Los bolivianos se han convertido en los nuevos ocupantes del antiguo cauce del río Turia los fines de semana. No son tan numerosos como eran en su día los ecuatorianos y son mucho más discretos. Comparten la lejanía en una zona más alta del jardín, frente al polideportivo de La Petxina, entre las pistas de atletismo y dos campos de baloncesto y fútbol sala. Se reúnen y bailan. Practican los gestos del pasacalles del carnaval de Oruro, una fiesta que ha sido declarada patrimonio inmaterial de la humanidad. Grupos folklóricos quechuas, de hecho, lideran las fiestas de Carnestoltes que se celebran en Russafa el próximos sábado y que este año alcanzan su octava edición.

Sonia Choque, quechua como el presidente Evo Morales, explica que el carnaval es multicultural. Los bolivianos tienen un lugar preponderante, pero la fiesta tiene muchos colores y está bautizada La cultura tot locura, en valenciano, como un gesto de integración intercultural. Choque habla con suave severidad y explica que hace tres años, desde que llegó a España, participa en la fiesta de Jisk´a Anata, una suerte de quena, la flauta andina, que se convierte en un pasacalles a lo largo de las calles de Parc Granero, Filipinas, Literato Azorín, Sueca, Dènia y Cuba, en el barrio de Russafa.

El carnaval se presentó ayer, pero los preparativos se extienden a lo largo de todo el año. El cauce del río es el lugar de ensayo. Donde los bolivianos comparten el chuño, una papa deshidratada que es característica de la alimentación andina. El chuño es una patata que se deja a la intemperie para que se congele, porque el altiplano boliviano es tan elevado que las temperaturas bajo cero son habituales. La patata congelada se pela con los pies desnudos, en otra suerte de baile de tradicional. Y se deja al sol, que en el altiplano pica de verdad. La Paz, la tercera ciudad del país, y sede del Gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia, el nombre oficial del país desde que Morales accedió a la presidencia en 2006, está a una altura de 3.600 metros sobre el nivel del mar y ligeramente por encima del trópico de Capricornio.

Al sol, la papa se pone negra. Una nueva técnica permite elaborar chuños de forma industrial y no resultan negros, sino blancos, pero no son tan apreciadas como los originales.

Bolivia tiene diez millones de habitantes y tres zonas características, que los nacionales identifican como el Oriente, los Valles y el Occidente. Y alberga dos de las principales culturas indígenas que aún sobreviven en América Latina, los aymaras, mayorirtarios en la zona oriental, y los quechuas, con mayor presencia en la zona occidental del territorio boliviano.

El silencio de los aymaras

Los quechuas son dulces y relajados. Los aymaras son más ariscos. «La estrategia defensiva del aymara es el silencio», explica Evelin Agreda, la cónsul de Bolivia en València. De hecho hay una expresión específica, «janina como los aymaras», relativa a la práctica de guardar silencio. « Es imposible arrancar ni una palabra a un aymara cuando practica la janina, la forma que tenían de expresar su resistencia ante los conquistadores españoles. Sencillamente cierran la boca, es una cultura de protegerse vía el silencio», añade Agreda.

Desde que Evo Morales llegó a la presidencia se han cultivado el rescate de los usos de los indígenas. Ahora es obligatorio dominar el quechua para optar a trabajar para la Administración de Estado. Tanto Sonia Choque como Evelin Agreda hablan quechua con normalidad, como la mayoría de los bolivianos residentes en España. El quechua y al aymara comparte en torno a la quinta parte de sus vocabulario, pero son idiomas distintos.

Los bolivianos han sido los últimos en llegar a España. Mientras los ecuatorianos abandonaron el país de forma masiva cuando el presidente Jamil Wahal decidió equiparar el sucre, la moneda oficial de Ecuador, con el dólar en enero de 2000. De la noche a la mañana los salarios se desplomaron y decenas de miles de ecuatorianos vinieron a España en busca de una oportunidad al socaire de la burbuja inmobiliaria que todavía se inflaba en aquellos tiempos.

Inestabilidad política

La inmigración boliviana responde más a la inestabilidad política que vivió el país en los años previos al ascenso al poder de Evo Morales, en 2006. La inestabilidad política se tradujo en inestabilidad económica y la situación se hizo muy complicada en Bolivia. Tanto que dos millones de ciudadanos, la quinta parte de la población total del país, se desplazaron a Argentina.

A la Comunitat Valenciana, según datos del Instituto Nacional de Estadística, llegaron a desplazarse algo más de 25.000 bolivianos. Ecuatorianos y colombianos superan esa cifra, pero los bolivianos ocupan un notable tercer lugar (ver gráfico adjunto con los inmigrantes de Sudámerica que residen en la Comunitat).

Y esta semana se reinvindican. Ayer presentaron el pasacalle multicultural que se celebra el sábado 24 y que incorpora las actuaciones de la Muixeranga La Torrentina, Colombia Tierra Querida, Uniendo fronteras Tarija, Aures de Mi Tierra, Tobas Amazonas, Tiataco USA, Sentir Tarija, Morenada Intocables, Sentimiento a Perú, Tradiciones Cochabambinas y Compara Carnavalera.

Hasta ochenta grupos de distintas nacionalidades y procedencias se suman a la convocatoria, que promete convertir las calles de Russafa en una auténtico desfile de los más diversos colores y sabores.

La fiesta se convoca en aras de «una convivencia con respeto y tolerancia en el vecindario y contra la violencia de género». Los anuncios se publican en valenciano, castellano e inglés. Y todos los vecinos están invitados a sacar sus sillas a la calle e instalarlas en los laterales de las vías por las que discurrirá la cabalgata.

A lo largo de la semana, chicas, chicos y no tan chicos seguirán practicando los pasos de sus escenificaciones en el pasacalles.

El sonido de un curioso matasuegras de madera seguirá sonando bajo los árboles del cauce del Turia en un movimiento pausado que practican ocho mujeres bolivianas, junto a las pistas de baloncesto que ocupan el espacio frente al polideportivo de la Petxina, un lugar de refugio y comunión para quienes han abadonado el altiplano boliviano y han acabado por aterrizar en València para intentar construir una nueva vida pero sin perder las raíces de una tierra cargada de una larga historia anterior a la llegada de los españoles, quienes vaciaron el cerro de Potosí, cuando todavía estaba preñado de plata.