Enrique Hoyos Miralles, un jubilado de 72 años que regresaba a casa tras salir a pasear por el cauce del río Túria, y Carlos González Colomer, un militar de solo 33 que había salido a correr por el valenciano barrio de Campanar, perdieron la vida tras ser arrollados por sendos conductores que circulaban ebrios y bajo los efectos de las drogas. El primero fue arrollado en un paso de peatones del paseo de Petxina de València en la mañana del 4 de enero de 2013. El conductor que lo mató y se dio a la fuga fue condenado a dos años y seis meses de cárcel y ya está en libertad. «Ya está en la calle y ni siquiera se paró a socorrer a mi padre», se lamenta su hija Teresa, quien no logra comprender cómo no lo condenaron por el delito de omisión del deber de socorro.
En el caso de Carlos, muerto en la mañana del 6 de diciembre de 2014, su familia todavía está a la espera de la sentencia que condene a «su asesino». «Espero que entre en prisión y se pase una temporada allí aunque a mi hermano ya no nos lo va a devolver», lamenta Fran, quien todavía tiene reciente en la memoria las doce horas de incertidumbre que pasaron hasta saber que su hermano, que no portaba documentación encima, había fallecido atropellado.
Son solo dos ejemplos de historias humanas que quedaron truncadas por una o varias imprudencias al volante y en las que su triste protagonista fue un peatón. En casco urbano el perfil de la víctima mortal de accidente de tráfico es bien distinto al ya detallado en vías interurbanas donde el peatón supone solo el 12 por ciento de los fallecidos.
En las ciudades son los viandantes los que más riesgo corren ante una posible temeridad de un conductor que circula con exceso de velocidad o que se salta un semáforo. Según datos de la Policía Local de València, de los 24 fallecidos en los dos últimos años once fueron por atropellos a peatones.
