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Investigación

Había una vez una generación perdida

Los «millenials», de 24 a 35 años, se hallan marcados por la desesperanza sembrada en una crisis que les empuja a no hacerse mayores: ni piso ni familia

Había una vez una generación perdida

Crecieron con el «gol realmente increíble» de Mendieta en la final de Copa del 99. Compartieron tardes con Son Goku soñando con encontrar las siete boles de drac. Los años pasaron, las burbujas crecían. Nadie quería despertar. Hoy, aquel Valencia CF que levantaba títulos es solo pasto de nostalgia, canciones y Panenka. Y el Canal 9 que untaba con dibujos el bocata de nocilla se fundió a negro. Son dos metáforas amargas de cómo la llamada «Generación Y» o jóvenes millenials, de entre 24 y 35 años, han encajado a la fuerza los versos de Gil de Biedma: «Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde».

Ha sido la generación atropellada por la crisis nada más romper el cascarón. La generación de las maletas hechas con el título universitario puesto al lado del pasaporte, el contrato de camarero o de au pair, y el fiambre al vacío para ahorrar. La generación del desempleo, de los contratos precarios, de la explotación del becariado. De la sobrecualificación con su temible efecto cascada: los universitarios ocupando los puestos que no requieren cualificación, y los jóvenes con estudios básicos o sin titulación puestos contra las cuerdas y asomados al abismo. Es la generación que ha tardado en empezar a soñar con irse de casa. Que se ha llegado a imprimir camisetas rebeldes con el lema «¡Que se compre un piso su puta madre!». Sin perdón.

Los datos son abrumadores, pero hoy no hará falta repetirlos. Más bien es la sensación general. De desánimo, de desencanto. De zozobra al sentirse en tierra de nadie. El estudio sobre la diversidad generacional, que analiza las cuatro grandes generaciones que ahora mismo conviven en el espacio público y laboral, identifica a los miembros de la Generación Y con dos conceptos breves. «Yo» y «ya».

Yo y mis circunstancias

El primero refleja, según el estudio del Observatorio Generación & Talento, un rasgo primordial de esta generación: no quieren compromisos, rehuyen las responsabilidades relacionadas con cargas familiares o hipotecas. Prima el «yo». Y el miedo a que las ataduras impliquen renunciar a las cosas que más valoran y que ahora tienen.

Tal vez sea el inicio de un peterpanismo crónico y generacional. Un individualismo con injertos de hedonismo. ¿Es esa una decisión libre? «No tenemos claro que sea una opción, sino algo que les ha tocado vivir para poder defenderse ante la situación laboral en la que han crecido», subraya el informe. Dicho más llanamente: si uno no cobra ni para sustentarse a sí mismo, cómo va a pensar en proyectos faraónicos llamados familia o piso en propiedad; si uno no sabe qué ocurrirá mañana con la beca o el contrato temporal, para qué complicarse pensando en pasado mañana.

Erasmus y digitales

El «ya» es otro lastre de los jóvenes «y». Se han criado en la era de la inmediatez: empezaron con el módem, pero no es casual que el inventor de Facebook sea miembro de esta generación.

En lo profesional, los que han tenido suerte de colocarse y han hablado para este estudio desprenden una sensación de impaciencia. «Quieren que las cosas salgan más rápido: el tiempo es oro y no lo quieren perder acomodándose a ritmos que les parecen lentos», señalan los autores. Tampoco creen en las fidelidades de por vida que defraudaron a los baby boomers y que angustia a la generación X.

Sin duda, son hijos de la digitalización. José María Peiró, catedrático de Psicología Social y de las Organizaciones de la Universitat de València e investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie), subraya que «la intensidad de la transformación digital y de la internacionalización» (ya sea con el Erasmus, los viajes low cost al extranjero o el éxodo laboral) ha moldeado en parte a los jóvenes de esta generación.

Peiró señala otro factor social: los hijos de la «y» ya no reproducen el sota, caballo y rey a la hora de concebir un hogar. «Se retrasa el hecho de tener una pareja estable. Se retrasa mucho la edad del primer hijo. Se diversifica la orientación sexual, con más naturalidad que antes, y se está más abierto a distintos tipos de familia. Ya no les vale el formato típico», resume el investigador.

Estafados e individualistas

El estudio -­fruto de una encuesta respondida por un total de 3.697 trabajadores, grupos de discusión y debates- se ha centrado en las opiniones de los que trabajan. Hay que tenerlo en cuenta, pues ese perfil es una minoría entre la Generación Y. Ellos se ven como «valientes, apasionados, individualistas, con ganas de disfrutar y sin miedo a los cambios». Flexibles y digitales. Muy preparados e inconformistas. Los que no han podido participar en la encuesta, porque no tienen curro, quizá añadirían otros conceptos: estafados, desesperanzados, cansados.

Ya han oído muchas veces el relato de la generación perdida. Lo que sonaba a cuento de telediario (los más formados, los más precarios) se está volviendo pesadilla que determina el devenir de la propia existencia. Que la vida iba en serio, advertía el poeta. Que no hay drac al que invocar deseos por muchas bolas ámbar que se reúnan en el currículum en forma de carrera, máster, idiomas y experiencia. Que tras los goles de Mendieta llegan París y Milán, donde hace mucho frío pese a lo que canten los Planetas.

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