Ninguno de los terroristas identificados que participaron en el atentado yihadista de Barcelona superaba los 25 años de edad. De hecho, entre ellos se encontraba Moussa Oukabir, que ni siquiera tenía la mayoría de edad, y que fue abatido junto a otros cuatro integrantes de la célula radical en la localidad tarraconense de Cambrils tras el atentado que se produjo en su paseo marítimo. Younes Abouyaaqoub, un marroquí de 22 años, es el supuesto conductor de la furgoneta que arrolló a decenas de personas en las Ramblas de la ciudad Condal y que todavía se encuentra en busca y captura. Entre los otros cuatro autores del atentado hay dos chicos de 19 años, uno de 21 y otro de 24 años de edad. Todos ellos, además, residían en España. Inevitablemente la pregunta que surge es qué lleva a un joven, que vive en una sociedad democrática a atentar y poner su vida en peligro en nombre de una religión.

Yaiza Pérez, socióloga experta en Migraciones y profesora asociada en la Universitat de València y en la UPV, explica cuáles son los factores que convierten a estos jóvenes de la yihad. En su opinión lo que hay tras estos sucesos no es una cuestión religiosa, sino más bien «la protección de una cultura». El discurso que les impulsa «se trata de un alegato que persigue la defensa de una cultura y no tiene tanto peso la motivación espiritual o económica». De todos modos, puntualiza, «el yihadismo es un tema muy complejo en el que intervienen una amplia gama de factores económicos, políticos, culturales y sociales».

Ante la cuestión de qué mensaje es el que les conquista para llevar a cabo acciones terroristas, Pérez explica que es «un alegato triunfalista que les convence de que van a hacer algo importante y que van a ser protagonistas de un acto encomiable. Para muchos de ellos, que tienen una sensación de no pertenencia a la sociedad en la que viven, esto es una oportunidad de destacar. Sobre todo les animan a convertirse en los vengadores de una cultura».

Predisposición

La juventud es en este caso un rasgo que predispone, en cierta medida, a una radicalización más rápida. «Desde luego son más fáciles de captar, además, como generalmente no tienen cargas familiares no tienen mucho que perder». Si ese discurso se le lanzara a personas más adultas «probablemente lo rechazarían de lleno por su experiencia vital»

Otro de los interrogantes que genera inquietud es su pertenencia a una sociedad occidentalizada a la que atacan. «Generalmente son nacidos ya en un país europeo o se trasladaron aquí siendo muy pequeños, pero el problema es que no se sienten integrados».

El hecho de pertenecer a segundas y terceras generaciones de países europeos no parece ponerles a salvo de caer en las redes del Estado Islámico. «Sus padres vinieron aquí buscando trabajo y oportunidades y seguramente si les preguntaras a sus progenitores, se mostrarían totalmente agradecidos a la sociedad que les ha acogido, pero los jóvenes siguen sufriendo el estigma de ser extranjeros en el país donde tienen su vida, en definitiva, están desubicados».

Para evitar esta radicalización debe trabajarse en varias dimensiones. «Se trata de integrar mejor a los inmigrantes, hacerlos partícipes de las estructuras económicas y sociales y darles oportunidades reales». En definitiva, apunta Pérez, «tratarlos como nos gustaría que nos trataran a nosotros».