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Investigación

Cometerás actos impuros

Un libro del historiador Albert Toldrà ha desenterrado una parte casi desconocida de la Inquisición en València: los procesos que el Santo Oficio instruyó contra los sacerdotes denunciados por relaciones sexuales en el marco de la confesión

Cometerás actos impuros

El monje franciscano Joan Benet se acerca al banco de la iglesia a conversar con Àngela Pérez. Es una mujer casada en la pía València del XVII. El confesor se confiesa: le dice que siempre la ha querido mucho, que no la puede apartar de su imaginación, que desea llegar a gozarla. El flirteo comienza. Dos años y medio de fogosa relación secreta. También en el confesionario. Como aquel día, en plena confesión.

-Yo tengo gana de hazerlo -le dice él.

-Pues qué quiere que le haga, yo agora cómo puede ser, vaya por la mañana a casa, que si hay lugar lo haremos -se excusa ella.

-¿Agora havía de esperar hasta mañana? Yo agora tengo la gana, yo lo haré -replica Joan.

A continuación, «metiéndose su mano por debaxo del hábito, y con la otra teniendo la mano de esta apretada, alguna vez se hacía fricaciones en su miembro, de suerte que esta lo sentía, y el dicho fray Benedito también se lo decía, y que derramava el semen, y alguna vez le dezía: Todo me he mojado, y esta sentía mucho que hiziesse aquellas cosas allí».

El episodio llegó al Santo Oficio. Y ahora ha sido rescatado en el libro Per la reixeta. Sol·licitació sexual en confessió davant la Inquisició de València (1651-1819) y publicado por la Universitat de València, la obra radiografía el delito de la solicitación: el abuso cometido por el sacerdote que utiliza la confesión para seducir o tener acceso sexual a la penitenta, un delito o pecado perseguido por la Inquisición española por el sacrilegio que representa contra el sacramento. Ha sido una dimensión eclipsada por los temas estrella de la Inquisición: hogueras de judíos, brujas, herejes y moriscos, o las torturas del Santo Oficio.

El estudio analiza casi dos siglos de solicitación sexual en el territorio valenciano. «Por la rejilla del confesionario nos llega una sexualidad inverosímilmente enfermiza, morbosa hasta extremos inimaginables, impregnada de fetichismo y a menudo de sadomasoquismo», reza la contraportada y así lo refrenda una lectura a ratos tórrida y en otros pasajes indignante por los hechos narrados.

En el libro aparecen más de cien solicitadores procesados o denunciados al tribunal del Santo Oficio de València. Según su autor, son solo «la punta del iceberg» con respecto a unos hechos mucho más generalizados: mujeres indefensas, sumisas, atemorizadas y menospreciadas que son víctimas de abusos por parte de los curas que las confesaban. Aunque hay un amplio abanico: desde la violencia brutal a la historia de amor.

En el transcurso de la confesión (dentro del confesionario o fuera), el solicitante a menudo pide a la mujer que le enseñe los pechos o las piernas, frecuentemente con el pretexto de una enfermedad, o de flagelaciones o cilicios, aunque si están en el confesionario esta exhibición es forzosamente limitada y rápida. También frecuentemente el confesor hace que la penitente lo toque o lo masturbe.

A menudo acaban fornicando, de cualquier manera, en una capilla, la portería del convento o la sacristía. O en el coro mismo de una capilla, como denunció Vicenta Soler, soltera de Xàtiva. O delante de la reja del convento de agustinas de Ulldecona: a una parte, mossén Francesc Miralles, al otro lado, sor Isabel María Antolí. «Allí en la reja se enseñaron recíprocamente las partes y mutuamente y aunque separados, tuvieron polución».

El coito suele ser la fase final de todo un cortejo con aproximaciones previas, intimidaciones o seducciones. También suele ir acompañado de pequeños favores o presentes del sacerdote a la penitente.

Per la reixeta recoge el caso del trío sexual de Baltasar Enguix con dos hermanas, Francesca y Maria Magdalena Colàs, de Onda. También subraya la penetración anal de un religioso que confiesa que, «como hombre miserable y frágil ha caído en el pecado de sodomía con varias mujeres, teniendo poluciones con estas por la parte opuesta». Su fragilidad era mucha: lo hizo con catorce o quince mujeres.

Albert Toldrà resalta el «interés morboso» y fetichista de muchos curas solicitadores por el cuerpo femenino. Piden a las mujeres que les describan sus genitales, sus pechos, que les entreguen pelos púbicos. Eso le pidió el jesuita Joaquim Joan a la casada Vicenta Marco, de València. Ella le pregunta «para qué la quería» esa porción de vello púbico. Él le responde: «Para acordarse de ella y tenerla más en memoria».

Sube de tono y gravedad el caso del convento de agustinas de Santa Anna, en Sant Matéu. Tras confesar sor Rafaela «pensamientos deshonestos», su confesor, el dominico Josep Portal de Vilanova, le aconseja que «cuando le viniesen dichos pensamientos, se aplicase ella misma su rosario o algunas reliquias en las [partes] venéreas, y en execución de esto lo practicó la declarante por espacio como de un año».

«A buenas o a malas»

«La solicitación contiene generalmente un elemento de abuso, de violencia digamos psicológica: forzar voluntades, presionar, amenazar», indica Toldrà. Hay veces con recurso explícito a la violencia física. Incluso auténticos intentos de violación cuya narración encoge el alma. Como cuando el franciscano Joan Montserrat le dice a la soltera Isabel Maria Garcerà que «a buenas o a malas la había de gozar» y, cuando ella intentó escapar, «le enseñó a la declarante todas sus partes, le tocó los pechos, a fuerza la echó en tierra y con su mano, sin mediar ropa alguna, le tocó las partes verendas y, por la gran resistencia de la declarante, no la estupró».

De las 206 mujeres de las que hay datos del lugar donde viven, 59 habitan en València y 37 en Xàtiva, las dos ciudades que destacan muy por encima del resto. La mayoría de mujeres denuncia los hechos cuando ha pasado más de un año. Muchas veces cuentan con la ayuda de un segundo confesor.

Penas bajas

Las penas para los curas son bajas: reclusión en conventos, generalmente de seis meses, e inhabilitación para confesar mujeres. El desprestigio llevaba a la infamia. Pero se constata el desinterés de la Inquisición por llegar al fondo en la mayor parte de denuncias recibidas.

Toldrà ha pasado miles de horas leyendo los procesos. Al pedírsele una valoración menos académica sobre lo que ha sentido ante estos hechos, tira de conmiseración: «Cuando estudiamos las solicitaciones, los confesores solicitadores nos parecen enfermos, violentos, obsesos... Una gente despreciable, repugnante, que abusa de su poder. Pero cuando vemos a esos mismos sacerdotes como víctimas, cuando son juzgados por la Inquisición, no podemos menos que compadecerlos, sabiendo lo que les espera. Todo depende de la perspectiva, claro. Y una cosa no quita la otra: se puede ser víctima y verdugo a la vez. Es la tragedia humana».

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