Salvo la exgerente Cristina Ibánez, cada vez más alejados del exdiputado Ricardo Costa se están sentando en la sala de vistas quienes hace tan solo unos años eran compañeros de escaño en vez de banquillo.

Entre la silla que ocupa Costa, a cuyo lado ha estado desde el primer día Ibáñez, y el lugar donde ayer se colocaron el resto de los acusados dista un mundo de asientos vacíos que definen mejor que mil palabras el estado de las relaciones entre los exdirigentes populares en la actualidad.

En el lado opuesto a la soledad que rodea a Costa y más juntos, aunque separados en dos filas, siguieron la vista, ayer, Vicente Rambla, David Serra y Yolanda García, a quienes se les sumaron los dos acusados de Orange Market que aún quedan por declarar, Cándido Herrero y Ramón Blanco Balín, en una proximidad sin aparente explicación lógica.

Tampoco en los recesos del juicio Costa está teniendo mucha más compañía, aunque desde el primer día está contando con la incondicional de su mujer, la Bellea del Foc de 2005 Laura Chorro, quien no es nueva en estas lides: en el juicio por los trajes de la Gürtel, que se celebró en 2012 y del que Costa salió absuelto junto al expresidente Camps, Chorro fue el apoyo moral de su entonces novio con la misma sonrisa y similar discreción de la que está haciendo gala en la Audiencia Nacional.

Visiblemente más nervioso que sus compañeros, el exvicesecretario del PP no pudo evitar ayer esbozar alguna sonrisa ante alguna de las perlas que soltó Álvaro Pérez en su declaración, como cuando se empeñó en explicarle al juez cómo se montaba un escenario y la responsabibilidad que tenía en su trabajo en Orange Market «porque si el micrófono del presidente fallaba salía en el Telediario. Ahora salgo, pero por otras cosas», espetó. O como cuando también pidió permiso para ir al baño porque, si no, se moría. «Vaya usted y no se muera», le constestó por su parte el magistrado.