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Bailar sin prejuicios

Los Billy Elliot valencianos

Los aspirantes a bailarines continúan enfrentándose a las burlas de quien sigue considerando la danza «cosa de niñas»

Los Billy Elliot valencianos

Maillots y decenas de punteras llenaron el jueves todas las salas de la academia Mar en Danza. Todo el equipo de baile se preparaba para la exhibición de ballet más importante del año: la que hacen frente a sus padres.

Mientras los nervios entre los debutantes estaban a flor de piel, la directora y profesora de la academia, Mar Rodríguez, les presentaba: «Cada plié, cada relevé y cada battement que vais a ver han sido duramente trabajados por todas ellas...» Mar hace una pausa y añade «... y él».

Él es Leo Jeske. Un niño de ocho años que señala a su pecho cada vez que se le pregunta la razón por la que baila: «Porque me sale del corazón», responde siempre. Y sus padres no pueden evitar emocionarse. Yolanda es su madre y bailarina profesional desde los 14 años. Su padre, Michael, lo fue desde los 16. «Fue mi decisión. De nadie más», explica.

Y así ocurre con el pequeño Leo. Se podría pensar que su afición es un mero reflejo de la actividad que realizan sus padres. Pero Leo repite que «la única manera de bailar ballet es si lo haces con el corazón».

Leo es el único niño de su clase de baile. Rodeado por una decena de niñas, poco le importa que así sea. Todo lo contrario. «Ellas son mis únicas amigas de verdad. Aceptan que luche por lo que de verdad me hace feliz».

Y es que el rechazo social que sufrió el inglés Billy Elliot, el niño que da nombre al film ambientado en la Inglaterra de 1984 (y que vuelve con gran éxtio al escenario en forma de musical en el Teatro Alcalá de Madrid), sigue ocurriendo más de treinta años después.

«Se burlan, me insultan, me pegan...». Leo hace una pausa mientras relata el tormento que sufre cada vez que llega a su colegio Miquel Adlert y sus compañeros se acercan a él. «Me dicen cosas que no me gustan... Incluso se rieron de mí cuando les hablé de esta entrevista» cuenta el pequeño cabizbajo.

Pero su semblante cambia cuando habla de su amigo. «Es el único que tengo en clase, no es como los otros, él es bueno conmigo», cuenta Leo. Un niño que, como él, es artista: toca la guitarra.

«Pero nosotros también jugamos a fútbol y a baloncesto», clama Leo mientras busca demostrar que él puede hacer un sinfín de cosas. Y es que él canta, actúa... «Y juego al fútbol», repite.

Sin embargo el entorno se vuelve a ensombrecer cuando explica que su amigo y él solo pueden jugar a fútbol el martes, «cuando nos dejan la pelota», dice. «El resto de mis compañeros juega los miércoles».

Leo empezó a bailar con 6 años, cuando aún vivía con sus padres y su hermano, Noel, de cuatro años en Alemania (país de origen de Michael) quien parece seguir los pasos de su hermano con cada giro.

Sus padres, sin embargo, acogen con pesar el día a día de Leo. «Temo que la continua presión a la que se ve sometido por su entorno haga que un día no pueda más y tire la toalla», lamenta Yolanda.

Y es que este miedo ya se cumplió el pasado junio. Tras volver de Alemania Leo se inscribió en la academia Esther Mortes. «Se rieron de mí en el colegio y lo dejé», explica Leo. Sin embargo, con el paso del verano, en semptiembre, Leo volvió a replantearse cómo quería que fuese su vida y eligió, de nuevo, el ballet: «Yo voy a seguir haciendo lo que quiero hacer. Tengo que seguir mi vida». Y es que Leo, con ocho años, asegura que una vida sin baile no sería vida para él.

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