Nos ha dejado un hombre bueno, un amigo ejemplar. Un ciudadano demócrata, valenciano, de convicciones enraizadas en su inteligencia, en su culta ilustración. Un europeísta convencido cuando los tiempos oscuros. Un hombre cabal, comprometido con su tierra, con sus gentes. Unas virtudes que no se prodigan entre nosotros cuando tan necesarias resultan para la convivencia civilizada.

En 1992, en una visita vísperas del adiós de Joan Fuster, éste nos dijo: «Si n'haguessen uns pocs com tu, i la teua embolicadora germana Anna , hauriem pogut contribuir a fer un país millor». Una burguesía liberal, tolerante, capaz de construir sobre las cenizas de la devastación un espacio de libertad, de derechos, sin huir de la responsabilidad social como empresario emprendedor.

Lector atento e infatigable, crítico, alejado de la descalificación, con mayor razón del exabrupto o el insulto. Contrariado con los desaciertos, sin por ello perder la calma, la capacidad de comprender las causas y las razones de los demás. Interesado por lo que sucedía en el país o en el mundo.

Las buenas maneras, una cierta ironía, completan un retrato apresurado, incompleto de quien sirvió, en sus trabajos, o en sus dedicaciones al Puerto de Valencia, al país y a sus intereses. La aventura política, de la mano de figuras como su amigo el ministro Joaquín Garrigues o Francesc Burguera, quedó corta en la tierra de las polarizaciones y las exclusiones.

Con su compañera Pepa Benavent he podido compartir momentos de felicidad que constituían siempre su objetivo. Conversaciones de larga sobremesa, de un tema a otro. La política como elemento común cuando tanto se la banaliza y desprecia; la economía siempre, su gran dedicación escolar y profesional.

Fuster no acertó del todo. Hubo y hay más Salvador Castellano por fortuna. Su entorno social sin embargo resultó, y resulta, hostil, sembrado de advenedizos que abominan de la elegancia, las maneras, la tolerante comprensión del otro. La discreción se impuso, a veces con un silencio clamoroso. El ejemplo, sin embargo, permanece y permanecerá. El país necesita a todos sus hijos, a todas las opiniones, y que unos y otras sean reconocidas por sus conciudadanos.