«Casi podríamos decir que un campamento como éste debería prescribirse como parte del tratamiento» comenta Tina Barahona, psicóloga de la AECC València en el hospital La Fe. Y no es para menos. Durante la última semana de agosto,alrededor de 35 niños y niñas de entre 5 y 12 años que padecen algún tipo de cáncer, desvían su centro de atención y la enfermedad pasa a un segundo plano porque lo importante es pasarlo bien y hacer multitud de actividades en compañía de amigos en el campamento infantil que organiza la asociación.

Este año se celebra la 22 edición de la acampada que en esta ocasión tendrá la magia como tema central. «Vamos a convertir nuestras convivencias en una escuela de magia al más puro estilo Harry Potter», explica emocionada Purificación Aguilar, responsable de voluntariado de AECC València y coordinadora del proyecto que este año se organiza en un albergue de Nàquera.

Talleres de manualidades, de música y actividades acuáticasson solo algunas de las ocupaciones que llenarán el horario de estos pequeños. Se trata de que rompan las limitaciones que encuentran en su día a día, «lo que peor llevan es no hacer lo mismo que sus compañeros y amigos y eso aquí no ocurre, porque todos hacen las mismas actividades, por supuesto respetando en todo momento el margen que les deja su estado de salud», dice Barahona.

Los menores que disfrutan de este campamento son evaluados previamente por un equipo multidisciplinar de la asociación. Hay que ver si su tratamiento lo permite, aunque si el paciente tiene programada una sesión de quimioterapia durante el campamento y es factible, el oncólogo que los trata puede ajustar el proceso y retrasarlo unos días. Aunque si esto no es posible, tampoco hay problema: «se lleva al pequeño al hospital para que reciba su tratamiento y luego lo traemos de vuelta», comenta la coordinadora. Eso sí, siempre anteponiendo el bienestar del menor «si después de recibir la medicación, no se encuentra bien, va a casa», dice Aguilar.

Uno de los aspectos más interesantes de esta actividad es que los hermanos de los pequeños convalecientes pueden ir al campamento. Desde la AECC València creen que es muy importante la inclusión fraternal porque «en ocasiones los hermanos sufren tanto como los propios afectados, ya que -según afirma Barahona- aunque sea de forma involuntaria, no están en el foco de atención de los padres que se centran en el hijo con enfermedad y pueden llegar a sentirse desplazados».

Mejoras para la familia

Pero los beneficios en el entorno familiar no sólo llegan a los hermanos. Uno de los aspectos con los que se suelen encontrar en la organización de los campamentos son los padres sobreprotectores. «Al principio les cuesta un poco dar su consentimiento, pero cuando ven que sus hijos son felices en estas convivencias, ellos también lo son», cuenta Emi, enfermera y monitora del campamento de la AECC desde hace 20 años. Además, durante esa semana, los progenitores tienen un tiempo de «desconexión» porque ante el estrés que provoca la enfermedad en el entorno familiar «la relación a veces puede verse afectada», apunta.

El campamento se encuentra asistido continuamente por dos médicos y una enfermera que velan por que los pequeños tengan atendidas sus necesidades sanitarias en cualquier momento. Pero no sólo ellos y los monitores cuidan de los participantes, sino que los muchachos más mayores vigilan a los pequeños. «Es muy emocionante ver cómo se vuelcan los unos en los otros porque comparten experiencias y procesos en la enfermedad», añade Emi.

Yolanda Romero es la madre de Jessica e Iratxe Guzmán, dos mellizas de 10 años que desde hace tres, acuden al campamento de la asociación. Una de ellas, Jessica, fue trasplantada de médula debido a una leucemia. Pero ya está «muy bien», cuenta Yolanda.

Ella y su marido decidieron enviarlas porque vieron que era bueno para ellas. «Las niñas necesitaban desconectar, tanto Jessica por la presión que supone la enfermedad, como Iratxe, que sin pretenderlo por nuestra parte se quedó un poco apartada», así que esta familia de Enguera, puso a sus hijas en manos de la asociación. «Al principio sufres - explica la madre- pero como puedes hablar con ellas todas las noches y saber cómo están, te relajas». La experiencia es tan buena que para Yolanda la AECC es su «otra familia».