El 22 de agosto de 2017, seis días después del asesinato de Antonio Navarro, el ingeniero de Novelda muerto a cuchilladas en su garaje de la calle Calamocha del valenciano barrio de Patraix, el grupo de Homicidios de la Policía Nacional de València tomaba declaración, por segunda vez, a su viuda, la enfermera María Jesús M. C., Maje. Lo hicieron en casa de los padres de ella, en Novelda, y a petición de Maje, que desde hacía cuatro días era ya la principal sospechosa del crimen.

La viuda supo que los agentes se habían desplazado a su pueblo y el de Antonio, y que su mejor amiga, Rocío, les había hablado días antes en la Jefatura de Policía del único amante que esta conocía, Jose, algo que Maje había obviado convenientemente en su primera declaración.

Los agentes la interrogaron en la casa paterna. Ella corrigió solo lo necesario de su primera declaración, como, por ejemplo, la existencia de Jose, con quien mantenía una relación desde el 21 de mayo anterior. También admitió la existencia de otro amante, Tomás, ya que se había enterado de que los investigadores ya habían hablado, también ese día, con la familia de Antonio.

Tomás era el motivo por el que el entonces novio de Maje suspendió la boda a tres meses de su celebración después de descubrirle un mensaje de ese hombre. Así que supuso que, a esas alturas, Homicidios ya debía de conocer la existencia de Tomás.

Así las cosas, habló a los agentes de José, del que dijo ser su único amante en ese momento, y de Tomás, de quien contó que la relación había terminado justo antes de la boda. Pero mentía. En ese momento seguía viéndose con Tomás.

De hecho, los encuentros se prolongarían hasta el 10 de octubre. Pero sólo ella lo sabía: ni Tomás, ni Jose. Ni tan siquiera Salva, el otro amante que, como los demás, se creía el único y que fue quien, según confesó, acabó acuchillando a Antonio hasta la muerte «por amor» a Maje y para «liberarla», declaró, de su esposo.

Temía tener el teléfono intervenido

Pero esa «verdad» declarada a Homicidios volvía a ser parcial, así que, en cuanto los agentes salieron por la puerta, llamó a Tomás y le aleccionó «por si la policía le tomaba declaración».

Él, confiado, afirmó en su última comparecencia ante la policía, que Levante-EMV desveló en exclusiva el sábado pasado, que ni siquiera se extrañó de recibir esas consignas, pero que, tras «enterarse de la detención» de Maje, «lo relacionó todo y le vio sentido a muchas cosas que antes no se podía ni imaginar».

En esa conversación, la presunta asesina le pidió que no le dijera a la policía que Antonio tenía cáncer -era una mentira que ella le había hecho creer y que le había servido para convencerle de que su muerte era segura y, posiblemente, inminente-; que les asegurase que la relación entre ellos dos había terminado antes de su boda -se casó el 3 de septiembre de 2016-; que no dijese que ella tenía deseos de separarse; y, sobre todo, que no hablase con ella de los sentimientos que les unían «ni por teléfono, ni por Whatsapp, ni por Telegram».

A Tomás le anunció la muerte de Antonio el mismo día que ocurrió, el 16 de agosto, pero le dejó creer que había fallecido como consecuencia de esa (inexistente) enfermedad. Sólo le dijo la verdad, que había sido asesinado (aunque le mintió de nuevo atribuyéndole el crimen al yihadismo), el día anterior a su segunda cita con la policía, esto es, el 21 de agosto, posiblemente para tener el terreno abonado para la conversación del día siguiente, 22, en la que, según Tomás, le aleccionaría sobre qué tenía que decir en caso de ser interrogado.

Tres semanas después, a mediados de septiembre, mientras paseaban por los jardines del Túria, afirma que Maje le dijo «que temía que pudiese tener el teléfono intervenido». Tomás, lejos aún de saber toda la verdad, la que ha contado ahora a los investigadores, se lo tomó «a broma».

Ni siquiera cayó en ese momento en que el día en que ella le habló de que deseaba la muerte de Antonio y de que «había pensado en acabar con su vida», el 4 de junio anterior, le estaba induciendo, supuestamente, la idea de que matase a su marido, algo que, finalmente, haría otro de sus amantes, Salvador R. L.