18.30 horas, jueves. Nueve mujeres y dos psicólogas se sientan alrededor de una mesa compuesta por varios pupitres. Nos encontramos en una clase (por el decorado, probablemente de inglés) de un colegio público de Paiporta. Están sentadas formando un círculo de forma que todas se ven las caras.

Sobre le mesa, varios folios y unos bolígrafos. Acaban de escribir algo que hace un rato las dos profesionales que las guían (Macarena Roca y Nuvia Sequera ) han propuesto. A la mayoría le ha costado llenar el papel y ahora les toca algo más difícil: leerlo en voz alta delante del resto mientras se ven reflejadas en una tablet que las graba.

Dos minutos tienen para responder a una pregunta, sencilla sólo en apariencia: «¿Qué es lo que más me gusta de mí?». Nos encontramos en medio de un taller de empoderamiento organizado por la Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento de Paiporta dirigido a mujeres en riesgo de exclusión social, en su mayoría víctimas de violencia de género. El curso está compuesto por diez sesiones con el que se pretende recomponer la autoestima de unas mujeres con escasos recursos económicos, educativos y emocionales.

La sesión que presencia Levante-EMV es la penúltima. Están a una semana de finalizar un curso que para ellas ha sido un oasis en una vida muy complicada. Ha sido su primera vez en mucho tiempo y para muchas cosas: la primera vez que se miran por dentro, que salen de sus casas para prestarse atención, para hablar de sí mismas; la primera vez que encuentran apoyo, alguien a quién abrirse.

En la sesión novena la mayoría se muestra resuelta. Son capaces de agotar los dos improvisados minutos: «Soy trabajadora, buena hija, buena madre, buena amiga, sé escuchar, cariñosa, cuido de los demás...». Son las expresiones más escuchadas, pero no todas son capaces de conjugar el verbo primera persona, de hablar de lo mejor de ellas.

Quizás nunca lo han hecho y lo más probable es que, de haberlo intentando, nadie en su entorno las hubiera escuchado. De hecho, durante la sesión hay silencios que cortan el ambiente porque hablar de una misma no es fácil sobre todo cuando la autoestima está por los suelos. «Aún tengo baja la autoestima», confiesa una de ellas (este diario omite sus nombres para preservar su privacidad) en medio de un silencio atronador. Y es que empoderarse no es fácil.

El ambiente general está animado, pero no nos llamemos a engaño. Detrás del maquillaje (se les pide que se arreglen para asistir al taller) hay auténticos dramas personales. Historias de malos tratos, órdenes de alejamiento, violencia psicológica, económica...

Algunas apenas suman 30 años de vida y tienen más de cinco hijos a su cargo; otras peinan canas y son abuelas de acogida. No hay un único perfil de edad o nacionalidad más allá de que todas ellas son auténticas supervivientes, mujeres poderosas, ya que cada día se levantan para enfrentar sus propios dramas personales en una situación de penuria económica y emocional.

El grupo (una idea que surgió de la unidad de Igualdad del ayuntamiento que dirige la concejala Isabel Albalat) arrancó con veinte personas (todas ellas derivadas desde Servicios Sociales), pero no todas han continuado. «Algunas iban a escondidas, con gafas de sol para que nadie las reconociera o pudiera señalarlas; lo hacían también a escondidas de sus parejas» relata Nuvia Sequera. «Tenían miedo, estaban asustadas y sentían vergüenza», añade Macarena Roca, que subraya la dificultad de autoreconocerse como víctima, una etiqueta que estigmatiza.

Hablamos de un colectivo con bajo nivel educativo y con unos roles de género muy marcados. Mujeres con personas a su cargo (hijos, abuelos, maridos) muy condicionadas por su rol de cuidadoras y que básicamente están solas en la vida. Aún así y con todo este lastre, el taller ha funcionado. «¿Cómo os sentís?» Fue la pregunta que arrancó la primera sesión, en la que se buscaba que el grupo funcionara de espejo de las demás y cada una pudiera autoreconocerse. Era la sesión más difícil, pero una de ellas, se abrió y contó su historia. A partir de ahí, todo fluyó.

Las sesiones han buscado que estas mujeres cambien el modo de verse y, dentro de las dificultades objetivas, encontrar en ellas mismas aquello que juega a su favor. En suma: reordenar una autoestima pisoteada a lo largo de los años.

Para ello, han hablado entre ellas (huyendo de los consejos) e incluso se han autorretratado para detectar capacidades que permanecían ocultas: «Hoy me he levantado feliz y nadie me va arruinar el día. He besado a mis hijos y me he ido a renovarme el DNI», comenta una de las presentes, una dicharachera colombiana que en sus dos minutos ha dejado claro que se siente poderosa cuando se arregla y sale a bailar. Todo un avance.

En la sesión de cierre, promete bailar para todas. Y es que ese día final (que ya ninguna quiere que llegue) tendrán que elegir una canción que les dé fuerza. «El objetivo es buscar un anclaje con la música, que cuando estén mal, la escuchen y recuerden lo aprendido para recuperar el poder que llevan dentro».

El repertorio seleccionado es variado. El mito del amor romántico es difícil de romper y ese día se escuchará Corazón Partío de Alejandro Sanz y El Aprendiz, de Malú. Pero también hay dos elecciones coincidentes: Bebe y su canción Palabra de Mujer, todo un símbolo de empoderamiento: «Hoy vas a ser la mujer que te dé la gana de ser/ Hoy te vas a querer como nadie te ha sabido querer/Hoy vas a mirar para adelante que para atrás ya te dolió bastante». Ese es el reto.