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Sanidad

El hombre del ´cor de ferro´

La última tecnología en corazones mecánicos salvó la vida a Vicent Sorribes, desahuciado por una cardiopatía congénita y sin posibilidad de ser trasplantado

Vicent, con su hermana, en la mercería familiar que regentaba antes de enfermar. c. ripollés

Vive pendiente del reloj. Cada nueve horas debe cambiar la batería eléctrica de la bomba mecánica que le mantiene vivo. Un pequeño dispositivo que impulsa la sangre que su corazón ya no es capaz de bombear. Vive pendiente del reloj, de las baterías, del pequeño ordenador que lleva adosado y de no acercarse demasiado al agua. Pero vive. Y eso es lo que importa.

Vicent Sorribes dice que tiene ya «tres años, que son muchos», los tres que lleva viviendo con un dispositivo de asistencia ventricular (VAD por sus siglas en inglés), un pequeño corazón mecánico que le adosaron al ventrículo izquierdo en el Hospital Universitario La Fe de València cuando su corazón ya no podía realizar su papel. Vicent fue el primer paciente de la Comunitat Valenciana (y el primero de la sanidad pública española) que recibía este dispositivo en marzo de 2014 y es probablemente el portador vivo más antiguo que hay ahora mismo. Él es la referencia.

«Creo que hay un australiano o americano, no lo sé seguro que lo lleva 8 o 9 años. Yo espero tenerlo más o tener otras cosas. Siempre hay más cosas».

Su vida cambió a la fuerza hace cerca de cuatro años. Su cardiopatía congénita no había dado la cara todavía y Vicent llevaba «una vida normal, tenía mi comercio en Artana, donde vivo, salía mucho al monte a pasear, con los amigos, una vida muy normal». Hasta que un día dejó de serlo. A partir de ese momento su corazón se fue apagando. «Cada día me cansaba más y llegó un día que no podía ni comer, ni dormir, ni estar sentado, no era vida».

El equipo de Cardiología del Hospital La Fe, le advirtió que no era candidato a trasplante «y que el futuro era negro. Que no había solución, ya no a medio o largo plazo, no la había a cortísimo plazo», recuerda. La alternativa pues de implantarse un pequeño dispositivo -del tamaño de un reloj de bolsillo y de 400 gramos- no era tal. «No te puedes echar atrás porque, aunque sabía que era el primero, no había otra alternativa. Aunque estaba seguro de que iba a salir bien».

«Estaba muerto»

Y salió bien. Vicent asegura que el mismo día que abandonó la UCI lo notó. «Estaba débil pero salí con una sonrisa de oreja a oreja». Un mes después estaba compareciendo ante los medios para contar su historia y agradecer infinitamente el trabajo y el apoyo del equipo de La Fe «del que me acuerdo todos los días». Algo más de tres años después no parece la misma persona. «Sí, es verdad, no parezco el mismo. ¡Pero es que estaba muerto!».

Estos tres años han sido de vida, diferente de la que llevaba anteriormente, pero vida. Y para Vicent eso es lo que importa. «Claro que echo en falta cosas. Muchísimas cosas: la libertad, la autonomía que tenías antes de irme a la montaña, de ir a la playa.. pero tienes que vivir el día a día y agradecer todos los días lo que te han hecho. Es una nueva oportunidad que mucha gente no tiene», reconoce emocionado.

Su vida es menos imprevisible ahora. Atado a su mochila y con las baterías de repuesto cargadas siempre encima, sus jornadas son medidas y controladas. «Soy un poco como Cenicienta», bromea. «Muchas veces estoy con los amigos y yo mismo me autolimito y me voy a casa». Es consciente de los cuidados que debe llevar tanto él como el dispositivo y tiene claro que, en esto, la primera y última palabra siempre la tienen los médicos y los ingenieros. La adaptación, al menos para él, no fue dura. «Debes ser consciente de lo que llevas. Hay mucha gente que se ha arriesgado por ti y no puede ser que por una negligencia tuya o por dejadez pasara algo. Su éxito es mi éxito», razona.

La bomba mecánica -que aspira e impulsa la sangre por un sistema magnético de levitación- sí le permite por ejemplo conducir o hacer cosas cotidianas en las que no deba realizar un esfuerzo excesivo. «Me muevo, paseo, conduzco, no tengo fatiga y ¡qué dure mucho tiempo! Aunque tenga que estar pendiente del reloj o del controlador». En esto Vicent no está solo. La Fe puso en marcha después de la segunda operación de este tipo un servicio de enfermería especializado que ofrece asistencia específica a estos pacientes.

Patricia Conejero es su responsable y la encargada de acompañar a los recién operados hasta su casa para ayudarles en la adaptación, hablar con la compañía eléctrica para que avisen en caso de corte del fluido e incluso formar a los médicos de Primaria en cómo atender a Vicent que, por no tener, no tiene pulso al no bombear correctamente su corazón. «Tengo un poco pero no debería», bromea Vicent que no hace planes de futuro. «No hay planes. El día a día. Ver a tu familia que ha sido un grandísimo apoyo, ver a mi sobrino crecer y que se haga un hombre, ayudarle a estudiar. Hay que disfrutarlo porque lo que venga, no sé lo que será pero espero que sea tan bueno com esto. Yo, mientras, seguiré disfrutando de mi familia y de mis amigos. Eso es la vida».

Fue su sobrino «al que quiero como un hijo» el que le apodó como «´l´home del cor de ferro´» reconoce divertido. «O me llama eso o a veces ciborg. Son cosas suyas. Pero yo ´sóc Vicent´. Sigo siendo Vicent. Tengo ganas de estar aquí y no de marcharme». Y en ello sigue.

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