...    
Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Benidorm

Una cárcel en el piso 14 en Benidorm

Un matrimonio de jubilados y con problemas de salud vive atrapado, sin poder salir a la calle, después de que Industria haya precintado los cinco ascensores del edificio donde residen, el Playmon F

Esteban no puede subir o bajar andando los 14 pisos que separan su casa de la calle. DAVID REVENGA

La casa, ese lugar en el que todos deberíamos sentirnos cómodos, seguros, felices, se ha convertido en una cárcel para Esteban y Tina, un matrimonio vivido en Madrid y jubilado en Benidorm, que ha visto cómo su soñado retiro se ha convertido desde hace unos días en lo más parecido a una condena. Ambos tienen 67 años. Él está recuperándose de una operación por un cáncer de vejiga que le obliga a ir sondado y llevar dos bolsas para poder orinar. Ella tiene una discapacidad en el brazo y sufre con frecuencia dolor ciático que la deja hecha polvo. Viven en un estudio en un piso 14 del edificio Playmon F. Y desde hace dos semanas apenas pueden salir a la calle, debido a que los cinco ascensores de la finca están precintados por Industria, al no haber superado las inspecciones técnicas que garanticen que son medianamente seguros, tal y como confirman distintos vecinos.

Desde que esto ocurrió, Esteban solo piensa en qué ocurriría si pasara algo que exigiera un rápido desalojo de la finca, una colmena de 15 pisos de altura y un total de 411 viviendas. El Playmon F es un inmueble conocido en la ciudad por su alto grado de conflictividad, debido a la existencia de «vecinos» okupas y familias desestructuradas, algo a lo que, a la fuerza, ya se han acostumbrado muchos propietarios. Por eso, para Esteban, su mujer y otras muchas familias con personas impedidas o de avanzada edad, lo que realmente representa un problema es no poder salir a la calle por su propio pie si en algún momento lo necesitan.

«Por mi situación, me es imposible subir o bajar andando 14 pisos con las bolsas y sin casi poder ni caminar, aunque sea apoyándome con un bastón», explica este hombre, que hasta su jubilación fue policía nacional y que asegura pagar religiosamente la comunidad todos los meses. Ciertamente, le cuesta sobremanera recorrer incluso los escasos metros que separan la puerta de su casa y el rellano de los ascensores que no funcionan. Tina, su mujer, intenta salir a la calle el día que se siente con fuerza. Y lo hace, simplemente, por la necesidad de sobrevivir: «Tenemos que comer todos los días y hasta aquí arriba ningún repartidor te sube la compra. Así que, cuando ya no nos queda de nada, no hay otra que bajar», explica ella, mientras desmiga una barra de pan duro para cocinar unas migas.

Para que no tenga que subir los 14 pisos cargada, Esteban ha ideado un sistema de poleas, a las que ha atado una cuerda que, en el otro extremo, sostiene una enorme bolsa de tela. Tina, desde abajo, coloca en su interior la leche, frutas y verduras y otras cosas pesadas y, en varios viajes, Esteban va subiendo poco a poco la compra. Ingenio al poder.

Deudas y litigios

Pese a lo precario de esta situación, los afectados no confían en que pueda haber una pronta solución. El edificio acumula una deuda millonaria por el impago de cuotas de la comunidad, lo que impide el mantenimiento o la reparación de muchos desperfectos o la renovación de los ascensores, como al parecer reclama Industria. Además, la finca está inmersa en un litigio judicial entre dos administraciones de fincas por la gestión de la comunidad de propietarios. Por eso, los afectados reclaman al Ayuntamiento, a los Servicios Sociales y a la Justicia que tomen cartas en el asunto por una cuestión humanitaria, alegando que se sienten en una situación de «total desamparo». Encarcelados en su propia casa.

Compartir el artículo

stats