El hogar es el ámbito privado por excelencia, ajeno por completo al control social. Es el espacio en el que papá grita a mamá sin cortapisas porque nadie le detiene. Ni siquiera las lágrimas de los menores. Testigos silenciosos de conductas violentas que hacen lo posible para pasar desapercibidos. No quieren azuzar el conflicto, solo esperan que el drama se disipe pronto. Hubieran preferido no tener que verlo, pero lo incorporan. Una vez. Y otra. Y otra.

Cristina Enrique, psicóloga de Save the Children, recuerda que "la familia es el primer agente socializador básico", un ámbito que, en condiciones ideales, ofrece "seguridad, apoyo, afecto" y consolida esos atributos en los menores que crecen en condiciones óptimas.

Nunca fue el caso de Manuela, nombre ficticio de una mujer de Paterna, que tuvo dos hijos con su primera pareja. "A los 13 años ya estaba con él. A los 17 vivíamos juntos. Con piso propio y todo. Pero era un celoso compulsivo. El trabajaba en la obra y yo cuidaba niños. Y me buscaba a cada rato allí donde estuviera. Cuando quedé embarazada fue peor, porque le gustaba estar con otras mujeres. Y yo callaba, porque estaba enamorada y lo aguantaba todo".

Cristina explica que "la intensidad de la relación en la familia no se puede comparar con ningún otro ámbito". El tiempo de convivencia, la confianza, el profundo conocimiento de quién es quién se combinan en un espacio en que conviven "distintos sexos, distintas edades, distintas percepciones sobre los roles que desempeña cada uno, incluso intereses diferentes".

Como los que demostraba el marido de Manuela al abandonar la casa a hurtadillas para buscar sexo en otro lugar. "No esperaba quedarme embarazada de nuevo. Llevaba un DIU, pero algo falló. Y nació la chiquita. Yo había aguantado celos, broncas, otras mujeres. Pero cuando llegó la pequeña, yo dormía con los dos niños y él salía a medianoche y no volvía hasta el amanecer. Finalmente nos desahuciaron y nos fuimos cada uno por nuestro lado".

Los hijos de Manuela vivieron "un ambiente insano", perdieron "el sentimiento de invulnerabilidad" propio de los menores que hace que sean capaces de afrontar cualquier obstáculo. Y crecer.

La segunda pareja de Manuela, diez años más joven, resultó igual de celoso pero, además, violento. "Vinieron las palizas. Estaba amoratada en todo el cuerpo pero no me atrevía a decirle nada a mis padres".

Los niños asistían al maltrato. El hogar, el primer referente sobre el que levantar su percepción de la realidad, les hizo "perder la seguridad y confianza hacia el mundo que les rodea. Las gafas con las que van a construir su realidad es un mundo donde impera la indefensión, la preocupación y la ansiedad".

La reacción de los menores en esos casos tiene dos vertientes. Algunos "externalizan sus emociones con conductas violentas o agresivas, otros las internalizan, sienten miedo, se inhiben".

Cuando se separó de su marido, Manuela acudía a un centro de intercambio familiar una vez al mes. Pero él encontró otra pareja. "Una mujer diez años mayor que él pero que tenía dinero. Los invitaba a su casa a dormir. Los acostaban en unas mantas sobre el suelo y usaban las chaquetas que llevaban como almohadas. A mí me lo contó la pequeña, porque el mayor, para que yo no me enfadara, nunca me dijo nada".

Manuela y sus hijos acuden juntos a terapia. "No se puede trabajar solo con los niños", explica Cristina Enrique, "la terapia tiene que ser familiar". Y las posibilidades de recuperación, escasas. "No hay edad para la desconexión, la desconexión con el pasado es imposible, quien tiene suerte puede trabajar con la familia extensa, con los compañeros de actividades deportivas, es lo que llamamos los apoyos resilientes".

Y, lamentablemente, en un buen número de casos, las víctimas de violencia en el hogar acaban reproduciendo el infierno que sufrieron en su infancia. Por eso la intervención temprana es el mejor pasaporte para un futuro mejor.