Somos lo que comemos. Nuestra alimentación tiene un impacto directo en nuestro cuerpo, en nuestra salud, pero también en el medio ambiente y en la sociedad cuando lo que consumimos se ha producido devastando recursos naturales u oprimiendo a un determinado colectivo de personas durante su cultivo o producción.

Muchas veces no somos conscientes de esa triple vertiente de lo que supone elegir una manzana de kilómetro cero o un producto comercializado por una gran empresa pero aún siéndolo tampoco es garantía de que en nuestro día a día podamos ser consecuentes con ello. «Está bien ser conscientes y cada vez hay más ciudadanos que no son solo consumidores pero esto es solo parte de la ecuación, hace falta también tiempo y dinero para llevar una alimentación sostenible y en la ecuación española hay que tener en cuenta el tiempo que tiene una madre de familia trabajadora».

La frase la pronuncia Isabelle Le Galo-Flores, directora para España de la Fundación Daniel y Nina Carasso. A su lado, la reafirma con movimientos de cabeza la presidenta e impulsora de la fundación, Marina Nahmias. Ambas estuvieron ayer en València para entregar el premio Daniel Carasso, el galardón científico más prestigioso a nivel internacional en alimentación saludable y que está dotado con 100.000 euros.

Marina Nahmias es poco amiga de los medios de comunicación y de que se recuerde que su abuelo Isaac fue el inventor del yogur «Danone» y su padre Daniel quien lo comercializó a gran escala allá por 1929. Insiste en que su fundación nada tiene que ver hoy en día con la marca comercial aunque los valores de familia «sí son los mismos. Son con los que he crecido: humanidad y apertura», conviene en un español fluido plagado de modismos en francés.

De aquella intención original de los Carasso de crear un producto saludable a la fundación hay un trecho pero en el fondo persiste un objetivo único: llevar adelante una alimentación saludable pero también sostenible, que sea consecuente con nuestro cuerpos pero también con el planeta y con nuestros semejantes.

Pobreza, ciudades y comida

Con este espíritu, el premio de este año ha sido para las investigaciones de la doctora Jane Battersby que estudia las dificultades de acceso a la alimentación de los más pobres en el entorno urbano de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. «El trabajo de Jane es interesantísimo porque lo que pasa en ciudad del Cabo puede pasar en París, no es tan grande pero tenemos problemas de pobreza y de accesibilidad a la alimentación», explica Marina Nahmias.

En España, la situación también se repite, aunque a otra escala, conviene Isabelle: «tenemos pobreza alimentaria, tenemos desiertos alimentarios y no solo en las grandes urbes. El reto es de dimensiones diferentes al que expone la premiada pero las problemáticas son similares».

Grandes ciudades, pobreza y difícil acceso a una alimentación saludable. Es un trío que se repite por todo el mundo. «No encontrar una manzana a kilómetros a la redonda o que un refresco de cola sea más barato que una botella de agua en Nueva York», ejemplifica Isabelle.

El ser consciente de qué es mejor para alimentarse no es, por tanto, lo único que importa para hacerlo. «Hace falta tiempo y dinero y acceso físico también», recuerdan. El ser conscientes de lo que comemos es el primer paso y ahí, ambas ven avances. «Está a punto de publicarse los datos de un sondeo sobre consumo de alimentación en hogares de España y los resultados son sorprendentes: somos mucho más ciudadanos que consumidores», avanza Le Galo-Flores. La nieta del inventor de «Danone» remata: «El nivel de consciencia crece rápido aunque es un cambio que tomará mucho tiempo porque es un cambio completo en la manera de ser». Hay, por lo tanto, esperanza.