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Análisis

La paz de Ademuz

La convivencia más tensa del Consell evidencia que la cuesta abajo hacia las elecciones ha empezado y que los seminarios al menos calman ánimos

Si más que lo que hace, un hombre es lo que no está dispuesto a hacer (la frase es del poeta valenciano Juan Vicente Piqueras), Ximo Puig está empeñado en no pasar a la historia como el presidente con el que fue imposible un gobierno de izquierdas tras veinte años de aplastante dominio del PP. Hasta que la mayoría de valencianos dijo que la corrupción y despilfarro habían colmado el vaso.

Les habrá pasado. Una pregunta habitual cuando uno sale fuera es por qué, dos años después, el gobierno valenciano de coalición no ha acabado como el tripartito catalán. Los gobernantes tienen siempre una respuesta a punt (perdón por mentar la bicha y por el chiste fácil): el mestizaje. Vale. El sistema puede haber ayudado a combatir la irrupción de reinos de taifas en el seno del Consell, pero, desengañémosnos, entre el entendimiento y el conflicto media en la mayoría de ocasiones el talante de al menos una de las dos partes: la disposición a ceder y considerar que el de enfrente puede tener razón, que a veces pasa. «La única razón por la que he vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado», dice la escritora Lucia Berlin. Olvidar, en fin, las afrentas del pasado para continuar mirando al frente.

El preámbulo viene a cuento para poner en contexto el último seminario del gobierno de Puig y Mónica Oltra, al que los consellers llegaron con más heridas internas que nunca. Los de Economía, Hacienda, Educación y Cultura, Medio Ambiente o Justicia (y posiblemente alguno más que no ha trascendido) se bajaron del coche en Ademuz con fricciones serias en sus casas, así que es comprensible la tensión del primer día.

Si algo bueno puede decirse de estas convivencias espirituales semestrales es que, por ahora, no han empeorado las relaciones del Consell ni han deteriorado su esperanza de vida. De la última de Ademuz, al menos, hay coincidencia entre las partes en que el Consell salió mejor de lo que entró. Quizá nos acordemos en el futuro próximo de la paz del Hostal Domingo.

Resumiendo y por partes, Compromís llegó al Rincón asqueado con la sucesión de procesos internos de los socialistas y la paralización de decisiones tomadas un año antes. Por ejemplo, el reglamento de la Conselleria de Economía, departamento donde, todo sea dicho, Rafael Climent no encuentra compañero de vivienda con el que sentirse a gusto (ni María José Mira antes ni Blanca Marín ahora). Para algunos, esa es ya misión imposible.

Otro ejemplo es la delegación de competencias en la conselleria de Gabriela Bravo, la cual (por aquello también del talante) no ha esquivado el choque con los valencianistas en más de una ocasión. Y también estaban las relaciones de puestos de trabajo de distintas entidades (las errepetés famosas de los sindicalistas), varadas en Hacienda sin visos urgentes de arreglo. Incluso en la casa de Vicent Marzà, el ojito derecho de Puig y Mónica Oltra, los encontronazos (represalias incluidas) en colaboración con altos cargos han intoxicado el ambiente peligrosamente en las últimas semanas.

Mientras, los socialistas deslizan con voz cada vez más audible la facilidad de los socios para meterse en líos que alteran la tranquilidad del Consell. O que son los departamentos que los socialistas encabezan los que están metidos hasta las cachas en la gestión, mientras otros se preocupan sobre todo por intereses de grupo o ideológico/electorales.

Hasta aquí el clima y la temperatura ambiente. No hay que perder de vista que acabamos de cruzar el ecuador de la legislatura y que cada partido empieza a calzarse las botas para la carrera electoral que debe tener su meta en 2019.

Si nos ponemos el traje de optimistas (siempre talla pequeño), las tensiones se justifican en buena manera porque las encuestas indican que hay posibilidades ciertas para la izquierda de mantenerse en el poder (no muchos lo hubieran dicho en 2015).

La parte negativa (siempre la hay) es que el trasfondo es qué socio tendrá más votos para ocupar la presidencia de la Generalitat. Con un Podemos a la baja en los sondeos, un PSPV asentado e incluso al alza según la ciencia demoscópica (habrá que ver qué predice tras el rifirrafe de las primarias valencianas) y con Puig afianzado en su perfil más institucional (por encima del bien y del mal), los afanes de la vicepresidenta por dominar el paisaje y poner las pilas a la contraparte tendrían una explicación. Esa es al menos la lectura de los socialistas.

Les queda tiempo para aguantarse hasta 2019. Lo más importante será ver si el interés partidista destruye (o no) una posible renovación del Botànic. Claro que todos conocen la alternativa: que viene Bonig. O quien Mariano disponga. El miedo siempre agrupa.

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