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Cómo afecta la situación de Cataluña en la C. Valenciana

El terremoto político se deja notar junto al Turia

La dimensión de la sacudida en Cataluña obligará a reformas en el modelo territorial y económico antes o después

El ex de Ciudadanos Alexis Marí señala al portavoz de Compromís, Fran Ferri, con una camiseta reivindicativa. efe/försterling

Pensar que un terremoto como el que experimenta Cataluña no se nota en este territorio fronterizo del sur es un absurdo. No es solo cuestión de cercanía geográfica. Es historia, cultura, economía, lengua... Y política. Una parte importante de la izquierda que hoy gobierna en la Comunitat Valenciana se formó con la utopía al fondo (muy al fondo, más al fondo conforme el tiempo pasaba) de los Països Catalans. Un sueño raído en la práctica, arrinconado para crecer políticamente, pero que forma parte del sustrato emocional de la progresía valenciana. Como el tarquín de las acequias en las que jugábamos de niños. Hace tanto tiempo.

Si el sotrac catalán llevará a reverdecer viejas ideas, conservadas en el formol de una minoría social cada vez más silenciosa pero viva, es uno de los enigmas que dejan estos tiempos. Lo que es evidente es que, refloten o no viejos espíritus, el fantasma del catalanismo ya ha vuelto a ser munición política para la derecha valenciana, aunque la última coyuntura (la necesidad urgente de Mariano Rajoy de no poner más piedras en el camino a los socialistas) haya llevado a guardar los cartuchos. De momento.

Esa herencia de la batalla de València que cortó los lazos institucionales durante casi dos décadas entre Barcelona y València parecía superada. El gobierno del Botànic promovió la mayor expedición a esta ribera del Turia que se recuerda de autoridades catalanes, con decenas de diputados de distinto color detrás del presidente de la Generalitat (de aquella), Carles Puigdemont. Hace un año y pocos días de entonces.

Y todo es tan diferente. A Ximo Puig le vino de maravilla en marzo que se cayera de la agenda un anunciado encuentro en València con Puigdemont y la presidenta balear, la camarada Armengol. Incluso el papel de puente que hace un año el gobernante valenciano se ofrecía a desempeñar hoy ha quedado desvaído. Su discurso oficial no se ha salido del armazón del argumentario de Ferraz: ley y diálogo.

Todo ha ido quizá más deprisa de lo esperado. El retorcimiento de las normas en el Parlament catalán para sacar adelante las leyes de desconexión sin cobertura constitucional ha dejado sin margen a los socialistas, cuya reacción conforme se aproximaba el 1-O ha sido un paso atrás.

PSPV y Compromís: dos visiones

El PSPV (con la excepción del conseller Vicent Soler, que ha sido fiel a sus orígenes ideológicos) ha seguido una línea de moderación mucho mayor que los amigos de Compromís.

Ahí sí. La sacudida al norte del Sénia ha dejado más agujeros en los socios de gobierno. Las diferencias de fondo de la coalición han quedado al descubierto. El alma nacionalista y fusteriana sobre la que germinó el Bloc (Nacionalista Valencià, apellidos que el tiempo ha ido borrando) ha chocado con la raíz izquierdista (en algún tiempo lejano, comunista) y eminentemente social de Iniciativa del Poble Valencià, el partido menor en la cohabitación pero el de Mónica Oltra, la gran marca de la formación. Los creadores del proyecto ya han asumido que son necesarios retoques para mitigar sustos como el de la líder pidiendo, sí, una solución pactada, pero coincidiendo con Rajoy en que, de momento, el Govern debería haber retirado la convocatoria del referéndum de hoy.

Que habrá cambios tras el conflicto catalán es de las pocas coincidencias en la política de izquierda y derecha más allá de los picos de Montserrat. Las costuras del modelo territorial han saltado por los aires. Lo que vendrá (federalismo, plurinacionalidad, autonomías reforzadas y asimétricas...) es una incógnita por ahora, pero algo diferente vendrá.

La pregunta es cómo saldrán parados los valencianos, perjudicados por los dos últimos sistemas de financiación: el de 2002 (con José María Aznar) y el de 2009 (con José Luis Rodríguez Zapatero). Es lo que tienen los cambios. Ilusionan, pero nadie asegura que serán para mejor.

La Comunitat Valenciana tiene a su favor que el margen para agravar sus condiciones económicas es reducido, porque nadie está peor a día de hoy. Lo dicen todos los estudios, oficiales y oficiosos, y hasta el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro.

Pero, de momento, el tiempo ya va en contra de València. La reforma del sistema de financiación autonómica, que tenía que cerrarse en 2017, se verá retrasada por el terremoto catalán. Esto supone jugar por más tiempo con los peores naipes (huits, nous i cartes que no lliguen) en la partida del reparto de los euros.

El riesgo de los privilegios

«Serà per a bé», sería el comentario natural en una tierra proclive al optimismo y a no levantar la voz (meninfotisme, dirían algunos). La espera será para bien si los cambios suponen incluir en el terreno de juego los conciertos vasco y navarro. Y si supone que los servicios fundamentales (sanidad, educación y dependencia) pasan a independizarse de Madrid y a tener un sostén económico garantizado.

El principal riesgo es que el Gobierno busque una solución individual para Cataluña y deje a los demás más o menos como están y con una tarta menguada porque el mordisco catalán se llevaría una porción importante. ¿Puede pasar? En un momento como este, todo puede pasar. La incertidumbre (es marca de la posmodernidad) nunca ha estado tan presente en el devenir político de los últimos 40 años.

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