Si fuera Isabel Bonig atendería la última encuesta de Levante-EMV. Así, completado el tratamiento de choque para devolver el latido al PPCV y el orgullo a los convencidos, quizás ahora toque abrir la mano e intentar cautivar a los dudosos. El período de «lamerse las heridas» al que Bonig suele referirse ha pasado y hoy, a menos de dos años de las elecciones, deben atraer nuevas voluntades. Sin embargo, ofrece todavía un gesto enconado y una teatralidad contradictoria con el pretendido pacto que ofrece al president Puig. El sondeo publicado el lunes es claro: Puig sube, a costa de Compromís y su dèria catalana -aunque se apunte a la reial senyera-, se le percibe como centro moderador y se desvanece el escenario de una «presidenta Oltra». Y Bonig no logra alzar el lastre para aparecer como alternativa. O se suma a la denuncia del «problema valenciano» o conserva la confianza de Génova. Ambas cosas parecen incompatibles.