a 14 minutos. La iglesia solo abre para la misa de los domingos. Xàtiva está a media hora, pero para desplazarse se necesita coche, porque ningún autobús para en Sempere.

Algunos residentes extranjeros atraídos por la paz que se respira han ocupado y reformado diversas casas deshabitadas, aunque sus estancias son muy fluctuantes. En 2016 había empadronados tres ciudadanos de origen británico, dos búlgaros y un francés. Hace unos años, había más ingleses, pero se marcharon. El pueblo no tiene niños. El colegio desapareció hace décadas. Las perspectivas demográficas son muy negras por el envejecimiento, la falta de relevo generacional y la ausencia de empresas. En 1794, Sempere tenía 200 habitantes. La desaparición de una gran fábrica de aguardientes dejó a la agricultura como única fuente de sustento y entonces llegó el éxodo. Hace unos años, se proyectó un PAI para ampliar el pueblo, pero el parón del sector lo frenó: desde 2011 solo se han vendido dos casas. El último negocio, un caserón restaurado que funcionaba como albergue-restaurante, cerró en 2013. «Es una lástima, porque podría dar algo de movimiento al pueblo», lamentan los vecinos. «Al no haber industria, los jóvenes se marcharon de aquí. ¿Desaparecer el pueblo? No sé si lo veré o me moriré antes», indica resignada Milagros, otra de las residentes de mayor edad.

«Aquí estoy muy a gusto»

Teresa Juan vive junto a su marido a la entrada de Sempere, donde nació hace 75 años. «Somos pocos, pero vivimos muy bien y estamos muy tranquilos. Me he criado aquí y nunca me ha faltado de nada: me dicen que me mude a un piso a la ciudad, pero donde esté mi casa que se quite lo demás», observa sin perder la sonrisa. Teresa se mantiene siempre ocupada: cuando no cuida de las plantas, cose o se encarga de las tareas del hogar. Sus tres hijos viven en Ontinyent y Xàtiva, pero cuando llega el fin de semana no faltan a la cita familiar en el pueblo. «Es normal. ¿Cómo van a quedarse, si no hay servicios ni industria? Se ha de cobrar para poder vivir», resalta. Teresa sale poco y echa de menos más gente para «hacer tertulia» y algún bar donde tomar café. Si de algo se arrepiente es de no haberse sacado el carné del coche para no depender tanto de su marido para desplazarse. «Dicen que esto puede desaparecer, pero como estoy tan a gusto aquí yo voy a arreglarme la casa y lo otro no me importa», reflexiona. Un vendedor ambulante de fruta y verdura interrumpe la conversación. Javier abre las puertas de su furgoneta en la calle y muestra su amplio surtido de productos a Teresa, una clienta fija. Aquí no hay colas. El vendedor recorre los pueblos de la Vall, pero anuncia que va a dejarlo. «No me da ni para el combustible». Otro drama de la despoblación.

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