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Agricultores que destruyen la cosecha

Nanas de la cebolla y la patata tras una campaña horrible

El campo es un lamento: «De mí no se ríe nadie» - El comercio ofrece precios al agricultor hasta siete veces por debajo del coste de explotación

Nanas de la cebolla y la patata tras una campaña horrible

«La cebolla es escarcha: cerrada y pobre», escribió el poeta desde una cárcel. Las nanas de la cebolla de Jaime Valls y Vicent Ferrer no hablan de hambre, pero sí de ruina, y también de guerra, pero contra los abusos del mercado que hunde reiteradamente al eslabón más débil de la cadena agroalimentaria. Productos de gran consumo como la cebolla y la patata, dos cultivos tradicionales sobre todo en comarcas como l´Horta de València y Camp de Túria, que simbolizan hoy algunos de los males del campo que condenan al abandono de tierras de cultivo, donde la Comunitat Valenciana ya registra una superficie global de 163.000 hectáreas de tierra baldía.

«El comercio me ofreció tres céntimos por el kilo de cebolla y yo les dije que de mí no se ríe nadie». A Jaime Valls, agricultor de Beniferri, aún le dura el cabreo. En su última campaña optó por rotovatar la cosecha. Le salía más a cuenta destruirla que el coste de recogida y transporte del producto. Tras un 2016 dónde el hongo Mildiu acabó con el 90% de la cosecha de cebolla en l´Horta Nord, este año los pequeños propietarios se enfrentan a una plaga de precios bajos por la presión de las grandes centrales de compras y las importaciones de otros países productores. Como viene contando este diario, la entrada masiva de producto de patata francesa y de cebolla procedente de México, Perú, Chile o Egipto han hundido los precios de las variedades valencianas. Pero además, el campo señala otro cómplice: el gran comercio, tal como denuncian la Unió de Llauradors y AVA-Asaja.

Jaime Valls (Beniferri, 58 años): «De mí no se ríe nadie». Este agricultor profesional, minifundista de 58 años y cuya principal fuente de ingresos son las rentas obtenidas por las hortalizas cultivadas en siete hanegadas en la huerta de Beniferri, está indignado. «El comercio me ofreció tres céntimos de euros por kilo de cebolla, cuando en un año normal se sitúan en torno a los 0,20 euros por kilogramo. Me indignó esa propuesta porque de mí no se ríe nadie y decidí rotovatarlas», lamenta Valls, a la sazón delegado de AVA-Asaja, tras una campaña que califica como «desastrosa» y afecta a las distintas variedades de cebolla cultivadas: híbridas, moncolinas y lirias. Para cubrir costes de explotación necesita vender a 0,20 euros/kg. en una campaña normal.

Cuenta este agricultor que elconsumidor medio «no sabe distinguir ni aprecia» una patata fresca de la huerta de València de otra que lleva almacenada seis meses de tierras galas, lo que en su opinión facilita las importaciones. Y critica las confusiones que genera el comercio al destacar la «elaboracióno manipulado del producto y no tanto la procedencia». Y concluye: «tenemos que vivir, pagar jornales, agua y electricidad, así como impuestos directos e indiretos. No somos una ONG».

Una historia de baja rentabilidad que dura décadas. «No es la primera vez que se produce esta situación. Me incorporé al campo y ya pasaba, pero ahora es más descarado porque vas a las grandes superficies y ves los precios». Vicent Ferrer (Meliana, 53 años), como todos los pequeños productores que viven del campo, tiene memoria. La cebolla y la patata, dos cultivos tradicionales de l´Horta y el Camp de Túria, llevan década sufriendo el abandono por la baja rentabilidad, el elevado precio de las semillas híbridas y la agresiva competencia extranjera. Los datos del informe agrario de la Conselleria de Agricultura revelan que estos dos cultivos han vivido un abandono del 80% de la superficie en 25 años. Hoy no pasan de las dos mil hectáreas. Llegaron a ocupar doce mil.

Metáfora de una decandencia: «El futuro de mi hijo pinta amargo». El cabreo del ámbito de la patata con los precios es similar al de la cebolla. «El comercio se atrevió a salir este miércoles a 7 céntimos y el jueves, 10. Y en las grandes superficies ese precio no se nota, está sobre el euro el kilo», lamenta Vicent Ferrer, delegado de la Unió.

Este agricultor, con cultivos en Meliana, Foios y Massamagrell aún no ha decidido si dejará la patata en el campo, la regalará o conseguirá colocarla a un precio digno.

Sin contar su trabajo, el coste de producción ronda los 20 céntimos el kilo -més prompte llargs que curts-. «Cuando me ofrecen esos precios me indigno, me siento fatal, te haces un café y vale un euro. Aunque supongo que al que cría el café le pasará lo mismo. Tendríamos que tener precio de partida y desde ahí negociar con la gran distribución, los comercios», lamenta. Por suerte para él, las lluvias de este invierno le hicieron retrasar la plantación de patatas y en estos momentos puede aguantar la cosecha. «Voy regando y mantenimiendo para aplazar la collita unos días a ver si hay buenos precios. Si los hubiera la habría recogido ya», lamenta. «Con todo perdido, lo mejor es alargar la agonía», se resigna este agricultor, que por suerte solo tiene tres fanecaes y ha diversificado a otros tipos de hortilizas y verduras. Vicent es de los que defiende sus productos en el mercado de proximidad, en El Puig o Mercavalencia. «Pero con la patata y la cebolla no es la solución: todos la van a llevar», reconoce.

¿Y qué hay del futuro, Vicent? «Tengo al mayor que trabaja fuera, en Alemania. Se fue con una beca y se ha quedado. El otro está conmigo. No quiso estudiar. Le veo un futuro un poco agrio», se despide.

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