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Una crisis con consecuencias

València se le atraganta a Bonig

La imagen de unidad del congreso regional del PPCV se ha roto y la fractura en la provincia enturbia el liderazgo de la presidenta

La presidenta regional Isabel Bonig, firma en la «senyera» ante Mariano Rajoy. germán caballero

Isabel Bonig, presidenta del PPCV, usa a menudo una argumento que hasta ahora resultaba incuestionable. El PP, pese a perder el poder y recibir cada día el bofetón de la corrupción, había logrado permanecer unido en lugar de abrirse en canal. La cohesión era el principal valor de una organización que por primera vez en su historia puso en marcha unas primarias para elegir a su representante.

El pasado 5 de abril, Bonig vio cumplido un sueño: pasar de ser la elegida «a dedo» por Rajoy a ser legitimada por la militancia. Durante ese fin de semana, el partido proyectó una imagen de unidad que en poco tiempo se ha fracturado. Bonig parecía tener a su alcance el control del partido, un liderazgo que le iba a permitir centrar sus esfuerzos en hacer oposición. Pero la unidad se ha resquebrajado por la provincia de València, donde se está a las puertas de una gestora. El proceso congresual ha hecho saltar por los aires la imagen idílica de un partido cohesionado, al tiempo que supone una muesca en el liderazgo en construcción de una mujer que aspira a ser la primera presidenta de la Generalitat en la historia.

Alicante, antaño territorio de luchas cainitas en el PP, ha culminado su renovación orgánica sin problemas; al igual que Castelló donde la sucesión ha sido ejemplar. Ni José Císcar ni Miguel Barrachina han tenido rival por lo que sus congresos han sido un paseo en barca. En Castelló, la inesperada decisión del presidente de la Diputación, Javier Moliner, de apearse del organigrama no ha generado grandes turbulencias y el relevo se ha hecho con total normalidad. Son provincias que serán fieles a Bonig; viajan en el mismo barco.

Pero no ha ocurrido lo mismo con València, la provincia más importante desde el punto de vista estratégico para el cáculo electoral del PPCV. La relación entre Bonig y el todavía presidente provincial, Vicente Betoret, lleva más de un año estropeda y la lideresa hace tiempo que llegó a la conclusión de que el divorcio no tenía solución. El relevo en la presidencia provincial por una persona con la que sí había trazado complicidades -la portavoz del PP en la diputación de València, Mari Carmen Contelles- se presentaba como una oportunidad para que todas las piezas del puzle le encajaran. Y por ello, Bonig no hizo nada para frenar la candidatura de Contelles.

La vía de obligar a Betoret a bajar la cabeza con una ejecutiva presidida por él, pero controlada por la regional no llegó a explorarse y ello pese a que era la opción preferida de algunos colaboradores de Bonig.

A las puertas del Congreso Regional, los tambores de guerra ya sonaban y Génova acudió al Palacio de Congresos con un mensaje claro: había que evitar congresos de confrontación y algunos dirigentes apuntaban que Bonig se estaba jugando seguir contando con la bendición de Rajoy.

Las consecuencias de la fractura abierta en el PP están aún por ver. Aún quedan dos años para saber si las cuitas internas tendrán o no coste electoral. Del mismo modo, está por ver si la solución de la gestora resulta satisfactoria y frena la batalla interna. A corto plazo es una victoria para Bonig porque logra desplazar a Betoret y le abre la oportunidad de entablar una relación diferente con quien se haga cargo de las riendas del partido, pero resulta evidente que también hay un coste. Con todo, el pulso tiene su riesgo, ya que cabe la posibilidad, aunque remota, de que el PP vete la gestora y desatasque el congreso provincial. O lo que sería el peor escenario para la dirección regional: mantener el suspenso del congreso y dejar a Betoret como presidente.

A efectos de Génova, Bonig no ha sabido mantener a raya a su tropa e incluso puede considerársela colaboradora necesaria de lo ocurrido. La lideresa no secundó a Génova cuando presionó para que Contelles retirara su candidatura. De hecho, defendió su derecho a participar en primarias.

Ante la crisis en la provincia, hay quien va más lejos y mantiene que a partir de ahora la candidatura de Bonig a la presidenica del partido queda «en observación». Más o menos una situación similar a la que tuvo Alberto Fabra toda la legislatura. Rajoy hizo sufrir a Fabra con su indiferencia y esperó hasta el último momento para confirmarlo como presidenciable. Como le ocurrió a Bonig, el expresidente de la Generalitat fue el elegido por Rajoy para sustituir a Francisco Camps, pero con el tiempo perdió su favor. Las líneas rojas contra la corrupción (poniendo el límite en la imputación) y sus desencuentros con Rita Barberá son parte de la explicación de por qué nunca Fabra fue bien visto en la Moncloa. Bonig, que ha continuado la política de mano dura y que también rompió su relación con Barberá, no ha logrado aún tejer complicidades con su jefe de filas. En ello está desde hace tiempo, pero cada vez parece más difícil que Rajoy le regale algún gesto, como por ejemplo, acudir a la inauguración de la hace meses ya estrenada sede del PPCV, una cita que sigue pendiente.

Bonig es una mujer de partido, pero también ha demostrado que no es dócil. Su postura ante los presupuestos generales del Estado (aunque luego reconducida) y su defensa de las primarias en la provincia de València son ejemplo de ello. Hasta ahora las dos elecciones generales con ella de lideresa la han reforzado, pero le queda su principal prueba de fuego: las autonómicas de 2019, el examen final y quizás el último de la lideresa.

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