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'Bous al carrer'

Los toros capean la política

Los festejos taurinos en la plaza se ligaban tradicionalmente a las clases conservadoras y los «bous al carrer» a la apertura democrática

De la plaza a la calle, o de la calle a la plaza. Los espectáculos con toros han estado presentes en los pueblos de la ribera del Mediterráneo desde la Antigüedad. Las características de los festejos han ido cambiando con el paso de los años, tanto antropológica como sociológicamente. Pero un recorrido por la historia deja otra conclusión: la política siempre ha estado ligada de una manera u otra a los astados.

Siete siglos después del primer acto documentado como celebración popular taurina en lo que hoy es la Comunitat Valenciana, la liturgia ha variado, pero los políticos y gobernantes siguen poniendo la mirada de los asuntos taurinos.

Muestra de ello son los vaivenes que en las últimas semanas han sacudido las aguas entre el parlamento valenciano y el Palau de la Generalitat. Cerca de 10.000 festejos al año (en 2017) es una cifra que no pueden obviar ni en el ejecutivo ni en el legislativo. A ellos se han unido los alcaldes (también del PSPV y Compromís), que son el frente que recibe la primera oleada de críticas por la implantación del segundo médico.

Entre estas reprobaciones, las de la Federación de Peñas de Bous al Carrer de la Comunitat Valenciana, que ha pedido a los políticos «que sean responsables y pacten la derogación de la norma».

En una dura misiva a representantes de todos los partidos (no dejan a ninguno sin mencionar), los peñistas piden a la política que se mantenga lo más lejos posible de la fiesta. «Los toros son del pueblo, no queremos que se politice la fiesta», explica a Levante-EMV Julio Franch, presidente de la Associació en Defensa de les Tradicions del Bou al Carrer de la Comunitat Valenciana.

Sin embargo, esta querencia de influjo en el mundo taurino viene de lejos. En 1373, fecha del primer festejo documentado, los toros fueron utilizados en València para recibir al príncipe Juan, futuro Juan I de Aragón.

Sin embargo, Ramon Muntaner asocia el «juego con toros» a la coronación de Alfonso IV en la Zaragoza de 1328. Lo que hoy son fiestas patronales de los municipios, antiguamente eran homenajes a los estamentos monárquicos, nobiliarios, políticos y eclesiásticos. De hecho, hasta el siglo XIV y XV no se relaciona la celebración a las fiestas locales.

«Se ha producido un cambio curioso. Frente a una fiesta muy esclerotizada, relacionada con la monarquía, el poder y pabellones cerrados, durante la transición democrática se pedía una fiesta más popular y participativa», explica el vicerrector de la Universitat de València, Antonio Ariño, uno de los autores de un informe en el que distintos expertos académicos concluyeron que los «bous al carrer» no podían constituirse como patrimonio cultural inmaterial. El documento, del que participó Adela Cortina, Gil Manuel Hernández i Martí, Josep Montesinos y Rafael Narbona, abunda en diferentes aspectos históricos y culturales.

Entre ellos, relata cómo Alfons el Magnànim, el infante Pedro de Portugal, Joan II, Fernando el Católico, Carlos I y Felipe recibieron agasajos en forma de celebraciones taurinas en la ciudad de València. «Los toros están vinculados exclusivamente a la presencia de la monarquía en la ciudad como parte de todo un complejo programa de actos que prevé el gobierno ciudadano», reza el informe. Los triunfos militares de la monarquía se celebraban también con toros desde la toma de Granada.

No fue hasta el siglo XIX cuando se formalizaron las pautas de lo llamado «fiesta nacional»: se desplaza la base social, la práctica taurina se abandona por parte de caballeros y se critica por la monarquía, se empiezan a construir plazas y se profesionaliza la corrida mediante el papel de los toreros y sus cuadrillas. En paralelo se mantienen las fiestas en las calles ligadas a fiestas patronales.

Paradójicamente, será durante la transición democrática cuando se extienda a muchas poblaciones la demanda de «bous al carrer» como paradigma de fiesta abierta y libre «frente a los festejos elitistas precedentes», detalla Ariño.

Conservar o preservar

En este sentido, la historia taurina hace un recorrido similar al de otras fiestas, como los «moros i cristians», apunta el vicerrector. «Frente a una celebración que está controlada por las autoridades, tanto políticas como eclesiásticas, las clases populares pasan a tomar el protagonismo», explica el profesor de la Universitat.

«No podemos hablar de distinción entre izquierda y derecha, relacionando la primera con los festejos populares y la segunda con los toros en la plaza», aclara Ariño. Sin embargo, en aquella incipiente democracia, parte de la izquierda se situó entre los colectivos que pedían una apertura del mundo taurino, sacar la fiesta de la plaza y fomentar más la participación en la calle, evitando un enclave privilegiado al que se accede pagando.

«Hoy en día la izquierda está más dividida respecto a la de la transición. Hay una rama más tradicional que defiende los ‘bous’, y otra más medioambientalista y animalista que sostiene que es maltrato», explica el doctor en Sociología de la Universitat.

A la vista de las últimas polémicas, la clave del debate futuro radica en la dicotomía conservadurismo-conservacionismo. «Hay que distinguir entre ambos. El conservadurismo es mantener todos los elementos en el pasado, sin modificar ningún aspecto. El conservacionismo es considerar que hay elementos en el pasado dignos de ser salvados», detalla el vicerrector.

En este sentido, sitúa al PP en el primer sector. «El Partido Popular representa el conservadurismo estricto. Tiene una visión del patrimonio en la cual no cuentan los valores que va incorporando la modernidad». Este es otro de los elementos clave, la modernidad y la contemporaneidad. «Si no fuéramos adaptándonos, también sería respetable cierto tipo de rituales que se hacían con mujeres, por ejemplo. Pero la sociedad va incorporando valores como la igualdad de género», añade el profesor.

Respecto a la politización de la fiesta, viene de lejos el uso como arma arrojadiza de este argumento en el seno del arco parlamentario. Los partidos del espectro de la izquierda han acusado en no pocas ocasiones al PP de apropiarse de festividades (como las fallas o los «bous»), mientras que estos se presentan como los verdaderos valedores de estas tradiciones.

Compromís, en este sentido, es la formación que más esfuerzos ha hecho en esta legislatura para dejar clara su «valencianía» e identificación con las principales costumbres folkóricas y tradicionales. No en vano, la vicepresidenta Mónica Oltra será fallera mayor este año de su comisión de toda la vida.

Con todo, los participantes de la fiesta, al menos de la popular, prefieren a la clase política bien alejada de las barreras y «cadafals». Esta misma semana, la Federació de Penyes pedía a los populares que «se ciñan» a la defensa de la fiesta, sin hacer lucha política de ella. «No es coherente que la fiesta se politice. Hay cosas mucho más importantes de las que ocuparse en el país», defiende Julio Franch.

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