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Entrevista

Jaime Sancho: "La basílica tiene una falsa imagen elitista; quiero allí bodas de gente humilde"

«La Iglesia está purgando una situación que nosotros no hemos hecho como fue la posguerra»

Jaime Sancho: "La basílica tiene una falsa imagen elitista; quiero allí bodas de gente humilde"

P Como los cardenales que reciben el capelo al final de su carrera, a usted le han dado un último premio por los servicios prestados.

R Hay premios honoríficos, pero este es una responsabilidad. Muestra una confianza del cardenal en mí que agradezco.

P Es curioso: empezó de párroco en Villargordo del Cabriel, último pueblo de la diócesis, y acabará en el corazón de València.

R Ciertamente. Empecé en dos periferias distintas. Una, en el barrio del Rosario de Massamagrell, que entonces era un barrio de cuevas muy marginado. La otra fue Villargordo, en el límite de la provincia.

P ¿Y qué aprendió de ello?

R Mucho, porque ser cura de barrio te marca para toda la vida. Imprime carácter. Además, la sociedad de hace cincuenta años era muy distinta. Ahora, si alguien cae enfermo se llama al 112. Entonces había que hacer de todo. Yo cogía mi coche, con un enfermo enrollado en una manta, y me lo llevaba al hospital. Así le salvamos la vida a uno. Otra vez operamos a una chica enferma de tracoma sobre una mesa de escuela. ¡Sin anestesia y cada uno cogiéndola de una extremidad! El médico le cortó el tracoma con una hoja de afeitar y luego le cosió los párpados con hilo de seda de bordar de la madre del cura. Su madre ya era ciega por el tracoma y usaba a la hija como reclamo para pedir limosna. Y le salvamos la vista a la hija. Pero fíjate lo que es la maldad: la madre nos maldijo porque le habíamos quitado el reclamo de la hija para pedir limosna. Y la tuvo sin cuidar y sin limpiar hasta que la hija se quedó ciega definitivamente. Esas cosas te marcan.

P ¡Qué lejos queda todo eso del oropel de la basílica o la catedral!

R La liturgia exige un decoro, una dignidad. Pero el espíritu de la cercanía lo llevas dentro. Somos pobres como vasos de barro.

P ¿Cuál es el secreto para sobrevivir en puestos de responsabilidad a siete arzobispos?

R Sobrevivido no, mejor servido... Yo he mostrado disponibilidad y ellos han apoyado una línea homogénea en el terreno de la liturgia y del patrimonio artístico.

P ¿Cuál ha sido el encargo del cardenal Cañizares para esta misión?

R Me dijo que tenía mucho interés en que yo fuera el nuevo rector. Me lo estuve pensando y al final acepté.

P ¿Cuánto tiempo se lo pensó?

R Una semana. Primero le pedí que buscara a otro más joven. Al cabo de una semana me dijo que no había encontrado a nadie, y entonces acepté. Y he encontrado la basílica muy bien organizada, con la restauración integral del tiempo, el museo, la regularización de cuestiones económicas y jurídicas...

P ¿Qué quiere imprimirle usted?

R Vengo con ilusión. A mí me gustaría darle una doble dimensión. Por un lado, una dimensión más acorde con el título de los «desamparados. Por otro lado, quiero una dimensión más social. Hay una imagen falsa de la basílica como elitista. Habría que encontrar una fórmula para que personas humildes, pienso en los emigrantes, pudieran casarse en la basílica. Con su gente y su acompañamiento. No es un venga quien quiera. Pero sí que los párrocos que se responsabilicen de feligreses suyos puedan casarlos aquí. Una vez al mes, dos veces al mes... También me gustaría dar más papel a la Fundación Maides en esa línea de priorizar lo social. O potenciar la presencia de la Virgen en las redes sociales, como ha hecho la catedral y su museo. Seguiremos ese modelo. También me gustaría aumentar la presencia en la basílica de las entidades cívicas. Y abrirla más a las comunidades católicas extranjeras que hay en València para darle el sentido global de catolicidad.

P ¿Qué desamparados del presente le duelen más?

R Hay muchos desamparados: desde el millonario con problemas psicológicos hasta las personas que sufren la pobreza económica. Nuestro Estado del Bienestar tiene flecos, márgenes. Pero yo siempre pienso en los padres de familia que buscan trabajo, no lo encuentran y están desesperanzados.

P El fervor a la «Geperudeta» es uno de los rasgos que menos se han resentido en el retroceso general del catolicismo: menos vocaciones, menos fieles en misa, menos influencia social.

R La devoción a la Virgen de los Desamparados ha ido en aumento: del centro de València y Russafa se ha extendido a toda la ciudad y la diócesis. Es, junto a las Fallas, el factor unificador de València.

P ¿Corre el riesgo de que ese fervor se quede en simple folclore?

R La devoción popular es como el viento: necesita velas y que las velas se pongan bien. Es un impulso, pero necesita algo más que lo canalice en una vida cristiana, en compromiso social. Toda vida cristiana ha de tener tres dimensiones: el culto a Dios, la Palabra y la caridad. Pero sin racionalismos: el racionalismo es esterilizante. No hay que obligar ni imponer.

P Hablaba de viento. Parece que la Iglesia tenga el viento en contra. ¿Qué ha hecho mal la Iglesia para encontrarse así?

R Pues sí. Pero a veces el viento en contra es bueno: despierta la actividad y estimula el ingenio. Demasiada colaboración con el Estado tampoco es buena. En España, la Iglesia institucional está purgando una situación que nosotros no hemos hecho como fue la posguerra. Parece que haya una especie de pecado original, de culpabilidad. En esa cuestión España no está del todo reconciliada.

P ¿Y qué hizo mal esa Iglesia?

R Se dejó tener una influencia social excesiva en la posguerra. Hubo una colaboración con el Estado para crear una sociedad a la medida, políticamente del régimen y socialmente con una mentalidad muy conservadora e integrista en aquel momento. Eso generó el sentimiento de que la Iglesia tiene un excesivo poder social e influencia. Y todavía arrastramos esa imagen.

P ¿Por qué tiene que pedir perdón la Iglesia?

R La Iglesia ha pedido perdón por si en aquellos tiempos se propasó en su coacción moral. Si quieren, se pide todos los años en el Día del Perdón. Pero no podemos estar todos los días flagelándonos por lo que hacían los romanos, por la Inquisición, etc. Y luego están las faltas individuales que podemos cometer. Somos humanos como los demás.

P ¿Por qué se tiene que dar las gracias a la Iglesia?

R La sociedad aprecia que la Iglesia es un factor social benéfico. Las entidades humanas no son eternas; no hay ninguna realidad social permanente. Las constituciones cambian, los partidos políticos aparecen y desaparecen, estallan guerras... Pero la Iglesia católica sigue existiendo. Como la familia.

P A usted no le gusta que le digan conservador, sino responsable.

R Exactamente. Responsable de 2.000 años de historia y de un futuro que debe llegar hasta el fin del mundo. El capital social de la Iglesia es de carácter espiritual. Y eso hay que conservarlo. Se puede ser todo lo avanzado y social que se quiera, pero que no se toque la doctrina ni los elementos fundamentales del culto cristiano y la devoción.

P ¿Qué le asusta del capitalismo?

R Me asusta que se vea el liberalismo absoluto como la solución para el mundo. Está claro que promueve el desarrollo, pero a su vez también causa pobreza. Al capitalismo no puede dejárselo solo: ha de tener controles que no lo ahoguen. Además: sin formación, el dinero estropea a la persona y a los pueblos.

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