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Investigación

Las 5.286 presas de guerra y posguerra

Una investigación sobre «La violència política contra les dones» rescata los expedientes carcelarios de 1936 a 1953 de las prisiones valencianas - Los autores destacan el aumento de la represión penitenciaria con el franquismo: violaciones, malos tratos o robos de hijos

El estudio, publicado por la Institució Alfons el Magnànim, ha sido posible tras localizar los expedientes carcelarios en un almacén de la prisión de Picassent. Los archivos presentaban un lamentable estado de abandono. En un despacho de de la cárcel, expediente a expediente, los historiadores han reconstruido este fenómeno hasta ahora desconocido de la represión política contra las mujeres valencianas.

Durante la Guerra Civil, y con València como bastión republicano, la prisión de mujeres situada al final de la calle Quart de València y la cárcel femenina de Alaquàs albergaron a un total de 1.275 mujeres. La mayoría de presas durante los dos primeros años de guerra respondían a la categoría de amas de casa y religiosas. Pero a partir de 1938, el perfil varió. Empezaron a entrar mujeres acusadas de espionaje, alta traición, hostilidad, desafección al régimen, auxilio a la rebelión o revuelta militar. Con incomunicación incluida. La represión política era de dos direcciones: no solo encerró a las consideradas reaccionarias, sino también a mujeres vinculadas al POUM o el anarquismo. Las filas, prietas.

Fue en julio de 1937 cuando empezó a funcionar el Campamento de prisioneras de Alaquàs. La llamada cárcel de las Damas de España, por la que pasaron la flor y nata antirrepublicana: Rosario Queipo de Llano, hermana del general golpista; Amelia Azorla, viuda de Ruiz de Alda; Pilar Millán Astray, hermana del militar franquista; Pilar Jaraiz Franco, sobrina de Franco, interna con su hijo de seis meses; Carmen de la Puente Bahamonde, prima del general; Carmen Primo de Rivera, hija del dictador, con su hermana y su nuera; o Luisa Mata, madre del general Aranda, con dos hermanas.

Eliminar peligro para la República

Hay una conclusión de los autores de la investigación: el objetivo del encarcelamiento era alejar de la sociedad a mujeres que constituyeran un peligro potencial para la estabilidad y seguridad de la República. Ahora bien: «El trato recibido por las reclusas en ningún momento resultó ser vejatorio, doloroso ni nada negativo si se deja de lado su exclusión social». No ocurrió así tras el cambio de guardia política.

La represión en las cárceles femeninas subió de grado tras la posguerra. El horror no conocía de distinción de sexos. «Incluso en el momento de las detenciones las mujeres pasaban por las mismas vejaciones que los hombres, con humillaciones particulares añadidas como el corte de pelo al cero y otras prácticas, entre las que no faltó la violación sistemática, incluso de embarazadas.

La doble violación a Eleonor

El libro, que enumera los 4.011 expedientes de mujeres presas en la posguerra valenciana, rescata la truculenta historia de Eleonor Pons Gil, de 21 años y natural de Alcàsser. Al terminar la guerra fue encerrada en un almacén y esa noche fue violada por dos jóvenes falangistas del municipio. Después fue juzgada, condenada a seis años y encerrada en Santa Clara. «Estando embarazada casi nueve meses, sufriría tortura y violación y perdió a su hijo», concluyen Simó y Torres.

Otra de las claves de la violencia política contras las mujeres presas por el franquismo fue que se prolongó a los hijos de las internas. Por el estado lamentable de la vida penitenciaria. Y por prácticas siniestras. Los historiadores ponen de relieve la incautación de hijos de las rojas para alimentar un «entramado de tráfico infantil cuyos beneficiarios fundamentales resultaron ser familias acomodadas y, por descontado, plenamente volcadas con el régimen franquista». También aluden a «maltratos que comportaron la esterilidad de no pocas reclusas».

Dicen los autores que las condiciones carcelarias para las mujeres son incomparables entre una y otra etapa. En los años de posguerra, el hacinamiento era moneda corriente. Las celdas de la prisión provincial de mujeres de València, concebidas para 5 personas, llegaron a estar ocupadas por 42. No había derecho a higiene: el jabón solo lo tenía quien se lo podía pagar. No había ni calefacción ni agua caliente en invierno. La enfermería era inexistente: las enfermas no eran atendidas y habían de reposar en las propias celdas. La censura marcaba la comunicación con el exterior. Y un nombre sobresale cuando se habla de maltratos, coacciones y vejaciones a reclusas valencianas: Natividad Brunete, directora de la prisión de València, ayudada por su hermana Teresa y destituidas ambas en 1944 por amaños económicos con las internas.

La crueldad del personal de las prisiones femeninas (muchas viudas de golpistas o familiares de antiguos cautivos, y monjas capuchinas en el caso de la prisión-convento de Santa Clara desde 1939 ) obligaba a la solidaridad interna en las celdas. Las presas se organizaban en familias y cada familia tenía una madre. La rebeldía se pagaba duro: como la celda de castigo a la interna Águeda Campos Barrachina por confeccionar con tres telas un símil de bandera tricolor para homenajear a la República el 14 de abril de 1940. No había nada que festejar. Ni dentro ni fuera de la cárcel.

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